jueves, agosto 24, 2006

¡Yo estoy en contra del bloqueo!

Ya son más de cuarenta años del cruel e inhumano bloqueo a Cuba, una de las más execrables acciones de largo aliento llevadas a cabo contra un pueblo entero por el gobierno más poderoso del mundo, el de los guasingetones.

Y no se trata de un bloqueo sesentero, con polvo y telarañas; no se trata de un bloqueo inoperante, cándido, dulce y simpáticamente paranoico; no estamos frente a Anthony Nelson, pues.

Estamos antes la locura desenfrenada.

Nos encontramos con un monstruo vivo que se reconstruye y crece cada cierto tiempo: además de haber generado ya pérdidas a la economía cubana por aproximadamente 124 mil millones de dólares, el cerco se parece cada vez más a un Doctor Strangelove frenético y rendido a sus propios tics (fue Raúl de la Rosa quien el martes pasado me recordó a este entrañable personaje de Stanley Kubrick).

En 1992, por ejemplo, es aprobada la Ley Torricelli, que corta abruptamente el comercio de medicinas y alimentos que Cuba mantenía con subsidiarias de compañías guasingetonas fuera del territorio guasingetón.

Cuatro años después de la Ley Torricelli, aparece la Helms-Burton, que amenaza con considerar enemigo a quien se le ocurra, como país o como individuo, invertir en la isla o tener tratos de cualquier naturaleza con su gobierno, directa o indirectamente.
El nombre oficial de los guasingetones es United States of America, pero no pienso usarlo, al menos en esta ocasión. Me declaro rebelde a tal denominación, y ello se debe acaso a una patología personal, semejante a mi incapacidad para consentir la existencia de la llamada fiesta brava (donde un corpulento toro es martirizado y muerto por un afeminado de nalguitas paradas y dudosa valentía).

-¡Pero, Agus, esos animales nacieron para eso!

-Sí, cómo no. También tu hermana nació para que yo la conociera (y digo esto con todo respeto). ¡Mírala, está que ni mandada a hacer! Sin embargo, ¿cuándo me has visto perseguirla? Con decirte que hay una mujer, Desdémona Peniche, que me debe un beso desde hace 32 años y, a pesar de habérmela encontrado ya dos veces (en 2005), no he violentado su voluntad de pagar la deuda hasta 2015, cuando estemos en el Palazzo Ducale durante nuestra estancia en Venecia. Así es que no me hables de la sabia naturaleza, que para eso construimos la civilización: para que yo no me refocile con tu hermana sin su consentimiento, y para que tú no hagas fiesta alrededor de un asesinato.

-No puedes llamarlo asesinato. La definición académica de asesinar es “matar a alguien con premeditación, alevosía y ventaja”. ¡A alguien, no a un toro, no a un animal, no a una bestia!

-¿Quieres decirme que el toro no es alguien? Estimado amigo, temo que nos separa un inmenso abismo filosófico.

-Y yo creo que eres un radical, si te niegas a aceptar la fiesta brava y el nombre de una nación.

Entiendo que todos tenemos derecho a llamarnos como deseemos, pero igualmente tengo yo el derecho a llamar a cada persona como se me antoje. Y respeto este derecho aun cuando pueda afectarme, como lo demuestro en el siguiente párrafo.

Fiodor Martinson Blacksmith me llama Tía Juanita, y yo he colgado a Fiodor el apelativo de Doctora Ruth con la misma libertad con la que llamo a otros La Gioconda, Polainas, Pablita, Sonny March Bouvier Boy, Hijo Mío, Papac Tomic.

A propósito, ¿no fue Tomy, egregio guitarrista bonaerense, quien apodó Chapatín a la Cucaracha Reina?

¿Por qué no acepto el nombre oficial de los guasingetones? Simple y sencillamente porque dicho nombre me parece un insulto histórico, un gesto de indiferencia hacia el resto del continente.
Si uno de mis vecinos dice que se llama El Único Guapo del Barrio, yo me refiero a él como Caca Grande. Pero si me encuentro en reunión de pipa y guante, me refiero al vecino arrogante con el nombre de su padre, como ahora hago con los guasingetones.

Digo que el bloqueo a Cuba ya rebasa las cuatro décadas. Y, sin embargo, el tirano no ha logrado doblegar ni avasallar a esa pequeña isla de hombres y mujeres libres.

Hemos de reconocer que la solidaridad de pueblos como el de México nutre de fuerza a los cubanos, quienes han hecho de su resistencia un ejemplo de dignidad y heroísmo.

Hoy, sin ir muy lejos, cuando ya empezaba yo a dudar de la bondad de quienes me rodean, así como de su sincera preocupación por el sufrimiento ajeno, me ahogué de alegría al ver que muchas personas en la Ciudad de México han levantado la voz para manifestar su absoluto repudio al bloqueo: la indignación plasmada en sus rostros, sus claxonazos fraternos y sus justificados exabruptos son muestra palpable de la solidaridad de la clase media mexicana por un pueblo hermano, el pueblo cubano, al que no se la ha concedido el derecho a la libre determinación de su vida en un entorno de paz y de respeto absolutos.

