miércoles, marzo 21, 2007

La locura adicional de marzo (segunda parte)

Viernes 16 de marzo

Son Las Señoritas de Aviñón quienes abren la segunda noche de Luis Robinson, y traen a escena siete clásicos: T-Bone Shuffle y Stormy Monday, de T-Bone Walker; Moondance, de Van Morrison; Pride and Joy, de Stevie Ray Vaughan; Mistery Train, de Junior Parker y Sam Philips (que Las Señoritas combinan con That’s all right, mama, de Arthur Big Boy Crudup, en abierto homenaje a Elvis); I put a spell on you, de Screamin´ Jay Hawkins; I feel so good, de J.B. Lenoir; Magdalena, de O. Dandy Blacksmith; y All your love arrejuntada con Easy Baby, ambas de Magic Sam.

Antes de soltarle las amarras a una de las más hermosas canciones de Van the Man, Octavio reitera la universalidad del blues: es condominio de la humanidad –dice-, cosa de todos; hay en el blues un origen evidente y específico, a la vez que un hado probadamente ecuménico.

Elijamos, para demostrarlo, cualquier ciudad importante del mundo (Londres, París, Bueno Aires, Madrid, Nueva York, México, Estambul, Barcelona, El Cairo), rodemos en ella un cortometraje, rodemos sin sonido, con muchas tomas de cámara subjetiva, en blanco y negro, con intenciones de anacronismo, fuera del tiempo pero muy dentro de la memoria colectiva. Editemos lo menos posible, y montemos sobre de ella Insane Asylum, con Willie Dixon y Koko Taylor (viene en una Chess Box, y estoy seguro de que Octavio la tiene, así que pregúntenle a él por el esplendor de esta joya, que descubrí gracias a Gerardo Aguilar Tagle y Gerardo Aguilar Sámano, quienes la bajaron de internet después de escuchar la versión de The Detroit Cobras, incluida en Baby, su disco de 2005 -por supuesto, apenas conocida la versión original, uno se olvida de cualquier intento de reproducirla dentro del rock, género que ha desarrollado desde su nacimiento una sorprendente y galopante capacidad de echar a perder la música que dice venerar).


Insane Asylum para nuestro cortometraje, pues. La música de nuestra película quedará que ni mandada hacer, sea cual fuere la historia contada, claro, dentro de los territorios del melodrama (el rango es amplio: desde una truculencia amorosa hasta algún pasaje de La Lechuza Ciega, de Sadegh Hedayat), sea cual fuere el actor o la actriz (caben desde Billy Bob Thornton hasta Tony Leung Chiu Wai, pasando por Donatas Banionis -en la foto- y Marcelo Mastroianni).

No sucedería lo mismo con danzones, tangos o cante jondo, géneros de belleza innegable pero que siempre conservan el aroma de su propia cuna. El blues, en cambio, como el jazz, sabe a modernidad. Y no uso modernidad como una virtud superior ante la tradición de nuestros pueblos, no la uso con intenciones morales. Hablo de modernidad para hacer una descripción histórica: si el siglo XVIII suena a Mozart, el siglo XX suena a blues.

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