lunes, febrero 26, 2007

Las cinco épocas de Las Señoritas de Aviñón IV

¿Pero cómo? –preguntará alguien. Si dices que, en tiempos de Claudia Ostos, el repertorio de Las Señoritas de Aviñón pareció dividirse en dos rostros (el de la crudeza melodramática y el del desenfado festivo), ¿cómo explicas, entonces, que el primer disco de la banda inicie con la misma Claudia cantando la deprimentísima Stormy Monday?

Recordemos, primero, que T-Bone Walker no es un compositor de blues desgarrador, es decir, el eje de sus canciones no es la expresión abierta del dolor. Al contrario, el humor está siempre presente, así sea en un solo verso, en una frase musical, en un simple acorde, cosas estas dos últimas que tan bien ha recogido Octavio Herrero para su propia guitarra, y que, antes, marcaron el camino de B.B. King y del mismo Chuck Berry, reyes ambos no de la melancolía sin remedio sino del remedio para la melancolía, cada uno en su respectivo territorio.

El humor de T-Bone Walker es el de quien se burla de sí mismo en el desconsuelo, incluso en lamentos como Stormy Monday, o en la gracia que se saca del bolsillo para soportar los malos momentos. Pensemos, por ejemplo, en la letra de T-Bone Shuffle, canción que también se encuentra en el repertorio de Las Señoritas, para comprender que a su autor le gustaba el relajo y reconocía las delicias de la vida.

Hay, es cierto, una lectura histórica de Stormy Monday (el impacto que produjo en 1947, al reflejar la cruda depresión de la posguerra); pero su universalidad se da al reconocer en unos cuantos versos la experiencia del amante abandonado. Y la tristeza colectiva se vuelve alivio individual, lo que a fin de cuentas es una luz de esperanza: si un sentimiento puede retratarse, significa entonces que tiene fin, que es momentáneo, que no es para toda la vida.

Para mí, Stormy Monday es la canción de un tipo alegre a quien le irrita mucho no estar alegre: Quiero, Señor, que me devuelvas a esa mujer no tanto porque la ame... sino porque con ella estaba muy contento.

El diablo susurra: Eso es el amor, mentecato, ¿o qué otra cosa...? ¿No reconoces mis sazonadores?
T-Bone Walker: ¡Ah, bueno! La cosa es que sin ella nada soy, nada me sabe.
El diablo susurra: ¡Tienes el blues, hijo mío!
T-Bone Walker: Sí. ¿Qué hago, qué hago? No soporto estar así.
El diablo susurra: Canta.
T-Bone Walker: ¿Estoy hablando con el diablo o con Mary Poppins?
El diablo susurra:
Canta. Yo sé lo que te digo.

Veamos al autor, escuchemos el blues (creo que el documento data de mediados de los sesenta) y descubramos uno de los estilos que más huellas han dejado en la guitarra de Octavio Herrero. Y que sirva esto para entender, de una vez por todas, que en Ruta 61 tenemos la fortuna de contar con maestros reales, herederos y sustentadores de una tradición y de un tesoro. Porque cuando Las Señoritas hacen Stormy Monday, T-Bone Walker baja del Cielo e ilumina el escenario.

El blues en Stormy Monday

Quien haya sido víctima pasional del desamor, entiende claramente la profunda tristeza de la que habla T-Bone Walker en su Stormy Monday.

Una mujer lo ha abandonado, y todo adquiere entonces el color de la muerte y la desolación. ¿Y ahora qué hago? ¡Tan bien que me la estaba pasando!

¿Cómo son las tardes de domingo? ¿A qué tormentas se refiere la canción?

A la muda tormenta de una alma mal tratada que se descubre vacía, inútil, agotada, sin vida.

Domingo. Por la ventana se cuela la luz de un sol tibio, desganado, luz ambarina que lenta se unta en el suelo y en la pared del pasillo, y deja en el aire una franja de polvo que flota y titila en silencio. Sólo se escucha el motor del viejo refrigerador, y no sucede nada. Sólo sucede el tiempo, indolente y definitivo.

Y el domingo es lunes, martes, miércoles, jueves…

El tiempo se vuelve pastoso, y cada uno de sus minutos son gotas pesadas de nostalgia y melancolía. El tiempo es lodo, y el lodo permanece por efecto de una pertinaz lluvia de aflicciones y desconsuelos apenas apaciguada por la paga del viernes (the eagle flies on friday) y la música del sábado (saturday I go out to play).

Para quien vive el abandono, toda la semana se vuelve un eterna tarde de domingo sin quehacer, mejor dicho, sin capacidad de hacer.

Es el blues.

