martes, febrero 28, 2006

Todo perro tiene su día V (El enigma de Humboldt)

La casa tiene jardín delantero,
cosa rara en la calle Humboldt.
(en Simulacros, de Julio Cortázar)

El funk ha tenido buenas y malas épocas, excelentes y pésimas bandas. Las ridiculeces sonoras de Funkadelic y George Clinton no me interesan, nunca me interesaron (quién sabe, tal vez en vivo habrán sido sensacionales). En cambio, el James Brown de los sesenta sigue fresco y delicioso. Por otro lado, las incursiones de Zappa en el género han de ser cautelosamente tomadas como citas y homenajes, geniales siempre, y no como formas personales de expresión (la única forma personal de expresión en Zappa es Zappa mismo, como bien me dijo alguna vez –aunque con otras palabras- mi querido José Luis Sánchez, Josefáin).

Lo cierto es que la sección de vientos en Titties & Beer es con la que deseo despedirme de este mundo.

Luego, por ahí andan bellezas de Kool and The Gang, de Sly and the Family Stone y del mismo Stevie Wonder. En cambio, el tratamiento que Red Hot Chilli Peppers da a al funk, digamos que me causa gracia… pero nada más. Jamiroquai y Lenny Kravitz terminaron por aburrirme. Por otro lado, podría pasarme horas y horas escuchando en vivo a AKA, la banda de Fernando Ruiz. ¿Se imaginan si Vieja Estación contara con los metales de AKA para echarse Sin tratos? Creo que Ruta 61 estallaría de gozo.

SIN TRATOS
UTA MADRE LEVEL: CINCO ESTRELLAS

Porque Sin tratos tiene la fuerza para convertirse en un clásico de… ¿Cómo llamarlo? ¡Bah, no importan las clasificaciones!

La guitarra de Santiago abre las pesadas y enjoyadas puertas del Palacio del Funk; Mauro, José Luis e Ignacio subrayan el primer tiempo del tercer compás; al cuarto, el pandero de Ignacio anuncia la voz del Polaco, y un instante después del quejido de Ezequiel, nos descubrimos envueltos en espasmos que poco a poco se convierten, por la precisión y fuerza de Nacho, en una danza difícil de detener o controlar.

Si en Hacia dónde voy, el Polaco andaba casi desnudo, cubierto apenas por una piel de camello, ahora viste un hermoso traje tornasolado y se halla parado en una plataforma iluminada y cubierta de hielo seco, que lo transforma en una especie de soul preacher; la plataforma asciende hidráulicamente hasta poner al Polaco a la altura del resto de la banda, para sentenciar:

Todo perro tiene su día, y el mío es hoy.
Todo perro tiene su día, y el mío es hoy.
No hagamos tratos, que así está mejor.

La pieza casi vuelve a comenzar, para dar paso a la segunda estrofa:

Dame lo que es mío, y no pidas más perdón.
Dame lo que es mío, y no pidas más perdón.
¿Sabés que el último que ríe es el que lo hace mejor?

Hasta aquí, el Polaco tiene atrás a Jeff Beck en la guitarra, Tim Bogart en el bajo, Carmine Apice en la batería y a Jan Hammer en los teclados. Quiero decir, cierro los ojos y eso es lo que escucho. Si alguien no está de acuerdo, que haga su propio blog y describa sus propios sueños.

Luego, la banda se suelta el pelo para que el Polaco cante el quid del asunto: De nuevo, como en Hacia dónde voy, Ezequiel se vuelve el insumiso de siempre, el que no da su brazo a torcer, vertical e intransigente, al grado del prejuicio y la fatalidad:

Sabés bien lo que va a pasar.
Todo esto, todo esto me cansó.
Sabés bien lo que ahora va a pasar.
Todo esto, todo esto se acabó.

Escuchen el solo de Santiago, y van a comprobar que Jeff Beck está más que presente. Aunque sé que Tomy no lo pensó así, hay cosas que se pegan sin que uno lo note.

Por último, en la estrofa que cierra la canción, aparece el verso que a quienes no conocemos Buenos Aires puede parecernos críptico:

No quieras engañarme…
Para Humboldt ya me voy.

Expliquémosla: Humboldt es una calle en el barrio de Palermo, que corre paralela a la avenida Juan B. Justo, una arteria kilométrica bajo la cual fluye el caudal del arroyo Maldonado. Julio Cortázar tiene un cuento corto, Simulacros (dentro de Historias de Cronopios y Famas) que sucede, precisamente, en Humboldt. Y ahora, Vieja Estación menciona la calle, porque en ella se encuentra (o se encontraba) el lugar donde la banda grabó, a principios del siglo, su primer disco, el estudio de un amigo íntimo, Fabio Desimone. ¿Y no podría Fabio, a propósito, contarnos cómo fueron esos días? ¿Por qué el Polaco amenaza, en la canción, con irse a cobijar a esa casa legendaria? ¿Qué había en ella que su sola mención nos recuerda la advertencia conyugal de todos conocida? ¡Pues me voy a casa de mi madre! ¿Fue el estudio de Fabio reducto de rebeldes, Casa de Toby y resguardo de amantes mal tratados? ¿Fue Fabio una especie de Madre Nutricia que escondía a amantes delincuentes? Mientras recibimos alguna pista, alguna respuesta satisfactoria, volvamos a escuchar Sin tratos, porque, a fin de cuentas, con toda ella podríamos descrifrar el Enigma de Humboldt.

miércoles, febrero 22, 2006

Todo perro tiene su día IV

No cansaré a mis tres lectores con la narración detallada de momentos íntimos. Que el pasaje anterior sirva como botón de muestra para entender el ambiente en que se dio la grabación de Todo perro tiene su día. Prefiero hablar de las canciones.

