lunes, marzo 27, 2006

Notas escritas en el Metro

¿Qué es bloguesía?, dices mientras clavas
en my complete profile tu pupila azul.
¿Qué es bloguesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Bloguesía eres tú.

I

¡Se nos fue la Jessi, hace quince días! Quiero decir, se nos fue de la barra de Ruta 61. La tuvimos poco tiempo, y esos días fueron lindos (al menos para mí, que agradezco profundamente cuando alguien sabe servir un whisky con la exactitud del sabio y la delicadeza de los ángeles). Gracias, mujer, por tu presencia y tu sonrisa. Carambas, qué tristeza. Pero, bueno, desde aquí te mandamos nuestros besos y nuestros abrazos. ¡Y date una vuelta, niña, como ciudadana que eres de Ruta 61! Si Pablo me da permiso, te saco a bailar apenas se nos suban las copas.

II

Creo que voy a publicar esta vez mi serie Ignacio el Furtivo: fotos que hace poco tomé a Ignacio Espósito, uno de mis bateristas de rocanrol favoritos (junto con Charlie Watts y Terry Bozzio). Con precisión de relojería, Nacho garantiza siempre el desarrollo expresivo de Vieja Estación. Pero no sólo eso: quienes lo hemos visto proteger el ritmo de John Markiss, Billy Branch, Max Cabello, Alejandro Marcovich y las mismas Señoritas de Aviñón (cuando Javier García ha tenido que ausentarse), sabemos que Ignacio es algo así como el Jefe del Departamento de Continuidad de Radio Rock and Roll, donde un mal paso o un viento colado inoportunamente pueden tirar la antena que con tanta esfuerzo se levanta para una recepción clara y fidedigna, y donde los ajustes de frecuencia determinada sólo pueden realizarse desde una mente atenta y concentrada en las fibras imperceptibles de la música.

III

¿Quién será Elsinamigos? No sé, pero le mando saludos y le agradezco su lectura. Siempre es bueno saber que hay otras islas, otros náufragos, otras voces. Porque todo blog es eso: un cerillo que se enciende en las oscuras oquedades del silencio colectivo, una botella lanzada al mar de las soledades, una mirada perdida en lontananza, una colección de cursilerías como las que ahora me salen en este párrafo. ¿Qué es un blog? Un frenesí. ¿Qué es un blog? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor blog es pequeño, que todo blog es un sueño, y los sueños… sueños son.

IV

Quiero explicar mejor la dificultad que padezco para controlar mis enojos, y lo voy a hacer con un ejemplo de la actualidad.

Antes, advierto que muy probablemente acuda a las urnas para anular mi voto.

Un conocido mío, abogado él, me confiesa que dio dinero para que, dentro de la cárcel, fuera golpeado cierto individuo acusado de estupro.

No digo nada. No estoy de humor para levantarme y decir que, Juárez dixit, aquí no rige el Código de Hammurabi. Tampoco tengo ganas de organizar en este momento un Simposio acerca de la Constitución Mexicana y la Ley Mosaica. Mejor, doy un sorbo a mi whisky y dejo pasar el asunto. Minutos más tarde, apenas llegamos al recurrente tema de las próximas elecciones, el mismo abogado expresa su repudio por uno de los candidatos…

-¡Es que es un corrupto y un demagogo! ¡El país se hundirá si ese tipo llega a la presidencia!

Escucho a la inefable clase media, tan decente, tan moderna, tan leída, tan culta (¡Ya leí el Código Da Vinci, güey!) La escucho llamar al mismo candidato un peligro para la nación. Al mismo tiempo, los miembros de esa clase media (que le echa la culpa al Gobierno de la Ciudad… ¡porque ya no tengo dónde estacionar mi BMW, güey, no mames!), me dicen que han conseguido muy buenos programas para su computadora a través de la piratería.

Son las mismas personas que me dijeron, en 1997, que cuidado con votar por Cuauhtémoc Cárdenas, porque era una amenaza para la ciudad, y que, además, corrían fuertes rumores de que el hijo de Lázaro Cárdenas era antropófago y que su mamá, doña Amalia, lo alimentaba con niños de Morelia batidos en huevo.

El único que, hasta ahora, me ha dado razones para no votar por un candidato en particular, es Octavio (sí, mi amigo Octavio Herrero). Digo razones, no pretextos ni coartadas, razones, aquellas que son el resultado de un trabajo mental que anda sobre líneas de pensamiento que corren, a su vez, sobre la muy estricta carretera de la lógica formal, donde hay conceptos, determinados por su comprensión y limitados en su extensión, conceptos comprendidos a partir de juicios verdaderos.

Pero es uno entre muchos. A la mayoría, me gustaría provocarle con mi voto retortijones en el estómago.