Y, sin embargo, con el blues siempre hay algo que hacer. Porque no estamos ante el spleen europeo, ante el hastío burgués fruto del pensamiento romántico. El blues, este blues, no es aburrimiento o hartazgo de clase, es dolor llevado al extremo, un estado del alma que lastima el cuerpo pero no lo inmoviliza. Es la infelicidad, el abatimiento, el casi desánimo; se trata, a la vez y solamente, de un sentimiento transitorio de tristeza y desilusión, adecuado y proporcional al estímulo que lo origina, con una duración breve que no afecta a la esfera somática (¡T-Bone Walker va a cobrar su salario, va a tocar el sábado... y el domingo se presenta en el templo!).

El spleen es burgués, y por eso causa modorra, ganas de opio (Baudelaire en el infierno de Rimbaud). El blues, en cambio, pertenece a la clase trabajadora, que no conoce otras formas de curarse más que el trabajo y la diversión.

En 1862, a sus 41 años, Charles Baudelaire escribe El spleen de París, pequeños poemas en prosa que definen su alma fatigada de ser. Leamos, para ejemplo, El puerto...

Un puerto es un lugar encantador para el alma fatigada de luchar por la vida. (...). Además, y sobre todo, para el que no tiene ya ni curiosidad ni ambición, hay una especie de placer misterioso y aristocrático en contemplar, tendido en un mirador o acodado en el muelle, toda esa agitación de los que parten y de los que regresan, de los que tienen aún fuerzas para querer, deseos de enriquecerse o de viajar.

Aaron Thibeaux Walker tiene 37 años cuando lanza su Stormy Monday...

Se habla del lunes tormentoso, pero el martes y el miércoles son peores, y el jueves no se diga: dolorosamente triste. Voy a cobrar el viernes, y el sábado salgo a tocar. El domingo voy a misa, me arrodillo y rezo: ¡Señor, ten misericordia de mí! Busco a mi niña, ¡regrésamela, por favor!

Insisto, una cosa es el spleen y otra el blues, dos estados del alma harto diferentes pero igualmente capaces de producir belleza desde el corazón de músicos y poetas verdaderos. Sin embargo, más vale no confundirlos. El blues se vive en la cama, en la calle y en el trabajo (o en el desempleo). El spleen se ahoga en el Sena o se apoltrona en el diván del psicoanálisis.

Reconsidero la distancia entre el blues y el spleen. Hay un lugar que los convoca y los acerca: el burdel. El burdel es el cruce de caminos donde alguna vez podrían encontrarse Robert Johnson y Charles Baudelaire.
¿Y qué hacen las Señoritas de Aviñón con Stormy Monday, cómo la enfrenta Claudia Ostos, qué dibujan Jaime Holcombe y Octavio Herrero con sus guitarras, cómo reman Javier García y Jorge Escalante de una orilla a otra de la canción, dónde se instala Eduardo Escalante?

Coloca, lector, el primer disco de Las Señoritas de Aviñón en el aparato, ponte los audífonos, sube todo el volumen y escucha. Descubrirás, entonces, que la banda logró una bellísima versión, lenta, lenta, lenta, sentidísima, donde cada uno de los músicos buscó (y encontró) el estado de ánimo correcto para que Claudia describiera con voz tersa y sincera el cold turkey del desamor.

De este disco se habla poco, cosa que me parece injusta. Las mismas Señoritas de Aviñón parecen querer olvidarlo. Yo no pienso hacerlo. Grabado el 7 de julio de 2001, el álbum contiene apenas cuatro canciones, suficientes para recordar cómo sonaba la banda hace seis años.

Continuará.

4 comentarios:

Zorro Viejo dijo...

quiero escuchar esos 4 temas de las Señoritas de Aviñón !!!!! jaja.

saludos desde el culo del mundo.

Mamá-Z dijo...

Pues ya se nos hizo, Zorro. Sucede que Alba, madre de tres miembros de Vieja Estación (Ezequiel, Santiago e Ignacio) acaba de llegar a México. Entonces, ahora que se regrese, voy a enviarte tu Blues Kit:

1. Los dos discos de Las Señoritas de Aviñón
2. Tu credencial de El Club de la Estufa Divina
3. Un disco de canciones inéditas de Vieja Estación (si obtengo su permiso)
4. Un fuerte abrazo de Ruta 61

Colibrí dijo...

"estoy hablando con el diablo ocon Mary Poppins??"

jajajajajajaja
y no termino de reir
...y reir
...y reir
...y reir

((hasta olvidé que sufría...creo que optaré por aventarle mis macumbales sufridores al blues...él sabrá que hacer))

Mamá-Z dijo...

Luego me quedé pensando, Colibrí, si en vez de Mary Poppins no debió haber dicho "La novicia rebelde". Creo que el chiste hubiera sido mejor.

Sea como sea, aprovecho para recordarte que ya tengo tu credencial del Club de la Estufa Divina. Avísame cuando vayas a Ruta, para entregártela personalmente (porque sí existo, aunque dudes de mi omnipresencia).

Un beso lleno de cariiño.