lunes, julio 16, 2007

Alonso Arreola y la música horizontal

Fue Octavio Herrero quien me regaló LabA, álbum de producción independiente y singularísima distribución con el que Alonso Arreola se descubre hoy como uno de los músicos más interesantes e inteligentes del país. Este jueves que viene (19 de julio) tendremos la oportunidad de escucharlo en vivo, junto con el proyecto personal de Alejandro Otaola (Fractales).

El ejemplar de LabA que me dio Octavio desapareció de mi cajón, así que mi amiga Lilith me hará el gran favor de llevarme otra copia. Si en algún momento aparece el primero, pienso quedarme con ambos, por venir uno y otro de quienes vienen.

¿Pero acaso los parroquianos de Ruta 61 admitimos otra cosa que no sea blues? Sí, por supuesto, ¿cómo va a ser que no?, sobre todo si se trata de propuestas novedosas y bien hechas como la del ex-bajista de La Barranca . Recordemos que ya tuvimos la fortuna de escuchar aquí mismo a Hernán Hecht y X-Pression, y nadie se puso de pesado a rasgarse las vestiduras, al contrario, todos aplaudimos y agradecimos la buena música, la excelente música, música con la calidad y la madurez (y la calidez) que muchos grupos autonombrados de blues quisieran alcanzar (pero lo que Natura non da, Salamanca non presta). Eso mismo va a pasar el jueves, ya verán, con Alonso y Alejandro, acompañados de Chema Arreola y Gerry Rosado: tendremos música, música y... música.

No esperes, lector descuidado, un día de campo. Si el colaborador de La Jornada Semanal piensa reproducir en vivo lo que hay en Música Horizontal (y eso es lo que se anuncia), entonces agarrémonos, porque el público será conducido a través de los pasillos de un laboratorio/laberinto donde se mezclan riesgos del tamaño de Creta y sorpresas tipo casa de Liverpool en El Submarino Amarillo de George Dunning.

Me explico. Música Horizontal es un lugar con recámaras, escaleras, covachas, dormitorios, salones de estar, quirófanos, alacenas, y cada pieza de LabA es una criatura viva, con voluntad propia: si abrimos una puerta, entramos a una habitación llena de luz donde juegan dulcemente Balada y Feteasca Negra; si miramos por una ventana, Zizou y Talando Insomnio corren vestidas de seda a la luz de la luna, loquitas que son las dos, niñas escandalosas, alegres; si nos asomamos a una de las cocinas, encontramos en ella la voz dislocada de Jaime López en amena charla con la voz aterciopelada de Juan José Arreola, abuelo de Alonso y Chema.

Se me antoja mucho ver cómo estos músicos hacen en vivo La luz usa zapatos blancos, Crisis Número Dos, La Tumba de Philidor y Todos vinieron a la casa del hombre, piezas las cuatro en las que siento la fuerza de otra pareja sensacional: Scott Thunes y Chad Wackerman (¿o es Vinnie Colaiuta?) en Walk Tinks Amok y We are not alone (perdón, es que no puedo dejar de pensar en Zappa al escuchar el disco de Alonso).

Aparecen, sin embargo y de igual manera, otros espíritus: en La barba del loco y Jitanjáfora, por ejemplo, nos encontramos con una excursión al jardín del lounge, un lounge fuera de lo común, por supuesto (¡Nada que ver!, dicen tres púberes canéforas desde la terraza de un Starbucks), porque aquí Eric Dolphy y Ornette Colemann se bañan desnudos en la fuente central, mientras Mark Sandman riega los geranios. Y en el momento en que pienso matizar mi afirmación y mencionar a Jaco Pastorius, alguien levanta la voz...

-¡Eso no es lounge!, dice entre dientes y enojado un creativo veinteañero que bebe su Absolut sabor pera apoltronado en un sofá verde pistache.
-Bueno,
chillout o house, o como quieras llamar a eso que te ensartan en los lugares que visitas, güey.

La diferencia es que Alonso genera piezas con vida, con sangre, y esa naturaleza orgánica impide al creativo del sofá atender y entender lo que su novia creativa le dice por el teléfono celular.

-Tampoco es chillout ni house, replica el creativo con cuerpo de ratita escuálida.

