viernes, agosto 31, 2007

Steve Tallis en Ruta 61

No me queda muy claro el concepto de blues tribal utilizado por Steve Tallis para definir lo que hace, así que entro a su página para conocer y escuchar a este australiano cincuentón (admito que ser del tostón le otorga a Steve el primero de mis créditos, y lo vuelve un ser confiable a mis oídos).

Lo primero que me sorprende es la frescura de su voz, que no delata edades ni agotamientos físicos (nació en 1952). A ello se suma su aspecto jovial y picaresco, mágico y atemporal.

Me encuentro con varias piezas de los álbumes Jezebel Spirit (2006) y Loko (2004). ¡Deliciosos ambos, sensacionales, maravillosos, necesarios! Entre ellos hay coherencia, pero también diferencias significativas. Hablemos, por ahora, de los aspectos unitarios.

La personalidad musical de este hombre nacido en Maylands (acordes abiertos, rasgueo violento y desenfadado, voz gangosa y callejera, destreza melódica y acertado fraseo), hacen de sus canciones joyas que bien podrían confundirse con la juglaresca de los sesenta, a la vez que ligarse fácilmente con la Patti Smith de los setenta (es decir, de Horses a Wave) y con ciertos gestos del grunge de fin de siècle.

¿Grunge en un quinceañero de 1967?

Sí, sí, a veces pasa. The soul of man es una canción que podría servir de ejemplo. Pero no me refiero al teen spirit de Kurt Covain, sino a las maneras destempladas de Eddie Vedder, aunque sin su gravedad, sin sus desgarramientos y sin la marca de la almohada en el desordenado cabello. ¡Pues claro que no, porque Tallis no pertenece ni física ni emocionalmente a la Generación X! La del australiano es una música eminentemente luminosa, y no huele a espíritu adolescente.

Es cierto, en Tallis encuentro a un atento melómano del blues (I wonder will my mother be on that train es un exquisito y primitivo canto a capella que parece un mantra, una invocatio pagana ejecutada en un sórdido cruce de caminos; por otro lado, las formas selváticas de Willie Dixon aparecen en Grinning in your face); y hallo también a un hombre capaz de reconocer los valores de generaciones posteriores a la suya. Pero hay más: Al escuchar a Steve, veo en él a un compositor con fuertes raíces en los géneros seminales del rocanrol. That suits me, por ejemplo, primera canción del Jezebel Spirit, me recuerda a Lonnie Donegan, aunque supongo que el skiffle llega a Tallis a través de The Worried Men. Y con Leave you in the hands of my God no es difícil pensar en Woody Guthrie (sobre todo porque también bostezamos a la mitad de la canción).

Son las tres de la tarde del viernes, y me urge salir de la ciudad. Tengo que llegar a Acapulco a medianoche, para estar junto a la cama 606 de Gerardo Aguilar Tagle, leyenda viva del rocanrol, quien permanece aún en el Hospital General Regional Vicente Guerrero. Tendré que dejar a medias este artículo y terminarlo en una segunda entrega. Para colmo, no podré asistir mañana, sábado 1 de septiembre, a Ruta 61, cuando se presenta Steve Tallis, acompañado de una excelente percusionista, mi querida amiga Montse Revah.

Te pido, lector explorador, que vayas mañana a Ruta 61, para que luego me cuentes y me des tus impresiones. Llegandito al bar, acércate a Lalo Serrano y hazle saber que vas de mi parte y que yo te invito una cerveza (que la ponga en mi cuenta).

Cierro esta entrega con los hermosos versos que Pedro Miguel escribió hace unos días para mi gemelo precioso (has de saber, vate inmediato, que Gerardo pudo escuchar por teléfono estos amorosos cuartetos, y gracias a ellos desaguó una bolsa más de ocre bilirrubina).

Nota lector, que Pedro Miguel habla de la cama 605. No es un error, sino que ésa fue la primera alcoba que tuvo el ex guitarrista de Mamá-Z en el piso 6 del hospital.

Puesto que vuelve a postear,
y aunque le duela el ombligo,
me doy cuenta que mi amigo
El Tlacuiloco se va a curar.