En la oficina y en las reuniones sociales, encuentro a personas que están de veras muy pero muy molestas por el bloqueo. ¡Y no se guardan, discretas, sus pensamientos! ¡Están convencidas de que todo el mundo debe estar de acuerdo con ellas! De cualquier manera, admiro el enfado genuino de sus rostros, cuando hasta hace poco creía yo que el bloqueo les resultaba un tema ajeno a sus vidas y que sólo se lanzaban a la calle cuando medios y televisoras los convocaban a manifestarse por la (su) seguridad.

-¡Carajo! Ya basta del bloqueo. ¿Quién va a detener a este psicópata?

Respondo con la serenidad que me caracteriza: Perdón, pero no ganamos nada con llamar psicópata al presidente de los guasingetones. ¿Y sabe usted por qué? Porque él no impuso el bloqueo, él lo heredó para su administración.

-¡Pues sólo un loco mesiánico acepta de herencia tan nefanda conducta!

La indignación, los claxonazos y los exabruptos se multiplican en llegando al Paseo de la Reforma, por obvias razones: es en cierto punto de nuestro hermoso bulevar donde se ubica la embajada de los guasingetones. Así que, queridos míos, si escuchan la bocina de un carro mentando madres por esos rumbos, sonrían: es un mexicano solidario que manifiesta su rechazo al bloqueo contra Cuba.

Cuando me siento a comer sobre la fresca yerba de alguno de los jardines que enmarcan la Fuente de Petróleos, pasan los carros desviados hacia el Periférico... y más de uno de sus conductores mienta la madre con su bocina. Entonces, alzo mi brazo izquierdo, muestro la mitad de la V de la victoria (con el dedo medio) y hago eco a su evidente consigna:

-¡Patria o muerte, venceremos!

¿Pero es el rechazo al bloqueo una defensa incondicional a Fidel Castro?

No. Ése otro asunto, no nos confundamos. Será en otro orden de cosas donde hemos de reflexionar sobre Fidel Castro Ruz, a quien personalmente admiro, incluso en sus claroscuros, y cuya muerte aún no ocurrida se ha vuelto el sueño de Miami y de Vicente Fox (el todavía presidente de México hizo votos, no hace mucho, para que el deceso del octogenario líder de la revolución cubana sucediera más temprano que tarde; pero las palabras del guanajuatense fueron, no lo dudo, indicio claro de una sólida formación en la caridad cristiana y en el aprecio por la vida de nuestros semejantes, así sean éstos nuestros enemigos o nuestros adversarios: yo he visto, con estos propios ojos míos, al señor presidente recibir el cuerpo de Cristo en su lengua prudente y sensata, y no creo que en su alma haya más que virtudes teologales, nunca pecados capitales).

No es el rechazo al bloqueo un apoyo incondicional a Castro, sino exigencia histórica de que se respete absolutamente la soberanía de Cuba. Sólo así tendrá alguien derecho a señalar los errores de coyuntura política cometidos por el gobierno cubano y los defectos intrínsecos de su revolución. Distinguir con honestidad entre unos y otros, nos permitirá a todos pasar de la opinión trivial al juicio sosegado y objetivo.

En fin, que mi querida clase media al fin está manifestándose en contra del bloqueo, y su congruencia moral y política es profesionalmente recogida por los medios de comunicación electrónicos, los que, a su vez, tienen como honorable propósito reflejar fielmente la opinión pública, así sea en contra de los intereses de la oligarquía.

¿La oligarquía? ¡Bueno, en el caso de que ésta realmente exista! Porque hay una sospecha creciente: que la oligarquía es un mito inventado por seres despreciables y envidiosos que no soportan ver a un individuo tener éxito económico a fuerza de inteligencia y de trabajo (son los mismos mitómanos sin remedio que inventaron alguna vez la existencia de la pobreza en México. Mito genial, como bien señaló el respetable señor Pedro Aspe, secretario de Hacienda a fines de los ochenta y principios de los noventa).

¿Cómo fue eso? ¿Cómo pasamos del silencio y la indiferencia a la protesta abierta y la demanda de justicia? ¡No sé, no sé! A veces, la gente me sorprende con gestos de profunda bondad y con entendimiento sincero de lo que pasa más allá de su oficina, de su casa y de su automóvil.
Sorpresa semejante tuve ayer, domingo, mientras leía el más reciente número de Proceso.

Llegué al artículo semanal de Germán Martínez Cázeres, La Iglesia y el Placer Sexual, y me encontré con una pieza lúcida en la que el autor critica el rechazo de sectores conservadores a la distribución de un libro para secundarias oficiales. Conforme leía el artículo, se me movía el tapete de mis prejuicios:

¡Qué cosas! –me dije- ¡Y yo, que hasta hace unos minutos afirmaba que el joven Germán era un insulso tejedor de tonterías! Pues no, es un muchacho brillante, libre pensador, progresista, capaz de reconocer y atacar la doble moral de la derecha más recalcitrante.