Sugiero escuchar este disco con audífonos y a todo volumen. Hay que aislarse, pero de veras aislarse, como lo hacen los anacoretas cuando quieren percibir la voz de Dios. Porque, a propósito, el disco inicia con
Hacia dónde voy, una canción de tono mesiánico.


HACIA DÓNDE VOY
UTA MADRE LEVEL: 5 ESTRELLAS.

Veo a un profeta enojado, levantando los brazos y lanzando imprecaciones contra un mundo de ciegos, una imagen que abona a favor de la asociación que en algún momento hice entre el grupo bonaerense y el idealismo revolucionario de mediados del siglo XX. Sin embargo, tengo que ser cauteloso, porque esta relación no es necesariamente compartida por la banda. El domingo pasado, saliendo del cine con Ignacio Espósito (fuimos a ver Syriana B-15, de Stephen Gaghan), el baterista me dijo que él, personalmente, está más cerca de Gandhi que del Che Guevara...

-A sabiendas, Agus, de que quién sabe, porque... ¿qué alcanzó Gandhi con su pacifismo?
-¡Bueno, Nacho, digamos que él es protagonista central en la independencia de la India! De cualquier manera, tomo en cuenta tu deslinde del agua que llevo a mis molinos
-¿Quieres decir que tú sí tomarías las armas y participarías de una revolución violenta?
-¡No! Soy un hablador.

Advierto lo anterior para que se entienda que todo lo que aquí escriba es una interpretación personal, no una exégesis, porque no estamos ante un Viejo Testamento sino ante Vieja Estación, una banda de rocanrol.

Vayamos a Hacia dónde voy.

Imagina que abres la puerta de tu casa y, en ese preciso instante, un enorme tanque blindado te sorprende y te lleva de corbata hasta la cocina.

¡Pero no es un tanque militar, es un tanque de música, que bien hubiera funcionado en la Roma de Cletus Awreetus-Awrightus, el emperador funky de El Grand Wazoo!

Así comienza el disco de Vieja Estación: la guitarra de Santiago –sostenida por el resto de la banda, que parece un ejército invasor de conciencias y de corazones- no te da tiempo si quiera de servirte el primer whisky o encender el primer cigarro. Cuatro compases duros y precisos, que de tan severos rompen los muros más interiores de la indolencia cotidiana; y del polvo surge, entonces, la voz de Ezequiel, que aquí parece llegar del desierto, vestido con piel de camello, después de alimentarse de raíces y miel silvestre.

Escucho la canción mientras miro, por casualidad, el Martirio de San Sebastián pintado por Antonio de Pollaiolo (1432-1491). Este pasaje del martirologio cristiano ha sido plasmado por otros artistas, como por ejemplo El Greco. El santo, torturado por las flechas envenenadas que lanzan los soldados de Diocleciano, parece preguntar, como el Polaco, hacia dónde voy, con esa misma mezcla de obstinación e incertidumbre que puede observarse en quienes no traicionan principios ni ideales.

Sebastián muere (aunque no en ese momento, sino en una segunda aprehensión) por profesar la fe cristiana entre sus compañeros soldados (él era centurión del imperio); y aunque creamos ver en su rostro beatitud, es muy probable que en el momento del suplicio lo que pasa por su debilitada mente es la misma serie de angustias y dudas que tuvo Jesús al ser crucificado (Leví Leví lemma sabactani, Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?, dicen Marcos y Mateo que dijo su maestro a la hora nona, un poco antes de morir).

¿Y si he llegado a esto basado en una ficción, en un sueño? ¿Hacia dónde voy?

Después de correrla tres veces seguidas, quito la canción y me pongo a escuchar la música incidental compuesta por Debussy sobre la pieza escrita por Gabriel D’Anuzzio para narrar la historia de Sebastián. Y sólo así puedo escribir, para esconderme un rato del Polaco y de toda Vieja Estación.

El título de la canción se vuelve frase colectiva en el primer verso, ¿Hacia dónde vamos?, que da paso a la retórica de la indignación: ¿Hay que tragar barro para renacer?

Repito, hay en esta canción el peso del disgusto y el reclamo, hay mucha incomodidad. No puedo evitar las referencias bíblicas: recuerdo a alguien que, hastiado de los mercaderes en el templo, se lanza contra ellos, los acusa de herejes y los expulsa violentamente. Poco falta para que el Polaco grite ¡Han convertido la casa de mi padre en cueva de ladrones!