Ya nos vuelve a jorobar
y aunque sea un crucigrama
lo que sale de su cama,
El Tlacuiloco se va a curar.

Cantinero, hay que cuidar
la cama 605
que alguien ahí pegó un brinco
y que el paciente se va sin pagar.


Todo eso me hace pensar
que este paciente tozudo
ya pasó por lo más rudo
y el Tlacuiloco se va a curar.

sábado, agosto 25, 2007

All you need is love

Gerardo Aguilar Tagle y Octavio Herrero
Leyendas vivas del rocanrol
Ya pronto amanece, Gerardo, ya pronto.
En este momento salgo a Acapulco...

lunes, agosto 20, 2007

Phil-o-sofía de la música como fenómeno sexy (primera parte)

Jueves 17 de agosto. Su rostro mofletudo y su pelo ensortijado de tinte azabache, dan a Phil Guy un aspecto gracioso, casi caricaturesco, a la vez que rejuvenecen a este hombre de sesenta y siete años de edad nacido en Lettsworth, Lousiana.

Parece un niño grandote que acaba de lanzar ajolotes de Pátzcuaro al baño de las niñas. Sin embargo, se trata de un hombre afable, sereno, poco expresivo fuera de escena. Podemos incluso quedarnos con una idea equivocada de su humor, si olvidamos que no habla una gota de español.

Nos dejan solos, en la parte superior del bar, cerca de la cava. Mientras, en la pantalla se proyecta un viejo concierto de Big Mama Thornton (1926-1984), deliciosa, juguetona, también infantil (percibo en muchos músicos de blues un espíritu de dulce puericia, como si todo en la vida fuera un juego). Nos dejan solos, digo, y no me queda más que brindar con Phil: choco mi vaso de whisky con su vaso de jugo de frutas, en el momento en que Ignacio Espósito revisa el sonido de sus tambores. La batería esconde el tilín de nuestros vidrios, y Phil resume el instante con un aforismo:

-Drummer is always the noise man
, me dice casi en secreto.

Pero su sentencia no es queja, sino que con ella intenta disculpar a su baterista. Un árbol es un árbol, y su comportamiento no es discutible. Hay en el universo naturalezas fijas, y endemias irreparables en toda banda de blues. Al ajustar su parafernalia, el baterista es una enfermedad intolerable; luego, como por arte de magia, ese mismo barbaján se convierte en el corazón de la música, y es hasta entonces cuando perdonamos su manía por el redoble prematuro y agradecemos con creces el control que asume de ese flujo de movimiento puro que es la música orquestada, portento y confabulación de sonidos artificiales.

Además, ahora que ya se ha soltado Vieja Estación con un buen rocanrol para introducir el concierto, Phil pela los ojos y hace un gesto de aprobación: A great band! –dice como para sí mismo-, a great band!

Terminan las tres piezas preliminares, y Santiago Espósito anuncia la presencia de Guy en el lugar. ¡Sí, ahí baja, por las legendarias escaleras de Ruta 61!

Con una mezcla de parsimonia y sorpresa, el guitarrista sube al escenario entre los aplausos de la gente, que se pone de pie y da la bienvenida muy a la mexicana: divinización inmediata, veneración desbordada, amor del bueno, sin condiciones (no te conozco, pero ya eres mi héroe, mi cuate, mi carnal), manifestaciones propias de un pueblo diestro en fingir sentimientos y en desplegar una hospitalidad casi enfermiza. ¿Por qué? ¡Pocos saben quién es, pocos lo han escuchado, sólo unos cuantos lo ubican, apenas algunos saben de su hermano George! ¡Pero los chilangos somos pródigos en zalamerías! Nada nos preocupa más que el bienestar del Otro.

¿Por qué nos desvivimos por el fuereño? ¿Acaso es por la nobleza de nuestros corazones, por una bonhomía natural, por sabiduría y munificencia? ¡No, qué va a ser eso! Nuestra hospitalidad nace de un pensamiento perverso: un ser contento se vuelve manso, deja de ser peligroso, se adormece, se vuelve Polifemo borracho; se queda a nuestro lado, adormecido, y entonces es fácil sacar provecho de su feliz letargo. ¿Y nosotros, quienes somos? Nadie, señor, somos Nadie, sombras que algo pueden conseguir asombrados, ensombrecidos y entre sombras, a fin de cuentas.

