
Ya sentado en la mesa de la cocina, leo en La Jornada la nota de nuestra querida Tania Molina Ramírez sobre Deitra Farr y admiro, con envidia de la buena, las dos fotografías de Carlos Ramos Mamahua que acompañan al texto.

Trato de recordar lo que sucedió anoche. ¿Terminamos con un bacalao sabrosísimo, preparado por Fernando? Sí, me acuerdo muy bien. Los convidados atacamos el plato común con el hambre de quienes creyeron que bastaba la música y el alcohol para acallar la panza. Estábamos equivocados: llenamos el alma, pero no el estómago. Y es que no sabemos comer mientras hacemos el amor.

La noche de ayer fue abierta por Las Señoritas de Aviñón, con esa capacidad de hechizo a la que ya nos tienen acostumbrados y que, sin embargo, nunca se agota y nunca agota. De veras, yo no necesito mesa en el Hoochie Coochie Bar: me basta un espacio en las escaleras para hundirme, bien asido a mi vaso de whisky, en la belleza con la que estas señoritas nos entregan a T-Bone Walker, Van Morrison, Steve Ray Vauhgan, George Gershwin, Albert King, Screaming Jay Hawkins, J.B. Lenoir y Magic Sam.
Trato de recordar.

Y no es porque lo diga yo: Deitra lo expresa abiertamente en el escenario, cuando invita a Santiago a irse con ella a Chicago o cuando, sorprendida por la juventud del guitarrista de Vieja Estación, le dice al final de un solo:
-¿Cómo tan joven y tan bueno para tocar el blues?
Y no habla una persona de horizontes cortos (Mi lugar favorito de Chicago es el aeropuerto, dice esta mujer inquieta), sino alguien que ha recorrido el mundo y ha tocado con varios de los mejores guitarristas del planeta.
Por eso y porque la vida no retoña, esta noche me regalaré otra dosis de buen blues en la mejor Farr-macia de la ciudad.
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