Sin embargo y a diferencia de los profetas más encumbrados, el personaje de Hacia dónde voy admite que no tiene las respuestas. Y no las tiene porque, dice, no las conoce…

¿Pero a quién puede importarle lo que yo pueda creer?

Al escuchar esta cátedra de humildad y de humanidad, surge en mi mente aquella escena de La última Tentación de Cristo, de Scorsese, en la que Jesús (Willem Defoe), casi al principio de la película, se confiesa ante Judas (Harvey Keitel) y advierte que nada tiene que anunciar, que, al contrario, él es un hombre miedoso y lleno de dudas. El personaje de Hacia dónde voy, sin embargo, no llega a tal desprecio de sí mismo: sólo quiere decir que, a diferencia de otros, él no trae consigo la verdad; sólo coloca el dedo en la llaga y deja en cada uno de nosotros la responsabilidad de caminar.

Escupí las moscas de tu boca y entendé…
Sos el único que puede llevarte hasta donde vos querés.

Dos detalles se presentan en la pieza como altorrelieves de esta Máquina de Rocanrol que es Vieja Estación: un pequeño momento de Jose Luis Sánchez, cuyo teclado adorna el mediodía de la canción, y el solo de guitarra con el que Santiago cierra el discurso y dibuja el camino hacia el horizonte, donde el profeta se pierde de la vista de todos y se va a sentir el sol en sus pies.

lunes, febrero 20, 2006

Todo perro tiene su día III

El pasado es a veces un río que me arrastra cuesta abajo
(E.E.)

Martes 30 de noviembre de 2004. Las sesiones de grabación comenzaron a media tarde, entre hamburguesas, whisky, papas a la francesa, refrescos, cervezas y salmón ahumado. Ese mismo día, tuve la fortuna de escuchar a Ezequiel Espósito, en audición privadísima, cantar canciones que él y un amigo (Nicolás Bereciartúa) habían grabado a principios de 2004. Son canciones que quién sabe si algún día se integren al repertorio de Vieja Estación. Lo dudo, parecen cosas muy personales, canciones nocturnas, canciones de ausencia y desolación, corazones escondidos en maletas de viaje, sillas viejas, collares de piedras, pesados y tristes, más tristes que la tristeza; precipicios, lluvias vespertinas, espaldas donde juegan nubes, dulzura de mujer que nos rescata del abismo, amigos zorros que de noche buscan conejas; el pasado, siempre el pasado, río que jala, pasado siempre presente, por más que lo vivido, bien o mal, vivido está.

Ojalá que algún día el Polaco decida darlas a conocer, al menos para que quienes admiramos y seguimos a la banda tengamos la oportunidad de rastrear hacia atrás y hacia todos lados los procesos de creación y composición de todos y cada uno de los miembros de Vieja Estación. De esta manera, el escucha atento descubrirá, a propósito, que si la música del grupo ha evolucionado tanto en su capacidad expresiva como en la ejecución de la orquesta, es claro que algo semejante sucede con las letras, donde se encuentran hoy mayores destrezas poéticas, imágenes más nítidas de lo que se quiere describir o contar, siempre sin perder la necesaria sencillez que exige una buena canción; no hay petulancia intelectual ni abstracciones imposibles de descifrar; hay, eso sí, un tema recurrente, del que hablaremos en otro momento. Por ahora, volvamos al recuerdo de esa tarde, cuando, de forma natural y desde el primer momento, las complicaciones brotaron como lombrices, sobre todo en el envío del audio hacia los audífonos.

Es curioso, porque a pesar de que se trata de un problema inherente al inicio de toda grabación, esto siempre causa nerviosismo, frustración, cansancio y enojo. Comienzan los reclamos y los roces…

Tomy, Nacho y Mauro insisten que algo anda mal con la señal, y Octavio explota:

-¡Pero es que acuérdense que ahorita los instrumentos no están ecualizados!

No, yo sé, yo sé –señala Tomy-; el problema es el volumen en los audífonos.

Octavio se acerca a Rafael, y le pregunta que qué está pasando. Decente pero contundente, Rafael habla con la mirada en los controles:

-A ver, Octavio, no me presiones.

Más tarde, llega Lalo Serrano, el sediento dueño de Ruta 61. Al ver que no hay cervezas, jala a Tomy y se lo lleva a la miscelánea más cercana. Mientras, Mauro, que nunca pierde la compostura ni las buenas maneras, trata de explicar la sensación que experimenta con estos audífonos:

-Se escucha con cámara. Se escucha como si estuviera sonando el equipo, pero en otra parte. Así se escucha.

Octavio y Rafael hacen pruebas, y Mauro advierte:

-Ahora no se escucha el bajo, como si estuviera apagado recién.

Octavio, que no se va a dejar vencer por los nervios de la banda, propone:

-¡A ver, a ver, todos hagan oooooommmmm!

Regresan Tomy y Lalo, y en esos momentos el segundo recibe llamada en su celular. Parece que se activó la alarma de Ruta 61.

