miércoles, febrero 07, 2007

La cinco épocas de Las Señoritas de Aviñón I

IntroducciónPudibundus a orillas del Rubicón

No sé a qué se deba, pero algunos vivimos los días con la conciencia del valor histórico que hay en todo presente. Nos levantamos temprano, no tanto para establecer un régimen de salud orgánica ni para instituir en nuestra agenda edificantes disciplinas laborales, sino por la angustiante sensación de estar perdiendo el tiempo de manera irremediable.

Algunos, incluso, nos acostamos tarde por el mismo motivo: vivimos con el temor de no ser testigos de un hecho histórico. Siempre somos los últimos en salir de las fiestas, porque aún esperamos ver si, ya en confianza, la prima Natalia, virgen a medias y borracha entera, se levanta la falda y nos muestra sus piernas gloriosas.

Imaginemos a un legionario de Julio César que se haya quedado profundamente dormido precisamente la noche del 10 de enero del año 49 antes de Cristo (calendario romano).

Cuando despierta, se encuentra solo, con Pudibundus, su caballo, como única compañía, babeándole el rostro mientras se despereza:

-¿Y‘ora, güey, qué fue de todos?

Contenido, bufa Pudibundus y explica la situación:

-Pues te quedaste dormido a priori, mentecato, y ya Julio César cruzó el Rubicón, y nosotros aquí, como lindas señoritas que no se quieren despeinar. ¡Y yo, que quise ir tras de Genitor, mi héroe!

-¿Y alcanzamos a Pompeyo?

-¿Alcanzamos, Quimosabi? Los despiertos van tras él. Tú y yo seguimos aquí, como lindas señoritas que no se quieren despeinar. De cualquier manera, parece que Pompeyo ya agarró camino hacia Brindisium. ¡Y todos estos hechos históricos… perdidos por culpa de tu pesado sueño!

-¡Mea culpa, lo sé, mea culpa et magna! ¿Y qué dijo don Julio?

-Pues que alea iacta est, que a lo hecho pecho, amo indolente.

-Digo lo mismo, carajo, digo lo mismo. ¡Vamos, Silver!

-¿No es mi nombre Pudibundus?

-No. Ahora te llamas Silver. Apolo, vestido de blanco y con antifaz, me dijo en sueños que así te llamara. A ver si estamos a tiempo de que nos toque algo, en la distribución del botín…

-¡Qué vamos a estar a tiempo de nada, insensato! Parecemos lindas señoritas que no se quieren despeinar. Vigileantibus non dormientibus iura subveniunt, la ley es para los despiertos, no para los que duermen. Pero vamos, pues. Pero antes de subirte a mí, amo, ve a hacer del baño. Mira, allá, al fondo a la derecha hay un árbol que ni mandado a hacer.

-No, no, ya vámonos.

-Que hagas tus necesidades es conditio sine qua non para que yo me arranque contigo sobre mí, que ya te conozco: a mitad del Rubicón te meas, cabrón.

-Bueno, ya basta de plática extra muros. Hago pipí y nos vamos…

-Ipso facto. Oye…

-Mande usted.

-¿Y si mejor me llamo Yoyito?

-¡No! Silver te soñé, Silver has de ser.


(Entre paréntesis, he de advertir que el diálogo anterior echa por tierra la creencia de que caballo con voz no hay dos, no hay dos. De hecho, recuerdo tres: Mr. Ed, Pudibundus y uno cuyo nombre he olvidado: aparece en Las Flores Azules, la bellísima novela de Raymond Queneau)

Primera época

Segunda época

Ajonjolíes de todos los moles, quienes otorgamos gran importancia al principio de causalidad, miramos el mundo como se mira al Gato de Schrödinger, que permanece vivo y muerto a la vez mientras nosotros no abramos la caja que lo encierra y comprobemos su estado.

Vivimos con el ansia de saber qué sucede, y con la predisposición a mirar el mundo como crononautas.

Parece que no estamos dentro de los hechos, sino a un lado, observándolos y registrando en nuestra memoria aquello que pueda volverse tesoro en el futuro. Miramos y escuchamos a los amigos y a la familia en dos niveles, ambos igualmente necesarios. A veces, incluso, paradoja de paradojas, perdemos el gozo puro del instante por estar inmersos en el gozo histórico del instante.

Así es mi amigo Javier García, baterista de Las Señoritas de Aviñón, un hombre que mira dos veces todo aquello que sucede frente a sí y que almacena acontecimientos, los clasifica, los etiqueta y los trae todos en las bolsas secretas de su gabardina imaginaria, la del Teseo de los recuerdos que encuentra en cualquier comentario el hilo que lo conduce al exterior del laberinto, ahí donde está la despejada Creta de los hechos pasados. Por eso no toma ni fuma, no por hipocresía puritana sino por profesionalismo periodístico: necesita contar con sus cinco sentidos, para que no se le escape el presente. Por eso mismo es muy peligroso hacer referencias cerca de él, porque es muy probable que en Michoacán haya sucedido algo semejante y de mayor importancia. Acompañarlo a misa ha de servir para enterarnos de que en La Piedad (su terruño) seguramente crucificaron a un vecino del primo de su mejor amigo, que a propósito, se agarró a golpes con el guardaespaldas de Jim Morrison, o algo así.

