martes, marzo 06, 2007

Las cinco épocas de Las Señoritas de Aviñón V

En 1973, María de la Luz supo intuir que uno de sus ocho hijos corría el peligro de convertirse en una calamidad sin posibilidades de corrección. La música, las maneras de vestir, los amigos, todo anunciaba que Gerardo María sería, durante los próximos años, fuente de las angustias maternas. Para colmo, el autismo de otro de sus hijos amenazaba con agravarse: Agustín (gemelo de Gerardo) no salía del dormitorio y dedicaba sus tardes a escuchar el disco blanco de los Beatles, leer a Edgar A. Poe, deleitarse con la extravagante recreación de instrumentos insólitos hallados en la vieja enciclopedia inglesa de su tío abuelo (el pirófano, por ejemplo) y escribir extrañas historias sobre ogros alados que se alimentaban de niños… o juegos de palabras que él se atrevía a llamar poemas.

Entonces, las amistades de Gerardo eran Billy Nagle, Fernando Ojeda y un muchacho delgado al que apodaban Tiroloco. Con ellos formó un simpático cuarteto de adolescentes dedicados al dolce far niente.

Sin embargo, los cuatro nunca se aislaron del mundo y tuvieron el suficiente talento como para participar en reuniones familiares de las hermanas, cantar canciones de Óscar Chávez o los Bee Gees (Por ti y I started a joke), y demostrar así que también podían comportarse como terrícolas.

María de la Luz sonreía complacida ante esa peregrina reintegración social de su primogénito varón.

La realidad, sin embargo, era otra.

En la morosidad psicodélica de Gerardo María, la música que se escuchaba en su entorno era la de los Rolling Stones y Led Zeppelin. Aunque ya había salido Goats Head Soap, los discos que se tocaban a todas horas en la tornamesa portátil o, incluso, en el Philips monoaural, eran Sticky Fingers y Exile on Main Street, además de Led Zeppelin I, Led Zeppelin II, Led Zeppelin III, el cuarto de Led Zeppelin (el del viejito) y el reciente House of the Holy. Agustín, por su parte, aportaba Preservation Act I, de los Kinks, los siete primeros discos de Jethro Tull e Imagine de John Lennon.

Distanciado ya de las juventudes católicas formadas por los Misioneros del Espíritu Santo y los padres dominicos, Gerardo había sido expulsado del Centro Universitario México (CUM), la preparatoria de los Hermanos Maristas, y recorría la colonia Roma en busca de un antro pseudo-académico que resistiera su irritante comportamiento (mofarse de los maestros, traer el pelo hasta los hombros, usar pantalones color mamey o rojo carmín, de terciopelo y a la cadera). ¡Y lo encontró! Se inscribió en El Instituto América Latina, donde conoció a un tipo con el que se avino inmediatamente, hasta el punto de olvidar a Billy, Fernando y Tiroloco. El entendimiento tuvo razones simples: a ambos les gustaba el rocanrol de los años cincuenta y las cosas pesadas que empezaban a salir en los setenta.

-Acabo de conocer a un maestro sensacional.

-Si es como tus otros amigos, no me interesa que me cuentes.

-No, éste te va a caer bien.

-¿Fuma Delicados? ¡Siempre que vienen tus amigos, la recámara apesta a Delicados!

-Sí, sí fuma Delicados, sin filtro. Pero te va a caer bien. Le gusta el rock pesado: tiene todos los discos de Deep Purple y de Black Sabath…

-¿Tiene ese donde vienen We can work it out y River Deep, Mountain High?

-Book of Taliesyn. Sí, lo tiene. Ya me dijo que me lo presta mañana. A mí me gusta Hush…

-Ese disco lo tuvimos, Shades of Deep Purple, ¿te acuerdas? ¿Qué pasó con él? Me lo saqué de regalo en un Gansito, junto con el primer disco de Wishbone Ash… Oye, ¿y este cuate tendrá la de Paranoico, la que pasan en Vibraciones?

-¡Tiene todo! Y tienes que conocer su casa. Vive en la Roma, en Oaxaca 37, pisos 3 y 4, y el edificio tiene un elevador de esos como antiguos. ¡Y a su mamá no le dice mamá, le dice Car!

-¿Por qué?

-No sé. Son como hippies.


Luego entenderíamos que la familia de ese nuevo amigo no estaba compuesta por hippies, sino por personas ajenas al conservadurismo de nuestra propia familia. ¡Y salirse de la moral familiar fue, sin lugar a dudas, como respirar aire fresco y seductor después de vivir encerrados en las tenebrosas catacumbas de la Iglesia Católica! Años más tarde, mis propios padres, prisioneros de la intolerancia religiosa dentro de la que fueron educados y de la que fueron víctimas inocentes, pudieron respirar, aceptar y disfrutar las ventajas de la libertad de conciencia, sin necesidad de renunciar a su fe. ¿Y la Iglesia Católica? Ésa sigue igual, no tiene remedio. Lo malo es que su hipocresía y su doble moral vuelve hoy a regir los destinos de la República. Hoy somos gobernados por jóvenes católicos, turbios e hipócritas como sus antepasados. Pero eso… eso a mí ya no me importa: he renunciado a participar de una democracia donde prelados, militares, guanabíes y engominados (todos, analfabetas funcionales) forman una sola archicofradía... y siempre se salen con la suya.

Digo que mi madre supo en aquellos días vislumbrar los riesgos que corría Gerardo, y entrever al mismo tiempo que esos peligros contrastaban misteriosamente con la aparente serenidad dentro de la que yo me apartaba del mundo. A esa mujer de inteligencia prodigiosa, los dos extremos le resultaban inquietantes e incómodos.