-¿Quién toca hoy, Lalo?, pregunta el Polaco.
-Blue Anima…

Tomy y Mauro no se sienten cómodos en el salón de Nacho, así que deciden pasarse a la recámara contigua. Octavio prueba los audífonos del baterista:

-¡Bueno, Ignacio! ¿Ahí estás escuchando?
-Y… no sé. Ahora no estamos tocando. Lo que escucho es un grillo.
-Sí, se está colando un grillo que están en el techo.

Octavio mueve el amplificador del bajo… y tira la cerveza.

Miren, yo sé de ambientes! Todo va a resultar bien, dice Octavio mientras limpia con cualquier cosa su tiradero.

-Pará, pará. Hay que hacer algo, Nacho, porque sólo se escucha el tacho.

Lo anterior lo dice Tomy a gritos, así que todos se enojan…

-¡Por favor, boludo! ¡Qué tipo más duro, me cago en Dios!
-Yo escucho perfecto. Pero ahora que ellos pidan lo que necesitan. Me van a cagar las pelotas.

Mauro, siempre tan respetuoso:

-Me parece, digo, para mí, ¿eh?, yo, no sé los demás, que ya está perfecto.
-¿Y tú, Nacho?
-Y… ¡que alguno me explique qué es la perfección!

sábado, febrero 18, 2006

Intermedio

La noche del sábado, Ruta 61 fue sede para la celebración del cumpleaños de Raúl de la Rosa y de Jaime Holcombe, dos acuarios que vuelan alto, dos nacidos en el mismo siglo (cosa que pronto será título de nobleza), dos antenas fundamentales de nuestra cultura, dos generadores de valor para esta amada ciudad, dos tipos de cuidado.

Amenizaron la velada dos conjuntos de blues (Vieja Estación y Las Señoritas de Aviñón), que es una música muy del gusto de los festejados y que se toca con instrumentos de cuerda, tambores y unas como cacerolas de paella vueltas de revés (a veces, pero esta vez no, alguien del público se entusiasma mucho y saca de entre sus ropas un pequeño instrumento de viento que, al soplarlo, hace tiroriro; lo chistoso es que los ejecutantes del tiroriro, al sacarle sonido a eso, empiezan a balancearse como personajes de Atrapados sin salida).

En fin, que vaya desde este intermedio mi más intenso abrazo a Raúl de la Rosa y Jaime Holcombe.

¿Un mensaje?

Como dicen las quinceañeras enamoradas, gracias por existir.

viernes, febrero 17, 2006

Todo perro tiene su día II

De cualquier manera –y sin que esto signifique disminuir el peso contestatario de Vieja Estación-, el título no será el que se pensó en un principio, sino Todo perro tiene su día, que a fin de cuentas es el verso con el que inicia Sin tratos (ya hablaremos de cada una de las canciones).

Anoche, por otro lado, Mauro y Tomy me señalaron un error de memoria: no es Vieja Estación quien invita a Octavio y a Rafael a unirse al proyecto, sino que son estos dos locos (¡cómo si no tuvieran cosas que hacer!) quienes, entusiasmados, ofrecen su conocimiento, su experiencia, su tiempo y su trabajo.

¿Por qué lo hacen? Es muy fácil entenderlo: por lo mismo que Lalo Serrano decide iniciar Ruta 61 Records con esta banda llegada de Argentina con carta de naturalidad chilanga por decisión de quienes nos sentimos orgullosos de su presencia. Los considero parte de mi ciudad, y dure lo que dure su estancia en estas tierras, la historia de nuestra música tendrá que mencionarlos en el futuro, cuando se haga el recuento de la primera década del siglo.

¿Por qué lo hacen? ¡Por lo mismo que Las Señoritas de Aviñón se sienten a gusto en compañía de tan excelentes músicos!

¿Por qué lo hacen? Por lo mismo que ya hay en la ciudad muchos fieles del grupo argentino (no sólo en el Distrito Federal, también en San Miguel de Allende, Villahermosa, Querétaro y Aguascalientes). Así comienzan las manías y las fiebres en la música popular. Y cuando éstas surgen de manifestaciones reales del arte, el gusto se mantiene más allá de cualquier moda.

¿Por qué?

¡Porque Vieja Estación es la mejor banda de rocanrol
con que cuenta la Ciudad de México!
Y sucede que, además, saben hacer blues.


Por otra parte –y supongo que no hay infidencia en lo que voy a decir-, debe señalarse que Octavio Herrero no sólo comparte la producción del disco con Vieja Estación, sino que incluso participa de manera significativa en su financiamiento.
En fin, que el guitarrista de Las Señoritas de Aviñón es productor, mientras que Rafael Martínez se encarga de la ingeniería de sonido. Pero, a mediados de ese mismo mes, Octavio se entera de que Patricia, su hermana, no podrá prestar la enorme casa donde vive para montar en ella el estudio de grabación.

Inmediatamente, el autor de Magdalena llama a Alejandra, su prima:

-¡Ah, ya sé, Octavio, le voy a decir a Homero que si tiene disponible algún lugar!