Otra persona a la que escucho (leo) con atención es a Adolfo Gilly, cuyo reciente artículo (Carta a un viejo compañero) es de veras devastador, doloroso y contundente.

viernes, marzo 17, 2006

Todo perro tiene su día VI

Directo hacia el infierno
Exile on Campeche Street
Uta Madre Level: Cinco estrellas

Just as long as the guitar plays,
let it steal your heart away.
(Torn and frayed)

Le digo a Gerardo, mi hermano –leyenda viva del rocanrol-, que escuche Directo hacia el infierno y que me dé referencias del pasado, porque hay algo en la canción que me lleva a los días en que colocábamos vinilos en un tocadiscos Philips monoaural, con tornamesa de fieltro y brazo de hueso color crema para la aguja de diamante. Mi gemelo suelta lo que escucha su mente…

-Ventilator Blues, Exile on Main Street, pues. Quiero decir, el espíritu de ese exilio voluntario en Francia. Es otra cosa, pero es lo mismo.

En 1971, año de Sticky Fingers, Keith Richards se juntaba mucho con Gram Parsons, quien había grabado, antes incluso que los mismos Stones- Wild Horses, con Flying Burrito Brothers (en Burrito de Luxe, con Leon Russell al piano). Más tarde, en 1972, los Stones decidieron recluirse en Francia –para evitar los excesivos impuestos británicos-, y ahí, en la mansión que Richards y Anita Pallemberg alquilaron en la Riviera Francesa- crearon uno de los más exquisitos álbumes en la historia de la música.

Quienes entonces andábamos por los dulces dieciséis, soñábamos con formar una banda y tocar en alguna azotea de San Juan de Letrán. Yo quería un abrigo como el de Lennon, unos pantalones verdes como los de Harrison y un impermeable rojo como el de Ringo. Nada de eso pude adquirir, porque mi economía y mi pudor no pasaban de Chiconcuac. Gerardo, en cambio, ya comenzaba a comportarse como Keith Richards: pantalones de terciopelo rojo carmesí, a la cadera, y el pelo escandalosamente largo. Fue así como lo conoció Octavio, el hoy guitarrista de Las Señoritas de Aviñón. Al ver a Gerardo, Octavio pensó:

-Este tipo tiene que ser mi amigo.


Otro sueño era grabar un disco en una casa colmada de sexo y drogas, como los Stones en Exile on Main Street.

Ahora, treinta y tantos años después, ya no quiero tocar en una azotea ni drogarme en casa de ricos. De hecho, escucho muy poco rock, casi nada, a menos que suceda un milagro como Vieja Estación. Entonces, puedo pasarme horas y horas ante, por ejemplo, Directo hacia el infierno, donde el amor apasionado se mira en el espejo y descubre su único horizonte posible, el de la decadencia y la devastación (toda pasión es de naturaleza diabólica).

Directo hacia el infierno es una declaración que adivina el infierno en la espalda de una súcubo –yo conozco al monstruo, viví en sus entrañas-. Pero esa revelación nos pone la carne de gallina gracias a la guitarra de Santiago, que inventa un riff de antología y se sostiene de manera espeluznante por la fuerza de Mauro, en el bajo, e Ignacio en la batería, mientras José Luis juega sobre sus teclas como si hubiera sido contratado para amenizar una orgía en Villa Nellcôte.

¿Qué tiene Vieja Estación que me ha devuelto el gusto por el rock and roll? ¡Pues eso, precisamente, rock and roll! Algunos, desde la inopia que produce tanta basura y tanta mierda, pueden no entender lo que digo; otros, arrogantes y temerosos de saberse rebasados, se harán los sordos. ¡Bah, qué importa! Basta escuchar Directo hacia el infierno para comprobar que Vieja Estación es una banda con raíces profundas y ramas que tocan el espíritu de un dios inmortal: la música.

Nota importe: Para tu disfrute, aprieta la estufa color de rosa y escucha Ventilator Blues, con los Stones; y Wild Horses, con Flying Burrito Brothers. Esto es una cortesía de Gerardo Aguilar Tagle, quien ahora afirma que Juanita, de FBB, se parece a Dear Doctor, de los Stones. Ya estudiaremos el caso.

miércoles, marzo 08, 2006

lunes, marzo 06, 2006

Miscelánea entre paréntesis

Pangea I

Como comenté en la entrega pasada, el jueves 2 de marzo tuve la suerte de escuchar a Pangea en Ruta 61. Gabriel González (bajo), Sergio Galván (sax alto), Gus Andrews (trompeta), Edgar de la Torre (guitarra) y Marco Castro (batería), hicieron de la velada una hermosa tela de funk y jazz.

