viernes, abril 07, 2006

Jueves 6 de abril (primera parte)

No hubo diseños exclusivos ni realizaciones en shantung; no hubo sedas naturales ni encaje de chantilly; no hubo drapeados en color oro viejo ni bordados a mano con pedrería y canutillos de cristal tornasolado; nadie lució creaciones dignas de reinas, infantas y princesas. Nada, pues, de boato: no hubo pompas, terciopelos ni oropeles, aunque sí el glamour de las mujeres que visitan seguido el bar (mujeres cuya belleza empieza a ser proverbial).

Pero, entonces… ¿qué hubo?

¡Hubo rocanrol! Y, alrededor de él, las actividades múltiples, las conversaciones simultáneas y los insólitos personajes que hacen de Ruta 61 el Jockey Club del siglo XXI. Habremos perdido la elegancia y el gusto por la música de salterios, es cierto; pero, a cambio, contamos con un bar para escuchar buen blues y platicar con los amigos.

Anoche, hervía la vida en Ruta 61, por la presentación de Todo perro tiene su día, el más reciente álbum de Vieja Estación.

Dos Señoritas de Aviñón se ensartaban con la Tía Juanita en una discusión sobre política nacional, mientras Mariana Dávila, a medio vestir y muy dark, hacía malabarismos de fuego en la calle, a la entrada, para invitar a los transeúntes a pasar y vivir buen rocanrol.

José Luis Sánchez y Octavio Herrero describían emocionados la participación de Anita Ekberg en Bocaccio 70, mientras Octavio Soto, el Charro, miraba en silencio a la concurrencia, preguntándose cuántos de ellos desobedecerán a Benedicto XVI y asistirán, el viernes 14 de abril, a escuchar su delicioso blues (el del Charro, no el del Sumo Pontífice).

Ingrid Ojos de Mar
saludaba de prisa y con besos casi al aire (ni tiempo daba de chulearle sus preciosos cuasi-caireles), porque ya tenía mesa apartada, con dos amigas, las señoritas Yanina y Romina (al cotilleo entre argentinas se unía, a veces, Gabriela Brontese, inesperadamente platicadora).

Alejandro y Néstor
, dueños del Wicklow de Querétaro, amarraban acuerdos con el Polaco (Ezequiel Espósito) para la presentación del disco en ese hermoso pub estilo irlandés, mañana, sábado 8 de abril, mientras Tomy (Santiago Espósito) saludaba de abrazo y beso al Negro García López, extraordinario músico que alguna vez salvó a cierto baterista de liarse a golpes con un marido celoso; lo salvó, invitándolo al indispensable palomazo, aunque no me acuerdo si don Juan de los Tambores subió al escenario, porque en realidad estaba que hervía y con ganas de medir sus fuerzas (ya podrán ustedes entender quién es el maestro de la Tía Juanita cuando le sale su Inspector Gadget dispuesto a aniquilar cucarachas).

Mauro Bonamico
conversaba con Catire y la chula Solana –vestida como para una buena película francesa-, mientras Silvia Flores y José prometían a la Tía Juanita abrir con ella un Jack Daniel’s que anda rezagado en su casa. Y Marie, que no podía faltar, nos contaba que estaba a punto de irse a Playa del Carmen (ya ha de estar allá), mientras Malena Rouge dejaba su voz entusiasmada en la grabadora de un joven periodista (ese mismo reportero realizaría después una larga entrevista con Vieja Estación, que sería transmitida horas después por radio).

Raúl de la Rosa se paseaba, montado en la eterna sabiduría de quien ha vivido -y creado- los grandes momentos del blues en México, mientras Tania Molina era felicitada por la excelente nota sobre Vieja Estación publicada hace unos días en La Jornada.

Ruta 61 tuvo, además, el honor de contar con la presencia de doña María del Carmen Herrera, madre de nuestro querido Rafael Martínez, ingeniero de sonido del bar y, también, miembro prominente del equipo de producción de Todo perro tiene su día. Doña MariCarmen tuvo el buen tino de ocupar el lugar donde acostumbra sentarse doña Alba Criscuolo, cuando viene a México a visitar a sus hijos, de quienes se siente orgullosa y por quienes experimenta la amorosa alegría de una madre que sabe que sus muchachos están en buenas manos.

Y Betsy, la única Betsy que puede aparecer en nuestra mente, la única Betsy de la que tiene caso hablar, la Pecanins, acompañada de otro grande: Enrique Abrahamson (no sé si su apellido se escribe así, ya investigaré). Ambos, discretos pero contentos, avalando con su presencia el buen rocnarol de Vieja Estación.
Escribo esto en Ruta 61, mientras la pantalla del bar proyecta blues de primera línea. Ya estoy en mi friday night fever, y como en cualquier momento comenzará el espectáculo (Vieja Estación, de nuevo, y Las Señoritas de Aviñón), seguiré más tarde con esta crónica.

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