Homero es el esposo de Alejandra, y ofrece un local en la colonia Del Valle, una casa a medio abandonar cuyas condiciones resultan ideales para cumplir el proyecto de Vieja Estación.

Creo, entonces, que uno de los primeros agradecimientos es el que bien se merecen Homero y Alejandra, cuya amorosa solidaridad permite arrancar lo que ya no puede atrasarse más: la grabación de las canciones que formaran el nuevo disco de Vieja Estación.

jueves, febrero 16, 2006

Todo perro tiene su día I

Muchos me dirán aventurero, y lo soy, sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.
Che Guevara, 14 de diciembre de 1964.

A principios de noviembre de 2004, Vieja Estación se presenta en el octavo festival de blues de la ciudad de Aguascalientes (Aguas Blues). Y es durante ese viaje que concluyen los acuerdos para grabar el nuevo disco de la banda bonaerense, cuyos miembros coinciden en invitar a Octavio Herrero para que produzca el álbum.

El guitarrista de Las Señoritas de Aviñón, a su vez, propone que sea Rafael Martínez el ingeniero de sonido. Queda por establecer el lugar donde montar el estudio y, sin mucha urgencia, el nombre que habrá de llevar el disco.

Para esto último, la primera idea que surge es Sin tratos, frase que también da tíulo a una de las canciones por grabar y que, además, resume la postura del grupo como tal y ante el mundo: en tratándose de nuestra música, somos absolutamente intransigentes y verticales; no hay medias tintas, no hacemos concesiones; es música sin tratos, sin condescendencias; si alguien habrá de aceptarnos, tendrá que hacerlo admitiendo nuestra naturaleza, nuestras ideas y nuestra forma de expresión, que es el blues y el rock and roll; podemos, en el camino, aprender y adoptar nuevas maneras de decir las cosas, pero la experiencia habrá de partir de certidumbres éticas y estéticas, de una moral revolucionaria que no pacta ni se vende.

En este sentido, Vieja Estación resucita la inmoderación y la rebeldía de la que surgió el rock and roll y en la que se formó parte de la generación de los sesenta, con su carga de ingenuidad incluida. Por eso, no podemos escuchar a Vieja Estación sin percibir en su música y en su actitud las palabras del Che Guevara: Prefiero morir de pie que vivir arrodillado.

martes, febrero 14, 2006

Todo cachorro tiene su madrugada.

Era como si después de haber estado caminando por la noche hueca y al viento,
atravesara una alta concha vertical, hacia la costa de un mar interior

Dylan Thomas, Portrait of the artist as a young dog


¡Por fin! En estos días tendremos en nuestras manos y para gozo de nuestros oídos Todo perro tiene su día, el nuevo disco de Vieja Estación. Por eso y con el propósito de registrar pasajes de su historia, vayamos a la madrugada de su nacimiento.

Y mientras lo hacemos, no olvides apartar tu disco. Es conveniente hacerlo, porque se trata de una edición especial y limitada; así que si te interesa, melómano lector, pregunta por esta joya en Ruta 61... o llama al 04455-2309-7187).

domingo, febrero 12, 2006

Ruta 61 en Horizonte 108

Este jueves 16 de febrero, Radio Horizonte (108 de FM) transmitirá en vivo desde Ruta 61, la música de tres de las mejores bandas de la ciudad: Vieja Estación, Las Señoritas de Aviñón y El Charro y sus Moonhowlers.

Yo todavía no sé que hacer: sintonizar la estación, de las ocho a las diez de la noche, acurrucado en mi cama, con un plato de Rice Krispies, un sanguich de jamón y un choco milk en vaso de café de chinos, o darme una vuelta por el bar y comenzar desde ese día el fin de semana, para disfrutar no sólo de los grupos sino también del buen servicio que ofrece siempre nuestra querida casa de blues.

Lalo Serrano, cuya sonrisa es siempre la mejor bienvenida, ha formado un excelente equipo de trabajo.

Pablo, el capitán, es además dueño de otro lugar, el Che Gaucho (Aguascalientes 225, colonia Roma), restaurante de comida argentina donde me gusta pedir bife de chorizo o ravioles rellenos de espinaca, con un vaso del mendocino Magallanes.

Gabriela es hermana de Pablo, y, desde que ella está en la cocina, los Dedos de Pollo me saben de veras exquisitos. Yo no sé si Gaby interviene en su preparación –acaso es Memo quien se encarga de ellos-, pero... ojos que no ven corazón que siente lo que quiere.

Guillermo, argentino, es la salvación de la cocina. Tuvimos malas experiencias, cuando los platillos los trabajaba una señora fea y malencarada, una mujer con profundos resentimientos de vida. Todos estábamos pagando su amargura en nuestro paladar. Luego vino Ernesto, admirador de Charles Atlas. Por último –y con la esperanza de que dure mucho tiempo-, llega Guillermo, cuyo toque cordobés siempre se agradece.