¿Y qué provecho podemos sacarle a Phil Guy que no sea su música? ¡Ninguno! Ninguno es otro de nuestros nombres, y nuestro aplauso no es el reconocimiento entusiasta del melómano sino un simple acto reflejo: estamos ante el tlatoani de la noche, él es ahora el que habla, hagámoslo sentir que lo escuchamos.

sábado, agosto 18, 2007

In memoriam

Max Roach
1925-2007

Driva´ Man es la primera pieza del álbum We insist! Freedom Now Suite, de 1960, con Abbey Lincon (voz), Coleman Hawkins (sax), Booker Little (trompeta), Michael Olatunji (percusiones) y Max Roach (batería). Sólo Abbey vive aún, con 77 años de edad.

La maravillosa portada merece ser reproducida...

miércoles, agosto 15, 2007

) ¡Ya llegó Phil Guy!

Algún día escucharás la voz de un adolescente cerca de ti:

¿Es cierto, abuelo, que tu viste y escuchaste a Phil Guy en vivo,
una noche de agosto de 2007?

¿Es cierto, abuela, que Phil Guy te miraba a los ojos
mientras cantaba Say what you mean?

No decepciones a tus nietos:
nos vemos esta noche en Ruta 61.

Si estás interesado, lector voyeur, en asomarte a la primeras dos noches de Phil Guy en México, apachurra Este, que ves, engaño colorido o la vieja camarita que aparece en la barra de enlaces ubicada a tu derecha.

Si no ves dicha barra desde el principio, es probable que se encuentre muy abajo. En ese caso, jala la cápsula mueble (haz scrolling, pues) hasta topar con la parte inferior de la bitácora. En el camino encontrarás la mentada cámara.


Elvis has not left the building

Gerardo María Aguilar Tagle, leyenda viva del rocanrol, gemelo precioso y extraordinario dibujante, está bien. Ayer, martes, ingresó de nuevo a un hospital, esta vez del Seguro Social, en Acapulco, porque hoy le harán una tomografía. Todavía no quiero cantar victoria, pero creo que esto no pasará de un susto. Dios es grande, a pesar de su incierta existencia.

Rebeca meets Zappa

Rebeca Alvarado, nuestra hermosa corresponsal en Tulsa, Oklahoma, asistió la noche del pasado lunes al concierto que en esa ciudad ofreció Dweezil Zappa, el segundo hijo del Genio de Baltimore (Moon Unit es dos años mayor; le siguen Ahmet y Diva), y nos envía fotos frescas tomadas al calor del entusiasmo y el placer de una música inmortal. Leamos el primer mensaje de Rebeca:

¡Agus, buenos dias! Tuvimos suerte: estuvimos casi arriba del escenario, tomando fotos. Te las mando por correo. Además, grabé un poco del concierto (en cuanto lo baje a la computadora, también te lo mando).

¿Como va tu hermano? Todo va salir bien en la operación. Un monton de besitos para ambos.


A continuación, salidita del horno, la crónica completa del concierto Zappa plays Zappa en Tulsa...


Las puertas del Cain’s Ballroom abren a las siete de la noche, y los madrugadores entramos de manera ordenada y con las mariposas de Macondo en el estómago. A las ocho en punto, la sala se oscurece y el escenario se ilumina: ¡Comienza el concierto en homenaje a Frank Zappa! Comienza la música insólita y casi inaudita de uno de los más grandes compositores del siglo XX (él prefería definirse de manera sencilla pero tajante: an american composer).

El concierto es para toda la familia, así que sólo venden hotdogs y cervezas. ¡Bueno, bueno, no hay problema, podemos comportarnos, trajimos a nuestros hijos, demostremos que somos gente civilizada! Todos guardamos compostura. Pero a las diez de la noche, la gente ya no puede más: se suelta las amarras, baila, brinca, aplaude, aúlla, gime de placer. Aprovecho la confusión y me voy hasta adelante para tomar las fotos (traigo un permiso especial, porque a este tipo de espectáculos no está permitido introducir cámaras fotográficas).
El concierto, Agus, me parece fabuloso, lleno de sonidos y colores que se entrelazan armónicamente entre sí y con la euforia de quienes presenciamos y sentimos la música.