El joven Martínez (sin relación alguna con Fiodor), es diputado del PAN y representante de ese organismo ante el Instituto Federal Electoral, a la vez que uno de los más cercanos colaboradores del candidato de Acción Nacional a la presidencia de la República.

En esta crisis política y social en la que nos encontramos, Germán ha sido no tanto un operador, no tanto un protagonista, sino un vocero fiel, eficiente y efectivo del discurso panista. Ha sabido transmitir las ideas principales del equipo de campaña de su candidato, a la vez que se ha vuelto el más competente defensor de la posición de su partido ante los reclamos de la izquierda y de muchos ciudadanos que no militamos en partido alguno.

Gracias al joven Germán, corroboré los principios que me impiden entregar mi voto al candidato de Acción Nacional (de la misma manera –y con mucha razón- otros se negaron a apoyar al candidato de la Coalición por el Bien de Todos, apenas escucharon a Arturo Núñez y a Ricardo Monreal, personajes impresentables de la política mexicana).

¡Muy mal, Agustín, muy mal! –me decía mientras apuraba la lectura del artículo de marras-. Te has dejado llevar por la pasión y has cerrado tus oídos y tu mente a las palabras del joven Germán… ¡por el solo hecho de pertenecer al grupo de tus adversarios!

Bien te mereces este auto-jalón de orejas, para que seas más humilde y tengas la capacidad de reconocer que un hombre puede no compartir ciertas de tus ideas y, a la vez, coincidir contigo en otros puntos importantes, tan importantes como la educación sexual de los adolescentes y el derecho de cada persona al placer y al gozo de su cuerpo.

Hoy, pues, estuve a punto de expresar públicamente mi reconocimiento a la posición progresista del joven Germán Martínez, mi reconocimiento a su valor para manifestar respeto por las libertades individuales y para defender con inteligencia singular el derecho del estado mexicano a proveer de información a niños, adolescentes y jóvenes sobre temas caros a la felicidad humana.

No pude hacerlo, querido lector.

Descubrí esta mañana que La Iglesia y el Placer Sexual no fue escrito por Germán sino que su autor es, claro, Miguel Ángel Granados Chapa, uno de los pocos periodistas que en México me merecen respeto y mucha admiración.
Por error, la revista Proceso adjudicó la autoría del mencionado artículo al diputado azul.

Yo sólo espero que la madre del joven Germán no haya desayunado el domingo con la lectura de dicho semanario, porque en ese caso no dudo de que la buena señora habrá llorado en misa:

-¡Dios mío, Señor Rey de los Ejércitos, Germancito se me está volviendo comunista!

Al regresar de la liturgia, la señora habrá platicado del asunto con el padre de Germán. Cinturón en mano, el señor habrá entrado a la recámara del joven, lanzándole el Proceso a la cara, para hablar de hombre a hombre.

-¡A ver, muchacho cochino! Tú te estás masturbando, ¿verdad?
El sesenta por ciento de los cubanos que hoy viven en la isla nacieron bajo el sistema de sanciones promovido por los guasingetones, sistema que se refuerza –para colmo de nuestra indignación- con agresiones militares, guerra biológica, transmisiones ilegales de radio y televisión, actividades terroristas, planes de atentado contra los principales dirigentes, aliento a la emigración, etcétera.

La Convención de Ginebra para la Prevención del Delito de Genocidio (9 de diciembre de 1948), declara que el genocidio es un delito de derecho internacional contrario al espíritu y a los fines de las Naciones Unidas y que el mundo civilizado condena. Con ese presupuesto, las naciones firmantes convienen en definir el genocidio con la mención de cinco actos cuya perpetración busque destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso (artículo II):

a) Matanza de miembros del grupo;
b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;
d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo;
e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.

Los guasingetones firmaron los documentos de la convención el 11 de diciembre de 1948, y ratificaron su adhesión el 25 de noviembre de 1988.

Sin embargo, revisemos la historia: otro documento oficial, pero ahora del Departamento de Estado del gobierno guasingetón (del 6 de abril de 1960), señala con toda claridad el objetivo del bloqueo a Cuba: producir el hambre, la desesperación (del pueblo cubano) y el derrocamiento del gobierno.

La primera reserva que hacen los guasingetones a la Convención es referente al artículo IX, el cual reza lo siguiente:

Las controversias entre las partes contratantes relativas a la interpretación, aplicación o ejecución de la presente convención, incluso las relativas a la responsabilidad de un estado en materia de genocidio o en materia de cualquiera de los otros actos enumerados en el artículo III, serán sometidas a la Corte Internacional de Justicia a petición de una de las partes de la controversia.

Por su parte, la reserva guasingetona señala que with reference to article IX of the Convention, before any dispute to which the United States is a party may be submitted to the jurisdiction of the Internacional Court of Justice under this article, the specific consent of the Unitad States is required in each case.

En resumen, los guasingetones se reservan el derecho a pasarse los acuerdos de la Convención por el mismísimo arco del triunfo.

¡Próximamente!

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1 comentario:

tlacuiloco dijo...

Agustin:
Deja por la paz las galletitas de la risa.