José Luis es, sin duda alguna, el mesero estrella del bar. Su experiencia en el ramo del servicio al cliente, lo ha vuelto un elemento indispensable para que la noche pase sin contratiempos. Desde que la gente llega y hasta que Lalo grita ¡vaaamonooos!, Pepe no descansa un segundo: sube, baja, distribuye pedidos, se mueve entre la gente con la agilidad de quien conoce perfectamente el campo de acción. Cuando quiero ser atendido como si fuera rey, es a Pepe a quien le asigno mi cuenta. Otra de sus múltiples ocupaciones es, fuera de Ruta 61, la venta de seguros para padres que quieren garantizar los estudios universitarios de sus hijos desde que éstos son unos escuincles (si tienes, lector, niños pequeños... no dudes en llamar a Pepe, que él sabra explicarte las bondades del programa de becas).

Claudia de la Concha no sólo es una buenísima mesera, sino que además canta delicioso (era la voz de Matera, banda que ya desapareció). Por eso, Las Señoritas de Aviñón la invitan seguido a subirse al escenario, para hacer los coros de Unchain my heart o Mustang Sally (antes, se echaba The spider and the fly, pero creo que Claudia ya se hartó de hacerlo).

Lorena, nuestra hostess, con sus ojos grandotes y su sonrisa de niña formada en escuela de monjas, es la ternura andando. El primer beso que recibo en Ruta 61 es el de ella, un beso que anuncia sana diversión.

Eric, que maneja los asuntos de caja, tiene absoluto control de lo que entra y de lo que sale. A pesar de la gran responsabilidad que lleva a cuestas, siempre anda con esa tranquilidad que tanto nos sorprende. Además, ¡qué paciencia tiene para esperar a que los últimos parroquianos decidamos abandonar el bar!

Celeste y Jimena, cordobesas como Guillermo, son –además de meseras de Ruta 61- estudiantes de medicina que llegaron a la Ciudad de México a curarnos el hastío.

Mariana es estudiante de etnología en la ENAH. La otra noche, esta lindura de niña con sangre colombiana me estaba platicando de Bronislaw Malinowski y de Claude Lévi-Strauss, cuando llegó Pablo y le recordó que, además de La Tía Juanita, había otros clientes esperando ser atendidos. Para colmo de gracias, Mariana nos dijo a José Luis Sánchez (Josefáin, tecladista de Vieja Estación) y a mí que le encanta Frank Zappa. Fácilmente podrás imaginar, querido lector, que ambos –devotos del Prodigio de Baltimore- quedamos patidifusos y boquiabiertos, al comprobar que Dios es grande.

Dannet es la más chiquita de todo el equipo. Su cara de pecosa traviesa me hace pensar en Dennis the Menace. De cualquier manera y a pesar de su juventud, Dannet puede convertirse en una excelente mesera apenas descubra que las propinas pueden ser muy pero muy buenas.

Rafael Martínez es el ingeniero de sonido de Ruta 61, y gracias a su destreza podemos escuchar la música en muy buenas condiciones acústicas. Hace algunos meses, unió su talento a la experiencia de Octavio Herrero y a la calidad extraordinaria de Vieja Estación, para que esta banda grabara un nuevo disco, que está a punto de salir a la venta (es conveniente apartar un ejemplar, porque se trata de una edición especial y limitada; así que si te interesa, melómano lector, pregunta por esta joya en Ruta 61... o llama al 04455-2309-7187).

Y Francisco, el nuevo bar man, ocupa el lugar que dejó nuestro estimado Adrián (antes de él, la barra estuvo en manos de Gaudencio, hijo de la señora fea que entonces estaba en la cocina; resentido y amargado como su madre, el tal Gaudencio no tenía ni la menor idea de cómo tratar a la gente ni cómo servir un buen vaso de whisky). Aunque acabo de conocerlo, Paco me parece todo un profesional, a tal punto que con él he decidido cambiar de Johnny Walker etiqueta roja a Chivas 12 años.

A este gran equipo se une en ocasiones especiales Jessica, esposa de Pablo. También y como gesto de profundo cariño, los miembros de Vieja Estación y Hernán Silic se arremangan a veces la camisa y realizan labores de casa. ¿Por qué? ¡Porque Ruta 61 merece eso: que excelentes músicos rindan homenajes prácticos a Lalo Serrano!

Ya decidí: el jueves voy a Ruta 61.

miércoles, febrero 08, 2006

Escribe Iván Lombardo.

Como en este blog pueden escucharse todos los teclados, he publicado en distintos momentos las palabras de otras personas. No hace mucho, por ejemplo, pudimos leer aquí a nuestra querida Marie. Hoy, por segunda vez, Iván Lombardo nos regala sus pensamientos.

Para darle cierta variedad a El blues de la estufa divina, trataré siempre de conservar el estilo particular de los colaboradores: su sintaxis, sus vocabulario, sus figuras retóricas, etcétera. Sólo me meto, pues, con la ortografía.

Dejo con ustedes, entonces, a Iván Lombardo, exintegrante de Las Señoritas de Aviñón.

Nota: La imagen que aquí aparece de Billy Branch es un trabajo conjunto de Fernando Nielli y La Tía Juanita.

