viernes, febrero 06, 2009

¡Feliz cumpleaños, Machy!

Hoy se cumple un año del milagroso renacimiento de Machy Madco, bajista argentino cuya vida estuvo en peligro el miércoles 6 de febrero de 2008. Ese día, como a las tres de la tarde, Machy experimentó un intenso dolor en el pecho. Inmediatamente, tomó su medicamento para la hipertensión. Sin embargo, el dolor no cesó: el músico tuvo que ser internado de urgencia en el Hospital Belisario Domínguez, pues se había detectado en su corazón un infarto agudo al miocardio. Madco fue llevado sin dilación al quirófano, donde el doctor Federico Solís de la Rosa practicó una magistral operación para destapar arterias a punto de colapsarse.

La intervención duró aproximadamente tres horas, y el resultado fue un éxito rotundo. Hoy, gracias a la destreza del medico y a la actitud diligente de María Mordoj (la amorosa compañera de Machy), podemos abrazar y besar a nuestro amigo, escuchar su música en vivo, brindar prudentemente con él y recordar con calma el susto que nos pegó.

Conocí a Machy Madco y a María Mordoj el miércoles 19 de septiembre de 2007, cuya noche fue de lluvia intensa: se vaciaron los cántaros del cielo, y ellos llegaron hechos una sopa a Ruta 61, acompañados del baterista Javier Corona y el guitarrista Ángel DMayo. Los cuatro me dieron la impresión de haber salido de una película de Sergio Leone: jorongos, sombreros de paja, rostros abstraídos y acentos de evidente raíz italiana (con excepción de Javier, chilango de nacimiento y con una mezcla de Charlie Watts y Klauss Voorman en su rostro). Coincidió su visita con la llegada de Charles Mack, espléndido músico de Chicago, quien esa noche repasó -con José Luis Sánchez, Ignacio Espósito, Mauro Bonamico y Santiago Espósito- el repertorio de canciones que presentaría en el bar durante los tres siguientes días.


Un mes más tarde, Machy y sus compañeros (Ángel y Javier) aceptaron la invitación de Eduardo Serrano a instituir los Miércoles de Jam Session en Ruta 61, espectáculo que sigue vivo aún, dos años después de creado. Deberías, lector rejego, visitar nuestro bar en miércoles. Se pone sabrosa la cosa:

a) No hay multitudes.

b) No hay mujeres obligadas (las mujeres obligadas son aberraciones de la naturaleza que intentan esconder su deformidad con chillidos y con fingida alegría, cuando en realidad viven una vida gris en cama color de rosa, desierta y con holanes -adornos de tafetán que entre andaluzas tienen sentido y que allá se llaman faralaes; pero aquí las tontas lo usan en sus alcobas virginales).

c) No hay oficinistas aventureros.

d) Hay músicos, hay melómanos, hay borrachos pacíficos.

e) Y casi siempre somos tres gatos, así que la velada se vuelve rincón de amigos. Zapada, palomazo o jam session, siempre es saludable soltar las riendas, dejar que la vida suceda sin tanto control.

Para celebrar a Machy, transcribo el texto que publiqué aquí mismo el viernes 9 de noviembre de 2007. Es probable que alguno de mis lectores diga: ¡Ya chole, escribe algo Nuevo de Machy! Prometo hacerlo. Mientras, lector hastiado, memoriza lo siguiente:

Machy Madco
Un bajista para Chuchas Cuereras


En verdad os digo que si no os volvéis
y os hacéis como los niños,
jamás entraréis en el reino de los cielos.
Mateo 18, 3


Machy comenzó a tocar el bajo eléctrico a los once años de edad, y lo hizo en diversos aunque colindantes campos: rock, jazz, fusión, funk, soul y blues. Con sencillez y a medio tono, con humildad atípica, el músico asegura que hoy toca el bajo igual que como lo tocaba hace treintaicinco años…

-¡Pues entonces fuiste un escuincle índigo!
-Prefiero el viejo concepto de la genialidad.
-¡Pero no te creo eso de que no haya habido progreso!
-Y, mirá, ¿qué te digo? Tal vez ayer fui un niño genio, y acaso ahora soy un retrasado mental.



El misterio se desvanece cuando lo escuchamos tocar: estamos ante un músico impecable, soberano del ritmo y la armonía, con un profundo conocimiento del valor de los silencios y de la pausa repentina; estamos ante alguien que de veras sabe timonear, es decir, no es un bajista que se esconde y cubre las apariencias con simples marcas de tiempo, sino alguien que, con la pericia de los sabios, asume el compromiso de llevar a la banda de una orilla a la otra, sin grietas, sin naufragios, sin hacer agua, y aun se da tiempo de recrearse en la melodía, esa bendita conciencia plástica de la música.

Ante dicha realidad comprobable (la maestría de Madco), entiendo mejor su afirmación (Toco el bajo igual que como lo tocaba hace treintaicinco años): no se refiere a una estancación de las facultades sino a una milagrosa conservación de los asombros infantiles y los atrevimientos de la pubertad, aquellos que nos sirven para inventarnos a nosotros mismos y, a la vez, reinventar el mundo. En eso estaba pensado Nuestro Señor Jesucristo cuando dijo que había que asumir una infancia permanente, inviolable, para entrar al reino de los cielos: En verdad os digo que si no os volvéis y os hacéis como los niños, jamás tocaréis el bajo como Machy Madco, jamás haréis música, jamás escribiréis una buena novela, jamás pintaréis Las Señoritas de Aviñón, jamás seréis Miles Davis, Keith Richards, Thelonius Monk, Frank Zappa o Gustav Mahler.

Doy un ejemplo, para explicarme mejor o confundirte más, lector lento: la noción que Machy tiene de la velocidad es la misma que los niños de once años descubren emocionados y con la que fijan la relación entre espacio y tiempo. Y esta noción es la que vuelve a Madco un bajista exquisito, preciso, contundente, atractivo y emocionante.

Alzo mi vaso de whisky y brindo por la vida de Machy Madco.

María Mordoj y Machy Madco