Tuve la oportunidad de escuchar, antes de estar aquí, en el concierto, un par de piezas de Frank Zappa interpretadas por él mismo, digo, como para poder comparar. ¿Qué te digo, qué te digo? Dweezil hace justicia a su padre, tanto en la destreza interpretativa, genial por sí misma, como en la locura sin amarras (depende de cómo se vea). La banda hace aproximadamente cincuenta canciones, muchas de ellas no pensadas originalmente para guitarra; pero parece que Dweezil lleva años estudiando la música de su padre, así que su guitarra suena natural, muy ad hoc.

El invitado de la noche, Ray White, exvocalista de Frank Zappa, tiene como tarea interpretar y recrear el ambiente de un concierto original de la manera más fidedigna posible.

Ray White entró en la banda de Zappa en 1976, y al año siguiente la abandonó (al parecer por motivos religiosos). Volvió a la banda en 1980 para quedarse hasta 1987. Para la gira de 1988, Ray no apareció en los ensayos, así que su puesto fue ocupado por Mike Keneally. A juzgar por la emoción de la gente, puedo decir que Ray cumple con la faena de recreación de manera espléndida.

Y llega acaso la parte más emotiva del concierto: cuando la banda anuncia las dos siguientes piezas, Cosmik Debris (del álbum Apostrophe, de 1974) y Montana (del álbum Over-Nite Sensation, de 1973), sube al escenario el mismísimo Frank Zappa (de manera virtual, gracias a la magia de la tecnología).

¿ Y mi hijo, cómo toma lo que está escuchando? Carlos Alberto tiene 12 años de edad y una gran admiración por los Beatles (en particular, por John Lennon). Le pregunto qué piensa de lo que escucha ahora: es bueno, me dice, me gusta la música, aunque no entiendo las letras.

Agus, que bueno que Gerardo está mejor. Verás que todo sale bien en la tomografía y que de aquí en adelante todo estará muy bien. Te mando un besote y un abrazo.

Rebeca


Y para colmo de alegrías, Phil Guy en Ruta 61…

El sábado 26 de septiembre de 1992, aproximadamente dos años después de que los arquitectos Teodoro González de León y Abraham Zabludowsky remodelaran el Auditorio Nacional, se celebró en ese recinto un maratónico concierto de blues, con la presencia de Robben Ford, Robert Cray, B.B. King, Albert King y Buddy Guy.


La música comenzó a las ocho de la noche, con Robben Ford y su banda (¡Ai' la llevas, güero!, recuerda Octavio que alguien entre el público gritó entusiasmado al escuchar uno de los solos del guitarrista), y cuatro horas más tarde aún seguíamos ahí, entre el público, con excelentes lugares y con Buddy Guy, su guitarra moteada y su sonrisa de Gato de Cheshire.

Sí, asistimos en bola, Octavio Herrero, Cecilia García-Robles, Jorge Escalante, Lupita –su novia-, José Hernández, Guadalupe González, Alejandra Ortiz Canseco y el que esto escribe, encantados con el nuevo estilo del lugar, muy primer mundo, muy postmoderno. Con servicio de cantina, por ejemplo. Ya podrán imaginarse: en los intermedios, Jorge y Lupita consumieron ron como si les hubieran confirmado la inminente extinción de la caña de azúcar, y fueron durante unas horas Richard Burton y Elizabeth Taylor en Quién le teme a Virginia Woolf? Yo no. Yo casi no tomé (dos vasitos de whisky, apenas), porque para mi fortuna Alejandra siempre supo controlarme la manía esa que tengo de excederme en todo. El sistema de control era muy simple, aunque se extendió durante tres lustros: mi difunta esposa tenía en sus manos el dinero de la casa, las tarjetas, la chequera, las llaves del carro, los billetes, las monedas, el dominio de la lavadora, el mejor baño del departamento, la soberanía de mi vida (hasta para comprar cigarros tenía yo que hacer una solicitud con doce horas de anticipación). Así que esa noche, en el Auditorio, bastó una de sus miradas para hacerme entender que acababa ella de decretar ley seca en su jurisdicción (y yo era el único habitante de ese territorio macabro llamado amor). Pero como me vio con ganas de algo, sacó de su bolsa lo que había metido de contrabando a la sala…

-¿Se te antoja una jícama?
-¿Qué?
-Traigo un toper con jícama cortadita, mira…
-Jícama…
-Mmm, qué rica… A ver, no te enojes, mi amor.