Querido Agustín:

Hablé anoche con el Rey Abejorro (Lalo Serrano), quien me comentó algunos incidentes que se han desarrollado con las cucarachas y que tienen a la comunidad ruteña algo (muy) molesta.

Aquí sí quisiera encontrar la coda para entrar en una polémica y expresar mis observaciones ante tal conducta (y dejo mi primera brisnada), puesto que consiente de lo que un instrumento, aparentemente tan inofensivo puede causar.

Creo que existe una muy mala educación (de entrada) de parte de los que como yo en algún momento deciden que su camino va por la armónica. Bien dicen los críticos que con la armónica, con tres notas, puedes impresionar al respetable. Sí, efectivamente, tienen razón; pero creo que el punto va más allá, y entonces hay que remontar hasta grados de inconciencia tal que nos obligan necesariamente a reprender a la comunidad armoniquera en su totalidad (¡viva Stalin!).

El asunto no es tocar la armónica, cualquiera puede hacer un rif, toda una escala, un trémolo (hoy y aquí, me refiero al estilo nacional) abusado de sobremanera, algunos chuncks y algo de snorring; eso es relativamente fácil (hasta yo pude). El problema es cómo y cuándo tocarlos, cómo entrar y cuando salir.

Un armoniquista nunca debe tocar durante el solo de requinto. La mayoría de los compas lo hace. No se debe solicitar permiso para subir al escenario, a menos de que se tenga un mínimo de relación con la banda que toca, y se debe estar consiente del tipo de concierto al que se asiste (ahí aplica a cualquier instrumento). De la banda o el músico de que se trate, dependerá la respuesta. No hay que ofenderse si lo mandan a uno por un tubo. Y más importante sobre este punto hay que entender cuándo hay que bajarse, ¡Coño, hay que bajarse!

Las vueltas, a menos de que se tenga una condición reconocida de virtuoso, sólo deben hacerse en su mínima expresión. O sea: una y ya; la segunda, en general solicitada por los mismos músicos, es generalmente un fiasco (ni modo los he visto casi con todos).

¡Ah! Y en eso de lanzarse al ruedo, aquí no aplican los mismos criterios de American Idol (mi mamá me dijo o mi novia dice o mis cuates, que son un chin…) pa' la armónica.

Y quisiera cerrar esta primera disertación con algunas premisas (ya me cansé y me batí)

La armónica se toca en la justa relación precio-instumento: cuesta poco, es un instrumento modesto; se debe tocar poco, pero bien (bueno, hay que aclara que hay que practicar mucho más, por lo mismo; eso es inversamente proporcional).

La armónica se debe tocar con gusto, así sea un blues más triste (ya'know wath I mean); si no, pasa de triste a patético. Y debe provocar lo mismo (sobretodo a los de la banda).

Si seguimos bien la lección, obra magistral a cargo de La Vieja Estación, haciendo de grupo de backup (cosa muy difícil que habrá que abundar en siguiente disertaciones), diré para cerrar, que la armónica es un instrumento (curiosamente) de backup y sólo debe ceñirse a ello. Acompañar en momentos (sólo momentos muy precisos), adornar, colorear con un mínimo elemento la interpretación de otros. Si no es así, entonces estamos hablando de Billy Branch (bueno hay dos o tres glorias nacionales que hacen la excepción).
Mi querido Agustín, ya me voy antes de que me vayan en esta oficina, no sin antes abrazarte y mandarte desde la lejanía del retiro que como ex-armoniquista me autoimpuse (mucho debido a las razones mencionadas) un saludo muy bluesero y muy séntido, lleno de camaradería.

atte.

Iván
a.k.a
Middlewalter Lombardo (eso me lo puso el bate de La Piedad)

martes, febrero 07, 2006

La última noche de Billy Branch (tercera parte)

Subo aquí más fotos del sábado. Pueden ver las del viernes si aprietan la palabra tiroriro, que es la onomatopeya de los instrumentos de viento.

Mientras, escucho un disco de Ornette Coleman que me prestó Octavio Herrero: Free Jazz, a collective improvisation by the Ornette Coleman Double Quartet. ¡Una belleza! Mi más viejo amigo se atrevió a recomendarme esta grabación porque me ha visto conmovido ante Eric Dolphy, que en esta grabación toca el clarinete (tiroriro), su instrumento de virtud.

El mismo Octavio y Cecilia, su esposa, me regalaron hace poco The Essential Eric Dolphy. Sabían ellos que yo distinguía en este músico a una verdadera Madre de la Invención, es decir, que en el angelino se evidencia una de las más importantes raíces de Frank Zappa, todas ellas reconocidas por el mismo prodigio de Baltimore desde los 26 años, cuando aparece Freak Out! (1966).

En este disco seminal, son mencionadas 179 personas como importantes contribuyentes en la música de las Madres: Sonny Boy Williamson, Buddy Guy, Albert Collins, Maurice Ravel, Silvestre Revueltas, Arnold Schoenberg, Elvis Presley, Ravi Shankar, Brian Epstein, Bob Dylan, Phil Spector, Capitán Beefheart, Charles Mingus, Pierre Boulez, Antón Webern, Igor Stravinsky, Willie Dixon, Guitar Slim, Edgar Varese, Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Eric Dolphy, Johnny Guitar Watson, Clarence Gatemouth Brown, Karlheinz Stockhausen, Big Mamma Thornton, Lightnin' Slim y Charles Ives, entre otros.