Decidió, entonces, construirnos un cuarto especial al fondo de la casa de Ma, nuestra amantísima tía abuela (Luz Elena Osorio Mondragón); una habitación para reunir ahí a nuestros amigos. ¡Estábamos que no cabíamos de gusto!

Construido el cuarto, había ahora que conseguir amigos. Y yo no estaba dispuesto a aceptar como tales a Billy, Fernando y Tiroloco.

Una tarde, al salir de la casa y a punto de irme a la Facultad de Filosofía y Letras (a donde iba de oyente, porque ya me urgía volverme universitario), vi llegar a Gerardo con un cuate de lentes, despeinado, encorvado, de ojos azules y definitivamente encantador, de mirada inteligente y conversación sabrosa…

-Mira, él es Octavio.

-Ah, mucho gusto. ¿Te apellidas?


Preguntar por los apellidos era una costumbre que había adoptado de mi madre.

-Martínez Herrero, Octavio Martínez Herrero.

-¿Y de dónde vienen?

-De la Casa de la Paz. Fuimos a ver Go, Johnny go! Sale Chuck Berry y toda la cosa.

Se referían a la legendaria película de 1959.

-Uh, qué padre. Bueno, los dejo, me voy a la universidad. Mucho gusto, Octavio.

-Me dice Gerardo que tú escribes canciones. A ver cuándo nos juntamos a tocar algo.

-¡Sale! ¿Ya le contaste del cuarto que tenemos?

-Podemos convertirlo en cuarto de ensayos.


Fue así como conocí a Octavio Herrero. Y durante tres décadas y media he tenido la fortuna de verlo crecer como músico y convertirse en uno de los mejores guitarristas de la ciudad. Hoy, 34 años después de nuestra adolescencia, Gerardo es amantísimo esposo de Marugenia Sámano, y espléndido padre de dos jóvenes brillantes (Gerardo y Alejandra).
María de la Luz, mi madre, puede estar tranquila en el Cielo. Le salimos inútiles para los negocios, pobres hasta la pared de enfrente, pero muy contentos de la vida, alegres espejos de mi padre, don Agustín Aguilar Rodríguez, que el próximo 20 de marzo cumple 83 años... y que ahora no puede irse a dormir si su hijo Gerardo no le pone encima las cobijas.

¿Y qué tiene que ver todo lo anterior con Las Señoritas de Aviñón?

¡Mucho, mucho! Al menos para mí. Porque el objetivo último de esta bitácora es convertirse algún día, cuando ya estemos bien muertos y casi olvidados, en libro de consulta de los bisnietos. Quiero que sepan esos hijos lejanos cómo vivieron y qué vivieron los hombres y las mujeres que aparecen en viejas fotografías o en videograbaciones mal hechas. Ellos percibirán los hechos del pasado (nuestros hechos) como una serie de sucesos íntimamente ligados entre sí, donde todo tiene explicación, razón de ser. Ellos estarán afuera de nuestro bosque de tiempos, así que podrán verlo en toda su magnitud y entendernos mejor de lo que nosotros podemos entendernos.

Porque el presente es un muro que nos impide ver la historia. Sin embargo, hay una solución: la consciencia del tiempo. Octavio Paz dice (no me acuerdo dónde, así que lo cito de memoria): Aquel que se sabe parte de la historia, está irremediablemente fuera de ella.

Creo que es en Los hijos del limo.

Y estar fuera de la historia es estar aquí, allá y en todas partes, en todos los días, en todos los siglos, ser inmortal. La omnisciencia se basa en la omnipresencia.

Entonces, queridos hijos lejanos, sepan que este abuelo suyo encontraba dobles placeres al escuchar a Las Señoritas de Aviñón. Por un lado, el gozo estético, el gozo puro de la música (ritmos, melodías, modulaciones, armonías, fuegos fatuos que revolotean en alguna parte del cuerpo, quién sabe dónde, a veces en el estómago, a veces en la garganta, a veces en los ojos, a veces en los preparativos del sueño); y por otra parte, el asombro de saber que ese tipo que toca tan bien el blues y ama tanto la música es el mismo que, durante las noches de los años setenta, no soltaba la guitarra ni para dormir...

Encuentro en uno de mis diarios una nota escrita el 14 de febrero de 1979: Octavio y yo acabamos de componer un rocanrol. Se llama You were my queen. Esa canción ha quedado enterrada en el más oscuro olvido, seguramente para fortuna de la humanidad. Sin embargo, la nota es apenas una pequeña muestra de lo que venía sucediendo desde principios de los setenta: el intenso deseo de decir cosas a través de la música. Ahora, al escuchar al Octavio de Las Señoritas de Aviñón, descubro que ese prurito cuasi mesiánico (propio de la primera juventud) dejó paso a algo mucho mejor: el intenso deseo de hacer música, para que la música diga cosas por sí misma.

Con este antecedente, vuelvo ahora al primer disco de Las Señoritas de Aviñón, para hablar de Sensitive kind y de la manera en que Jaime Holcombe nos contagió su gusto por J.J. Cale.

1 comentario:

tlacuiloco dijo...

Ya que recuerdas esas fechas, dejame hacer memoria:
Claro, fue Octavio quien me presento al Cobra, a Luis y a Carlitos Pavon. Tres miembros de un escuadrón dedicado a tomar las desiciones que la Dirección del Instituto no se atrevia a tomar. Por ejemplo: quien tenia pase automatico para inscribirse y quien no. Aforunadamente, me privilegiaron con su amistad y protección.