Me puso en la boca una rebanada de jícama con chile piquín, y la empujo con un beso tipo Stalin. Así era mi mujer, mi amor, mi cruz, mi cielo, mi dios, mi demonio, que en paz descanse.

El concierto fue parte del llamado Mexico City Jazz & Blues Festival II Edition, que consistió, si bien me acuerdo, en tres veladas espectaculares. La página electrónica del Auditorio registra los hechos de entonces con errores crasos: afirma que en uno de los conciertos participó Chuck Berry. ¡No es cierto, me niego a admitirlo! La única vez que Berry dio un concierto en México fue en agosto de 1974 (creo que fueron dos presentaciones), en el Teatro del Ferrocarrilero. Si Berry hubiera estado en 1992 en el Auditorio Nacional… ¡yo me hubiera enterado, no hubiera faltado y hoy recordaría perfectamente esa noche! Sí, sé que Ray Charles estuvo una noche anterior o posterior a la que nosotros asistimos (porque luego Octavio me confesó que él y Cecilia habían comprado boletos para todas las veladas, y que pudieron ver y escuchar al pianista); pero Berry no estuvo.

La cosa es que Buddy Guy se llevó la noche de ese sábado de septiembre de 1992: su destreza, su blues delicioso, su carisma y su muy particular manera de entender la música como un espacio lúdico, nos hicieron sonreír y aplaudir agradecidos, así como gozar cada instante.

Y si traigo a colación un concierto sucedido hace quince años, se debe a que esta semana tendremos la fortuna de escuchar a Phil Guy, hermano de Buddy.

La música en la sangre

De familia pobre y numerosa, Phil Guy (1940) creció en la pizca de algodón, dentro de una plantación de Louisiana y en un ambiente de escasez absoluta: sin electricidad, sin agua corriente, sin contacto con el mundo exterior. Con el paso del tiempo y con mucho esfuerzo, su padre logró llevar a casa un poco de luz, y así conectar un radio y encender un viejo fonógrafo, aparatos en los que los hermanos Guy (Buddy y Phil, principalmente) conocieron a quienes se convertirían en sus ídolos y en sus influencia: Muddy Waters, Jimmy Reed, Little Walter, Howlin’ Wolf y John Lee Hooker, entre otros.

La pobreza de la familia puede ilustrarse con la siguiente anécdota, contada por el mismo Phil:

Fue mi hermano el primero en tener una guitarra, hecha con lata y alambres. Más tarde, Buddy ahorró dos dólares y consiguió una guitarra vieja y destartalada. Y aunque las condiciones de este instrumento dejaban mucho que desear, yo tenía prohibido acercarme a ella. Para mi fortuna, Buddy se fue a vivir a Baton Roug
e (capital de Louisiana) a estudiar la secundaria, así que yo me quedé con ese tesoro y aprendí a sacarle sonidos. El problema es que sólo me sabía una canción, es decir, la parte de una canción de Jimmy Reed; pero lo que salía de la guitarra me hechizaba tanto que no paraba de tocar ese fragmento, una y otra vez, una y otra vez…


Buddy Guy tiene el blues, y su hermano Phil tiene
el blues, el funk y el rocanrol…

James Brown

Cierta tarde, cuando Phil andaba por los quince años de edad, Lightnin’ Slim llegó a un club cercano, y el muchacho fue a escucharlo. Le llamó la atención el amplificador del músico, no por lo pequeño del aparato sino porque Phil nunca había visto un amplificador. Al verlo tan interesado, Lightnin’ Slim le dio la oportunidad de tocar su propia guitarra eléctrica, hecho que Phil recuerda con enorme orgullo y con admiración profunda.

