martes, febrero 07, 2006

La última noche de Billy Branch (segunda parte)

Me escribe nuestro amigo Iván Lombardo, como respuesta a lo puesto junto a una foto donde aparezco con él (no es la que aquí pongo, donde Iván conversa con Octavio Soto, el Charro, sino una de las que aparecen al apretar la palabra jitanjáfora).

Transcribo las palabras de Iván.

Mi querido Agustín, me alegran tus comentarios bloggeros. Te saludo, con una cruda de desveladas verdaderamente mortales: la condición física es precaria, y este tipo de eventos marca sus cicatrices de forma cruel e inexorable.

Me parece que has confundido y llevado más allá lo del blues y el buen sexo, y quiero aclarar que yo, en lo particular, conocedor de limitaciones como músico (de lo que me siento bastante conforme –e insisto que la base armónica de mi I’m a man es la correcta), he decidido dejar mi legado en otros ámbitos. Para muestra, un botón: la pequeña Miranda es la obra maestra de mi vida, quien ha logrado arrancar verdaderos furores y que fue hecha con todo el rigor de una pieza magistral (como siempre digo ante los elogios: ¡imagínate lo que fue hacerla…!).



Dices:

-Aunque, claro, al sexo le pasa lo que a la armónica: todos nos creemos Billy Branch.

Aquí estás llevando de manera extraña un concepto que ya habíamos resuelto. Una cosa es creerse Billy Branch y otra cosa es que Billy Branch te lleve a estados de placer iguales o más allá que lo que un orgasmo te puede llevar. Lo mismo puede sucederte una noche en la ópera o en una película; pero no sales del cine sintiéndote Kurosawa o de la ópera sintiéndote Joan Sutherland.

Si lo dices por el asunto de las cucarachas, creo que estás llevando un asunto viejo y pasado al presente de forma innecesaria. Aprovecho y aclaro: yo ya no estoy en el negocio de hacerme figura de la música; yo sólo la disfruto.

Más bien –y como lo decía-, creo que mi época de músico fue por rapaz e irresponsablemente correcta; y, como en las más cursis descripciones de glorias pasadas, te diría, mi querido Agustín, que si yo hubiera (y no pienso entrar al asunto del hubiera), si yo hubiera sido constante y disciplinado, imagínate qué clase de músico habría sido.

También dices:

-Sin embargo, yo no quedé muy seguro de unirme a esa observación antropológica.

¡Maestro, no es antropología! Entonces, ¿dónde queda la sensibilidad, dónde queda la capacidad de maravillarse? ¿Qué, acaso se han cerrado las puertas de la percepción y se han abierto sólo ventanillas antropológico-sociológico-psicológico-histórico-ilógicas? Pentiti celerato.

Querido Agustín, te mando un abrazo, todavía con el furor de la magistral cátedra que nos dio el maestro Branch.

3 comentarios:

Luis David dijo...

Definitivamente el sexo es la mejor diversión que se haya inventado sobre la tierra.

También depende de la pareja y de la habilidad personal para dejarse ir (o venir).

Del blues mejor ni hablamos porque es la musicalización del sexo (y aquí también depende de quien lo haga sonar)

Llega al alma como el mejor de los orgasmos.

Buena idea: un orgasmo bluseado.

Luis David dijo...

Y esto me recuerda un poema de Zaid:


Alabando su manera de hacerlo


¡Qué bien se hace contigo, vida mía!

Muchas mujeres lo hacen bien
pero ninguna como tú.

La Sulamita, en la gloria,
se asoma a verte hacerlo.

Y yo le digo que no,
que nos deje, que ya lo escribiré.

Pero si lo escribiese
te volverías legendaria.

Y ni creo en la poesía autobiográfica
ni me conviene hacerte propaganda.


Gabriel Zaíd

Mamá-Z dijo...

¡Extraordinario el poema de don Gabriel! Gracias, Luis.