lunes, febrero 20, 2006

Todo perro tiene su día III

El pasado es a veces un río que me arrastra cuesta abajo
(E.E.)

Martes 30 de noviembre de 2004. Las sesiones de grabación comenzaron a media tarde, entre hamburguesas, whisky, papas a la francesa, refrescos, cervezas y salmón ahumado. Ese mismo día, tuve la fortuna de escuchar a Ezequiel Espósito, en audición privadísima, cantar canciones que él y un amigo (Nicolás Bereciartúa) habían grabado a principios de 2004. Son canciones que quién sabe si algún día se integren al repertorio de Vieja Estación. Lo dudo, parecen cosas muy personales, canciones nocturnas, canciones de ausencia y desolación, corazones escondidos en maletas de viaje, sillas viejas, collares de piedras, pesados y tristes, más tristes que la tristeza; precipicios, lluvias vespertinas, espaldas donde juegan nubes, dulzura de mujer que nos rescata del abismo, amigos zorros que de noche buscan conejas; el pasado, siempre el pasado, río que jala, pasado siempre presente, por más que lo vivido, bien o mal, vivido está.

Ojalá que algún día el Polaco decida darlas a conocer, al menos para que quienes admiramos y seguimos a la banda tengamos la oportunidad de rastrear hacia atrás y hacia todos lados los procesos de creación y composición de todos y cada uno de los miembros de Vieja Estación. De esta manera, el escucha atento descubrirá, a propósito, que si la música del grupo ha evolucionado tanto en su capacidad expresiva como en la ejecución de la orquesta, es claro que algo semejante sucede con las letras, donde se encuentran hoy mayores destrezas poéticas, imágenes más nítidas de lo que se quiere describir o contar, siempre sin perder la necesaria sencillez que exige una buena canción; no hay petulancia intelectual ni abstracciones imposibles de descifrar; hay, eso sí, un tema recurrente, del que hablaremos en otro momento. Por ahora, volvamos al recuerdo de esa tarde, cuando, de forma natural y desde el primer momento, las complicaciones brotaron como lombrices, sobre todo en el envío del audio hacia los audífonos.

Es curioso, porque a pesar de que se trata de un problema inherente al inicio de toda grabación, esto siempre causa nerviosismo, frustración, cansancio y enojo. Comienzan los reclamos y los roces…

Tomy, Nacho y Mauro insisten que algo anda mal con la señal, y Octavio explota:

-¡Pero es que acuérdense que ahorita los instrumentos no están ecualizados!

No, yo sé, yo sé –señala Tomy-; el problema es el volumen en los audífonos.

Octavio se acerca a Rafael, y le pregunta que qué está pasando. Decente pero contundente, Rafael habla con la mirada en los controles:

-A ver, Octavio, no me presiones.

Más tarde, llega Lalo Serrano, el sediento dueño de Ruta 61. Al ver que no hay cervezas, jala a Tomy y se lo lleva a la miscelánea más cercana. Mientras, Mauro, que nunca pierde la compostura ni las buenas maneras, trata de explicar la sensación que experimenta con estos audífonos:

-Se escucha con cámara. Se escucha como si estuviera sonando el equipo, pero en otra parte. Así se escucha.

Octavio y Rafael hacen pruebas, y Mauro advierte:

-Ahora no se escucha el bajo, como si estuviera apagado recién.

Octavio, que no se va a dejar vencer por los nervios de la banda, propone:

-¡A ver, a ver, todos hagan oooooommmmm!

Regresan Tomy y Lalo, y en esos momentos el segundo recibe llamada en su celular. Parece que se activó la alarma de Ruta 61.

-¿Quién toca hoy, Lalo?, pregunta el Polaco.
-Blue Anima…

Tomy y Mauro no se sienten cómodos en el salón de Nacho, así que deciden pasarse a la recámara contigua. Octavio prueba los audífonos del baterista:

-¡Bueno, Ignacio! ¿Ahí estás escuchando?
-Y… no sé. Ahora no estamos tocando. Lo que escucho es un grillo.
-Sí, se está colando un grillo que están en el techo.

Octavio mueve el amplificador del bajo… y tira la cerveza.

Miren, yo sé de ambientes! Todo va a resultar bien, dice Octavio mientras limpia con cualquier cosa su tiradero.

-Pará, pará. Hay que hacer algo, Nacho, porque sólo se escucha el tacho.

Lo anterior lo dice Tomy a gritos, así que todos se enojan…

-¡Por favor, boludo! ¡Qué tipo más duro, me cago en Dios!
-Yo escucho perfecto. Pero ahora que ellos pidan lo que necesitan. Me van a cagar las pelotas.

Mauro, siempre tan respetuoso:

-Me parece, digo, para mí, ¿eh?, yo, no sé los demás, que ya está perfecto.
-¿Y tú, Nacho?
-Y… ¡que alguno me explique qué es la perfección!

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