En la segunda mitad de los cincuenta, su hermano Buddy –quien entonces tocaba en la banda del armonicista Raful Neal- dejó Baton Rouge para irse a residir a Chicago y vivir de cerca el blues de sus ídolos. No lo hizo sin antes recomendar a su hermano con el mismo Raful, de tal manera que éste lo integrara a su banda. Y así fue: Phil permaneció con Raful Neal durante un buen tiempo, hasta que, en 1969, Buddy lo invitó a ir a Chicago para tocar con él (lo hicieron juntos en muchas ocasiones: los viejos aún recuerdan la presencia de Phil y Buddy Guy en el Theresa’s Lounge).

Sin embargo, los estilos de Phil y Buddy son distintos. Mientras que Buddy Guy pertenece a la escuela de Muddy Waters, Phil Guy eligió un sonido que oscila entre Jimmy Reed y James Brown.

Phil se ha convertido en uno de los más sólidos músicos de blues de Chicago, con su mezcla de rocanrol, rhytm and blues, hip hop… Los noventa ya se fueron –afirma el guitarrista-. La gente quiere bailar de nuevo.

Phil siempre está listo para el boogie y para dar a su público lo que quiere, desde un blues de Louisiana hasta una pieza de los Rolling Stones, pasando por Sweet Home Chicago.

¡Aparta tu mesa!


Estamos listos, pues, para vivir la experiencia y gozar de la música de Phil Guy, quien estará acompañado de los irrepetibles miembros de Vieja Estación, banda argentina que ha demostrado no sólo talento y calidad sino, además, una sorprendente capacidad para sostener el alto nivel de músicos de Chicago de la estatura de John Markiss, Billy Branch, Peaches Staten, Grana’ Louise, Dave Specter, Lurrie Bell, Carlos Johnson y Deitra Farr, entre otros (de hecho, el armonicista Billy Branch afirma sonriente: Vieja Estación es mi banda en México).

¡Quedan pocos lugares! Mejor haz tu reservación hoy mismo, para cualquiera de los tres días. Llama a los teléfonos de Ruta 61: 5211-7602 y 5256-0667 (o escribe a eduardo@ruta61.com). El cover es de 200 pesos el jueves, y 250 pesos el viernes y el sábado.

Ruta 61, Avenida Baja California 281, Colonia Hipódromo Condesa, entre Culiacán y Nuevo León, a dos cuadras del Metro Chilpancingo.

Jueves 16 de agosto
200 pesos

Viernes 17 de agosto
250 pesos
Abre la noche Las Señoritas de Aviñón

Sábado 18 de agosto
250 pesos
Abre la noche Vieja Estación

domingo, agosto 05, 2007

¡Te quiero de vuelta y bien!



Gerardo Aguilar Tagle,
leyenda viva del rocanrol,
se encuentra en una situación delicada de salud.
Entre este domingo y mañana lunes será hospitalizado de nuevo
para que los médicos determinen la estrategia a seguir
y actúen en consecuencia.

El Blues de la Estufa Divina abre un paréntesis,
que no se cerrará hasta que mi gemelo precioso regrese a casa
absolutamente curado.
La canción que aparece en esta entrega es Ausencia,
compuesta por la Agustín Aguilar Tagle en 1987,
y arreglada y grabada en 1989 por Las Moscas de Metepec
-Gerardo Aguilar Tagle y Octavio Herrero...


miércoles, agosto 01, 2007

El perro de Claudia anda blues

¡Sensacional estreno!

No será el miedo a la locura
lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación.
(André Breton, Primer Manifiesto Surrealista / 1924)

Quiero que la gente se calle
tan pronto deje de sentir.
(André Breton, Primer Manifiesto Surrealista / 1924)

Todo está aún por hacer,
todos los medios son buenos
para aniquilar las ideas de familia, patria y religión.
(André Bretón, Segundo Manifiesto Surrealista / 1930)

Este sábado 4 de agosto, apenas amarre la oscuridad, tenemos un episodio histórico en Ruta 61. ¡Noche de gala, pues! Te propongo, lector explorador, que nos veamos en nuestro bar, para conocer al recién nacido.