Como toda lista de supuestas influencias, se trata en realidad de una letanía de pasiones del momento (y ello define la personalidad del joven Zappa a los veintiséis años: un omnívoro del arte y la cultura de su tiempo). La influencia de varios no necesariamente puede detectarse, y acaso sólo sea un herencia anímica, espiritual, ideológica o lo que sea. Pero en el caso de Eric Dolphy, su peso en la música de Zappa es muy presente, y no me refiero únicamente a The Eric Dolphy Memorial Barbecue, pieza que aparece en Weasels ripped my flesh (1970) y, con letra, en The best band you never heard in your life (1991, aunque se trata de grabaciones hechas en 1988), sino a una manera general de concebir la música.

¿Saben qué vamos a hacer? Voy a subir tres piezas a la estufa color de rosa: Les, de Eric Dolphy; y The Eric Dolphy Memorial Babercue, de Zappa, en sus dos versiones (en estudio y en vivo).

Escuchémoslas en ese orden, y no se espanten de que la versión en vivo termine con El Danubio Azul. Muchos han pensando que ésta es una señal clara de que Zappa está parodiando a Eric Dolphy. Yo no lo creo, para mí se trata de un sentido homenaje (aunque la letra sea una payasada). Lo que pasa es que Zappa no sabe estarse serio: es de los que, en los funerales, cuentan chistes de necrofilia y hacen reír hasta a la viuda.

Si no encuentran la estufa arriba a la derecha, búsquenla hasta abajo. Ojalá puedan escuchar la música. Si no, pues llevo los discos a su casa y me invitan un whisky (cosa que voy a hacer con mi querido amigo Josefáin).

¡Vean esta foto, Las Señoritas del Dark!

Noticia de última hora: B.B. King perdió a su perrita, una maltés negra de dos años y cinco kilos llamada Lucille (qué raro). Si alguien la encuentra, comuníquese inmediatamente con Matthew Lieberman, agente del rey del blues, porque este gordo precioso ha prometido como recompensa una guitarra autobiografiada.

La última noche de Billy Branch (segunda parte)

Me escribe nuestro amigo Iván Lombardo, como respuesta a lo puesto junto a una foto donde aparezco con él (no es la que aquí pongo, donde Iván conversa con Octavio Soto, el Charro, sino una de las que aparecen al apretar la palabra jitanjáfora).

Transcribo las palabras de Iván.

Mi querido Agustín, me alegran tus comentarios bloggeros. Te saludo, con una cruda de desveladas verdaderamente mortales: la condición física es precaria, y este tipo de eventos marca sus cicatrices de forma cruel e inexorable.

Me parece que has confundido y llevado más allá lo del blues y el buen sexo, y quiero aclarar que yo, en lo particular, conocedor de limitaciones como músico (de lo que me siento bastante conforme –e insisto que la base armónica de mi I’m a man es la correcta), he decidido dejar mi legado en otros ámbitos. Para muestra, un botón: la pequeña Miranda es la obra maestra de mi vida, quien ha logrado arrancar verdaderos furores y que fue hecha con todo el rigor de una pieza magistral (como siempre digo ante los elogios: ¡imagínate lo que fue hacerla…!).



Dices:

-Aunque, claro, al sexo le pasa lo que a la armónica: todos nos creemos Billy Branch.

Aquí estás llevando de manera extraña un concepto que ya habíamos resuelto. Una cosa es creerse Billy Branch y otra cosa es que Billy Branch te lleve a estados de placer iguales o más allá que lo que un orgasmo te puede llevar. Lo mismo puede sucederte una noche en la ópera o en una película; pero no sales del cine sintiéndote Kurosawa o de la ópera sintiéndote Joan Sutherland.

Si lo dices por el asunto de las cucarachas, creo que estás llevando un asunto viejo y pasado al presente de forma innecesaria. Aprovecho y aclaro: yo ya no estoy en el negocio de hacerme figura de la música; yo sólo la disfruto.

Más bien –y como lo decía-, creo que mi época de músico fue por rapaz e irresponsablemente correcta; y, como en las más cursis descripciones de glorias pasadas, te diría, mi querido Agustín, que si yo hubiera (y no pienso entrar al asunto del hubiera), si yo hubiera sido constante y disciplinado, imagínate qué clase de músico habría sido.

También dices:

-Sin embargo, yo no quedé muy seguro de unirme a esa observación antropológica.

¡Maestro, no es antropología! Entonces, ¿dónde queda la sensibilidad, dónde queda la capacidad de maravillarse? ¿Qué, acaso se han cerrado las puertas de la percepción y se han abierto sólo ventanillas antropológico-sociológico-psicológico-histórico-ilógicas? Pentiti celerato.

Querido Agustín, te mando un abrazo, todavía con el furor de la magistral cátedra que nos dio el maestro Branch.