Gracias a Javier sabemos que fue entre mayo y octubre de 1999 que Octavio Herrero, Jaime Holcombe, Jorge Escalante, Javier García, Eduardo Escalante e Iván Lombardo decidieron reunirse y formar un ensamble de blues, al que llamaron así, Las Señoritas de Aviñón, nombre que se ha conservado a lo largo de casi una década.

La permanencia del nombre
define la persistencia del concepto.


Al constituirse como grupo, cada uno de sus integrantes traía su propia biografía y una muy particular manera de entender y vivir la música. La empresa consistió, entonces, en hallar fórmulas que permitieran ajustar, conectar, articular (ensembler, en francés) cinco experiencias distintas, cinco vasos comunicantes con un propósito común y un esfuerzo colectivo, el de interpretar blues bajo criterios de orden estético.

Aventuro algunos:

a) La relación afectiva con el género en grados de pasión
b) La exploración constante de sus formas y de sus contenidos
c) La conciencia de su historicidad
d) El redescubrimiento de los clásicos

¿Parecen obvios dichos parámetros? No lo son.

En México, la mayoría de quienes se presentan como intérpretes del género parten de terquedades chovinistas y delirios de grandeza, así como de un reiterativo y fastidioso anhelo de movimiento local, endemias que generan deformidades espantosas, cosas sin memoria, piezas incomprensibles sin posibilidades de ocupar un espacio en la historia del blues.

La clave virtuosa de Las Señoritas de Aviñón está en la palabra interpretación.

Interpretar no significa copiar, no significa reproducir, sino representar, con el término asumido desde la perspectiva dramática, litúrgica: volver a presentar, devolver al presente la realidad del mito.

Porque el blues nació de hechos históricos y en una geografía específica, con personajes de carne y hueso, es cierto; sin embargo y muy pronto –en menos de medio siglo- se transformó en un suceso estético que retrata hoy la condición humana y adopta, por eso mismo, la naturaleza del mito.

El mito es un instante atemporal que vive aletargado o nada en estado larvario en esa zona del individuo donde se almacena la materia prima de todos nuestros sueños, de todos nuestros ensueños y de todas nuestras ensoñaciones.

El blues (me refiero al estado del alma) es un mito, y por eso se ha vuelto una referencia universal: personas de todo el mundo encuentran en la música que lo re-presenta una posibilidad de autobiografía.

Pero representar requiere, como en el teatro, de un esfuerzo mayúsculo. Y Octavio Herrero, a quien conozco desde hace 34 años, bien que lo sabe, porque en los setenta fue lector atento de Konstantin Stanislavsky: vivir la música más allá del gusto y de las capacidades como ejecutante de un instrumento; vivir la música como una verdad, como un acto epifánico que reconstruye el mito y lo vuelve presente.

En el teatro, el instrumento es el cuerpo. En la música, también, porque el instrumento musical propiamente dicho es apenas una extensión del cuerpo, extensión bendita, es cierto, pero extensión al fin y al cabo.

Quien no conoce su cuerpo, difícilmente podrá tocar un instrumento; aunque no basta con conocer el propio cuerpo: se requiere paciencia, disciplina y necesidad real de expresarse a través de la música, para descubrir hasta el tuétano mismo el momento del acto creativo.

El intérprete de blues es –o debe ser- un artista, un re-creador.

Stanislavsky lo diría con palabras que hoy incomodan a muchos, en este mundo donde la utilidad y la ganancia definen las relaciones humanas. Stanislavsky, digo, hablaría de honestidad, honestidad del músico consigo mismo y con su arte; hablaría de un músico que trabaja sobre la verdad.

Para ello, es necesario más que el talento, el método.

Y, desde sus orígenes hasta el día de hoy, Las Señoritas de Aviñón tocan el blues con método, con pasión y con verdad.

A fe de Javier, la primera tocada de Las Señoritas de Aviñón se llevó a cabo el viernes 17 de diciembre de 1999, en el Hatch’s (junto al Cine Bella Época, en la Condesa), lugar que ya no existe, como tampoco el cine: éste cedió su espacio al Centro Cultural Bella Época, dentro del que se encuentra la enorme Librería Rosario Castellanos, el Cine Lido (en memoria de los años cuarenta) y otras áreas igualmente atractivas.

En esa primera tocada estuvo presente, entre otras personas que abarrotaron el pequeño espacio, el poeta David Huerta, hijo del gigante Efraín Huerta (uno de cuyos poemas, La Rubita del Metro, milonga triste, fue musicalizado en los ochenta por Octavio Herrero). Esa noche, yo tomé dos cervezas tibias, al tiempo que escuchaba la música, sin imaginar que Las Señoritas de Aviñón se convertirían, con el paso del tiempo, en una de las bandas de blues más importantes de la ciudad.
Continuará.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

por fin algo de las señoritas!!!! espero que continue la historia.
saludos desde el culo del mundo.
Carlos.

Mamá-Z dijo...

Carlos, ojalá pudieras enviarme a mi buzón electrónico alguna dirección a la que pueda mandarte un paquete con cosas de por acá.

1. No sé si ya tengas el disco de Vieja Estación.
2. Te mandaré el disco de Las Señoritas, aunque la banda nunca quedó satisfecha con esa grabación.
3. Tu credencial del Club de la Estufa Divina.
4. Una sorpresa

Octavio Herrero dijo...

Muy bien, muy bien. Espero con ansia la diguiente entrega.