¡Claudia de la Concha
y el Perro Andablues!


¡Ya era hora, carambas! Tenía varios meses sin permiso para confirmar los rumores; y ahora, por fin, ha llegado el momento de decirlo: músicos de Betsy Pecanins, Nina Galindo y Felipe Souza se reúnen en torno a la voz apasionada e impetuosa de Claudia de la Concha, a quien recordamos como figura principal del extinto grupo Matera y por su participación, desde los tiempos del New Orleans (2002-2004), en Las Señoritas de Aviñón.

Esos músicos son Jorge García M. y Tulio Gálvez (guitarras), Jorge Velasco (bajo) y Juan Luis González (batería), cuatro viejos lobos del blues que han encontrado motivos para la confluencia de sueños vueltos música, convergencia cuyo propósito se centra en una nueva lectura de la realidad, una lectura decodificada en sonidos, ritmos, armonías, melodías, gemidos. Y como la música siempre está encima de la realidad, acaso por eso el grupo ha decidido autonombrarse El Perro Andablues, evocación del cortometraje de Luis Buñuel (con guión de él mismo y de Salvador Dalí) que en 1929 atendió los llamados del Primer Manifiesto Surrealista, diseñado y redactado cinco años antes por el genial ayatola André Breton.

Es peligroso
asomarse al interior...


Ése fue otro de los nombres posibles para el cortometraje que acabó llamándose Un perro andaluz. De hecho, el primer título propuesto para la película fue El marista de la ballesta. Tales nombres alternativos me llevan a especular lo siguiente: si Buñuel y Dalí hubieran elegido alguna de dichas posibilidades, la nueva banda de Claudia de la Concha estaría llamándose ahora...

  • Es peligroso asomarse al blues
  • Claudia de la Concha y el marista del blues
  • Claudia de la Concha y el blues de la ballesta
  • Es blues asomarse al interior

No, no es cierto. Creo que no es así. La relación entre el proyecto de Claudia y la película de Buñuel no es la misma que se evidencia en la voluntad de coincidencia que Las Señoritas de Aviñón (la banda de blues) busca con el cuadro de Pablo Picasso. Creo que, en realidad, la nueva agrupación no está pensando en el surrealismo ni en la película del genial aragonés. Sospecho que no hay en Claudia de la Concha y El Perro Andablues deseos de fundar su música bajo los preceptos del surrealismo, sino que simplemente y con absoluta inocencia, encontraron en el juego de palabras y sonidos una manera de resolver el problema que enfrenta toda banda recién formada: la elección del nombre.

Sin embargo, hay que advertirlo: cuando una banda publica su nombre, queda irremediablemente atada a él y a la obligación de pasar la vida explicando su origen. Así es que, mi querida Claudia, más te vale que compres Un perro andaluz y te la aprendas de memoria, al derecho y al revés, porque siempre habrá quien saque el tema a colación. De ser posible, incluso, encuentra en la película (de escasos veinticinco minutos) imágenes o situaciones con las que inventes lazos entre el surrealismo y tu música. ¡O niega tajantemente cualquier cualquier tipo de relación! Di que es otro perro, que éste no es un perro sino el perro, el perro que anda blues, es decir, ese animal que es nuestra alma, que anda triste, todo deprimido, sin ganas de pensar, con el solo deseo de sentir la música, su propia música, sus ladridos, sus aullidos, sus lamentos. Es el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. O quizá es el perro infernal de Bukowski, pero quién sabe...

Un simple perro
caminando solo sobre una acera caliente
en pleno verano
parece tener más poder que
diez mil dioses juntos.

¿por qué?

Mientras afila una navaja de afeitar, Luis Buñuel mira por el balcón cómo la luna es cruzada por una delgada nube. Paso seguido, el artista secciona el ojo de Simone Mareuil. Ocho años después, aún dentro de la película, Pierre Batcheff, vestido de monja, anda en bicicleta por una calle desierta. En ese momento, Simone se levanta alterada y tira en un diván el libro que ha estado leyendo, y Pierre cae a la acera, como si la acción de la mujer hubiera provocado el accidente (¿o es que hubo una premonición?). Simone se precipita escaleras abajo y llega hasta donde se encuentra el hombre monja, a quien besa frenéticamente.