Quedo convencido: lo que escucho no tiene nombre (lo que pasa es que, en los noventa, el que esto escribe usó Sheik Yerbouti como música de fondo para hacer el amor en un sofá, así que para él todo es lounge si sucede en un sillón de tres plazas y en un salón sin cortinas).

Digamos, entonces, algo rayano a la verdad: Esto es Alonso Arreola y su música horizontal.

Lo que me inquieta ahora es Cuarto de azotea. ¿Cómo será sustituida en vivo el arpa de Celso Duarte, cuando este instrumento es personaje protagónico de la pieza? Bueno, ése es problema de Alonso, no nuestro.

En lo que sí debemos ocuparnos nosotros es en estar muy atentos a la hora en que el bajista se eche Petit noir y Seis Letras, dos criaturas tan discretas y dulces que muchos ni se darán cuenta de su presencia. Ambas joyas son muestra de lo que podríamos llamar El Delicado Arte de la Glíptica Musical para la Fabricación de Camafeos Sonoros (queda prohibido repetir la frase en mi cara, si es en son de mofa).

Por otro lado, dudo que escuchemos el jueves Esto no es un perro, que no tiene el radicalismo de 4:33 de John Cage, pero sí su invitación a ZENtir la vida. Al mismo tiempo, hay en esta pieza, de manera expresa -desde su título-, un guiño al René Magritte de La traición de las imágenes (aunque en este caso debemos hablar de la traición de los sonidos). ¿Traición? No voy a enmendarle la plana al pintor belga, pero al escuchar el cuadro de Alonso Arreola me cuesta trabajo pensar que el músico asocia la realidad con la perfidia. Propongo, entonces, otra manera de ver las cosas: la travesura de los sonidos.

Escuché por primera vez a los Arreola en 1996, en el Foro Alicia, cuando ambos pertenecían a una banda llamada Mofungo. Esa vez quedé no sólo impresionado sino muy entusiasmado con lo que Alonso y Chema (adolescentes entonces) estaban haciendo: una fusión deliciosa de jazz, funk y rock. Ahora, al escuchar Música Horizontal, descubro que no estamos ante una ocurrencia dominical sino frente al primer destino de un largo viaje: un árbol crecido que ahora muestra su primer fruto.

La música de Alonso es como la violeta africana: no se vende, sino que se regala, porque el chiste es recibirla de manos de un ser querido, sólo así prende y despliega todos sus valores. Es un acto de terrorismo poético –afirma Uriel Wazeil en El Universal del 21 de abril-, como el libro que deliberadamente alguien abandona en la banca de un parque, en espera del encuentro con un nuevo lector.

En la más reciente entrega de su blog, Alonso anuncia: Como muchos ya saben, este jueves que viene tocaremos por primera vez en el DF los proyectos de LabA + Fractales, en el Ruta 61 de la Colonia Condesa.

Después de leer el aviso, me entra el pánico: ¿El jueves que viene? ¿Y si este jueves no viene? Será mejor ir hacia él. ¿O dejaremos las cosas a la buena de Dios? No sé tú, lector, pero yo no puedo ni quiero perderme el espectáculo musical que sucederá durante la noche del jueves. Así es que... ¡vámonos al jueves! Y mientras caminamos hacia ese día, ¿qué te parece si visitamos el blog de Alonso Arreola?

3 comentarios:

Cazador de Tatuajes dijo...

Lo mismo me tiene en ascuas querido Agus. Los experimentos hechos a más de dos manos se tienen que repetir con los mismos involucrados (¿un Watson sin Kirck?)

Pero como dices, es problema de Alonso, que espero, estoy seguro casi sabrá resolver.

Nos vemos el Jueves

Mamá-Z dijo...

Lo que los fanáticos de LabA debemos entender, Prometeo, es que un músico no está obligado a reproducir fielmente lo que dejó registrado en su disco. Algunos lo hacen, es cierto... y resulta muy aburrido.

Lu García dijo...

si no me asomo no me invitan a su fiesta, verdad?

Ahh esos Arreola, se ven divinos en esa foto...

Agus, me dejaste anonadada con este post. LABa es muy importante para mí por todo lo que representa y por cómo nos ha acercado a muchos. Tu forma de rendirle tributo es impresionante, tus metáforas inigualables.

Nos vemos en el Ruta.