Así, sin mayores trámites ni condiciones, Pangea entra directamente al departamento de bandas que nutren con belleza la singularidad de Ruta 61, cuyo interés primero es el blues, pero que bien sabe cobijar a la parentela mayor y sus géneros aledaños.

Una muy buena noche de música verdadera, donde la precisión técnica no veló el gozo estético, ni el recreo musical impidió las muestras de un virtuosismo sin arrogancia y una sabia discreción en la profundidad de los conocimientos.

¡Uf! Qué manera tan engolada de decir que los grandes artistas son aquellos cuya obra parece un juego de niños, como surgida de la naturaleza. Y Pangea es así: una conjunto de magos que sacan flores, conejos y listones de sus instrumentos y de su asombrosa orquestación.

Ruta 61 en televisión

Coincidió la presentación de Pangea con la visita de las cámaras y micrófonos de Ricardo Rocha, cuyos productores se interesaron en realizar un reportaje acerca de Ruta 61, en general, y de Vieja Estación en particular. Por ahí andaban, además, Miguel Valdez –percusionista cubano- y nuestra adorada Marie, ella acompañada de su hija Marifer y su sobrina María José de Diego, hermosas señoritas que iluminaron la noche con danzas y sonrisas.

Pangea II

Pangea es un acto heroico, y la heroicidad radica en su decisión de entregar belleza en una ciudad cuya constante es la fealdad de la música que consume. ¿Música, dije? ¡Bah! Llamar música a lo que se escucha en las calles del Distrito Federal (en taxis, microbuses, camiones, puestos ambulantes, pasillos del Metro, centros comerciales, fondas y restaurantes) es tan desproporcionado como sugerir que Color Life de Comex tiene derecho a exhibir su propuesta en el Hermitage.

De otra clase de héroes

Si aprietas, lector curioso, la estufa color de rosa, podrás disfrutar de un pasaje memorable de Harry el Sucio. El audio me lo envió nuestro amigo Luis David, desde Santa Ana Chautempan, Tlaxcala. De él, a propósito, recomiendo su blog La página de Contreras, donde acaba de publicar un delicioso soneto.

Pangea III

Digo, pues, que Pangea entra a mi muy personal lista de bandas excelentes en Ruta 61, junto con Vieja Estación, Las Señoritas de Aviñón, AKA, El Charro y sus Moonhowlers, Memo Briseño, Betsy Pecanins y... también, por qué no, La Dalia Negra, que si trabaja su repertorio con un criterio más riguroso puede, entonces, convertirse en una gran agrupación.

Breviario cultural

Pangea (de los griegos pan y gea, es decir, todas las tierras) es el nombre dado por Alfred Lothar Wegener (1880-1930) al supercontinente primigenio, aquel que estaba rodeado por el mar Panthalassa. ¿Cuándo? ¡Ah, pues antes de muchos antes, en la era mesozoica! Desde entonces y durante la era paleozoica inferior, Pangea comenzó a fragmentarse, y en el paleozoico superior volvió a ser un solo continente. Sin embargo, más tarde, Pangea se dividió de nuevo en dos masas continentales: Gondwana y Laurasia (¡Laurasia, qué bonito, evoca el nombre de pila de mi adorada Desdémona Peniche!).

Casi fin de esta entrega

Volviendo a Todo perro tiene su día, y antes de pasar a la tercera canción del disco, tengo que señalar que es en Sin tratos, la segunda pieza, donde se encuentra el verso que da nombre al álbum. Y, a propósito, lector mío, ¿ya tienes tu ejemplar? Vas a darte de topes en la pared cuando se acabe la primera edición y te des cuenta de que cometiste un error al no atender mi sugerencia de adquirirlo ya. Con el tiempo, una primera edición se vuelve tesoro invaluable. Pregúntaselo a quien tiene entre sus viejos LP's la edición original de Their Satanies Majesties, con la portada en tercera dimensión... o el Stand up de Jethro Tull, con un pop up interior que mostraba a Ian Anderson, Martin Barre, Clive Bunker y Glenn Cornick, los músicos, con los brazos abiertos. Pero no sólo hablo de portadas memorables, sino de grabaciones formidables, y es en éstas donde incluyo Todo perro tiene su día, que además cuenta con una hermosa envoltura diseñada por Octavio Herrero, el productor del disco. Y si vas un viernes a Ruta 61, ansioso lector, no sólo podrás disfrutar de una excelente velada de blues, sino que, además, la banda escribirá en tu ejemplar una dedicatoria.

Camel Bonamico

He incluido en esta entrega la fotografía de una cajetilla que me encontré en Ruta 61. La alteración del dibujo se la debemos a Mauro Bonamico, bajista de Vieja Estación y amado hijo en quien he puesto todas mis complacencias.