Fuera de los sueños fusionados de Luis Buñuel y Salvador Dalí, dentro ya de esto que llamamos realidad, el actor Pierre Batcheff se suicida en 1932. Veintidós años más tarde, la actriz Simone Mareuil se baña en gasolina y se prende fuego, en una plaza pública.

Sueños filmados y cruda realidad no están necesariamente relacionados, pero los enlazo porque, al enterarme de dichos suicidios, las escenas de la película cobran un nuevo sentido en mi cabeza. ¿Cómo ver de nuevo El perro andaluz sin pensar que, probablemente, ya anidaba en las almas de Mareuil y Batcheff la idea de la muerte voluntaria? En esa misma lógica, ¿cómo ver de nuevo El perro andaluz sin pensar, a partir del sábado próximo, que Simone es Claudia de la Concha?

Conocí a Claudia en 2002, cuando Las Señoritas de Aviñón tocaban una vez por semana en el New Orleans. En aquellos días, ella participaba en sólo una parte del espectáculo, y yo asistía para aliviar el dolor de mi entonces reciente viudez. Teníamos ambos, por eso, mucho tiempo para conversar y contarnos nuestras cuitas, escondidos en el último gabinete del bar, cerca de la cocina, fumando y bebiendo sin prisas, lentamente, sin esperanzas a corto plazo. En una película de bajo presupuesto, hubiéramos sido personajes secundarios que representaban el papel de dos almas tranquilas con una sola tarea dramática: mirarse las heridas frescas, no con dolor sino con cierta ternura y hasta con cierto placer.

No era Ruta 61, sino el deprimente New Orleans: los decorados me hacían pensar que en cualquier momento saldría de la cocina el inspector Jacques Clouseau y se tropezaría con un cable o con Rafael Martínez.

No era Ruta 61, digo, así que estábamos solos y las noches se volvían largas, suavemente largas, como pasillos en penumbras. Claudia era entonces una muchachita tímida de voz apenas perceptible y de mirada escondida que, sin embargo, agradaba al público con su interpretación de The spider and the fly.

Y esa voz está creciendo, madurando, tomando forma, cobrando un estilo. Es una voz que aún puede dar mucho de sí, y así será conforme Claudia se halle a sí misma dentro de la música, en el jardín o en el lago de la belleza donde pueda andar, volar, flotar, nadar, soñar, decir, ser.

En 2004, apareció Ruta 61. Claudia se integró a la banda Matera, sin dejar de cantar de vez en cuando con Las Señoritas de Aviñón. Pero Matera se desintegró y su cantante quedó a la deriva, sin más asideros que los que le han ofrecido ocasionalmente amigos que la admiran y la quieren profundamente (Lalo Chico, Octavio Soto, Vieja Estación y las mismas Señoritas de Aviñón). Gracias a esos momentos, demasiado esporádicos, los parroquianos de Ruta 61 hemos satisfecho –así sea frugalmente- el hambre que tenemos de Claudia. Ahora, para mayor gloria de la vida, tendremos una dieta rica en vitaminas, proteínas y minerales, rica en música : Claudia de la Concha y El Perro Andablues.

Entonces, ¿qué, nos vemos el viernes y el sábado en Ruta 61? Mientras, leamos el más reciente mensaje de Rebeca Alvarado, nuestra corresponsal en Tulsa, Oklahoma...

Aquí te mando, Agus, una fotografía importante: es un espectacular de la campaña que está llevándose a cabo en Tulsa, porque los gringos ya nos quieren correr de “su” territorio. En los hechos, no reconocen la historia real: ellos fueron quienes invadieron esta tierra de indios. Han deportado una gran cantidad de gente, y en noviembre que entre en vigor la ley anti inmigrante 1804 las cosas amenazan con ponerse peor.

Un besito.
Rebeca

Gracias, Rebeca, por la información.
Y tú, lector, para saber más del asunto apachurra donde dice
BASTA DE ARROGANCIAS HISTÓRICAS.