miércoles, diciembre 27, 2006

Heráclito y las mujeres

Nadie se baña dos veces en el mismo río, dice Heráclito de Efeso; pero, digo yo, hay que ir más allá: en realidad, el río no existe más que como resumen verbal de un instante.

Así, lo dicho por
Heráclito nos ayuda a aliviar nuestras ganas poligámicas: nadie se baña dos veces con la misma mujer.


Es más: no existe eso que llamamos mujer, más que como resumen verbal de un instante.


Las mujeres imposibles

Hay que distinguir entre el amor platónico y el amor imposible.

El primero se practica en el plano de las ideas y con muy poca intervención de los cuerpos, apenas la mínima y necesaria mediación (un beso, un abrazo, una caricia) para significar nobles sentimientos como ternura, lealtad, admiración... Es el amor que uno experimenta, por ejemplo y en distintos grados, con los amigos, con los hermanos, con los padres, con los hijos, con los perros y con los atardeceres.

Sin embargo, el amor platónico tiene su coronación dramática en aquellas parejas que pudiendo desbocar su erotismo en la alcoba, eligen no hacerlo, a veces por impedimentos morales, en ocasiones por neurosis poética.

Otra cosa es el amor imposible…

Las mujeres que nos gustan y que no nos hacen caso, son amores imposibles. Bueno, ni siquiera me parece atinado hablar de amores imposibles.

Mujeres imposibles, eso son: mujeres imposibles. Y las mujeres imposibles se vuelven, con el tiempo, mujeres insoportables. Por eso se les dice: ¡Ay, mujer, eres imposible!

Los idiotas amados y los sabios desamados

Reconozcamos que la primera etapa de la pasión amorosa vuelve a los amantes muy estúpidos y absolutamente ciegos. En cambio, aquellos que vivimos el desamor entramos al territorio de la sabiduría, porque nos vemos obligados al análisis y al entendimiento urgente de la realidad.

El amor al arte

No existe el amor al arte, existe el amor a los espejos. Nos gustan los espejos, aunque a veces nos enfaden sus reflejos. Escribo esto mientras escucho a Jacqueline du Pré tocar la Sonata para Violonchelo y Piano No. 1, de Brahms, a quien felizmente acabo de descubrir. ¿Cuál de mis rostros veo en este músico romántico? Un rostro hermoso, el de la serenidad que brota después del dolor y la desolación: el rostro de la melancolía.

Rostros

Después de ver una película de Leonardo di Caprio, conviene no asomarse inmediatamente a un espejo. Es una experiencia muy triste, amarga.

El cine y el cinito

Para hacer plática mientras como sushi con dos amigos (un francés y un uruguayo), comento que anoche pasaron por canal 22 la primera parte de Il mio viaggo in Italia (1999), de Martin Scorsese, y que hoy pasan la segunda parte, que no hay que perdérsela porque se trata no sólo de un valiosísimo documento sino también de una extraordinaria cátedra sobre el gran cine italiano (Rosselini, Blasetti, Visconti, Fellini y De Sica, sólo para comenzar).

A partir de la recomendación, se establece un interesante diálogo entre mis dos amigos.

A mí, en realidad –dice el francés-, no me gusta el cine italiano.
¡Bueno, bueno, a mí tampoco! –dice el uruguayo-. Pero hay cosas muy buenas, como La vida es bella.
-Prefiero el cine francés.
-Sí, yo también. Lo que acabo de ver es la última de James Bond…
-¿Y qué tal?
-No, no sirve. No es buena. Me pasó lo mismo que con El Planeta de los Simios…
-¡Ah, muy buena la primera versión!

Guardo silencio. Ya encontraré en otro momento con quién hablar de cine.

Ruta 61

Quienes hemos hecho de Ruta 61 nuestra segunda casa, tenemos ya en la biografía de nuestro placer momentos inolvidables, todos ellos ligados a la música y al hermoso encuentro de amigos que cada fin de semana se abrazan, chocan sus vasos y describen sus últimos avatares, todos ligados a la emoción inagotable de vivir la vida, esa criatura frágil y nunca suficiente.

Un chiste

-Oye, fíjate que llevo una semana viendo elefantes rosas… Entro al baño, y veo elefantes rosas. Entro a la oficina, y veo elefantes rosas. Voy por la calle, y veo elefantes rosas…
-¿Y no has visto a un psiquiatra?
-No. Sólo elefantes rosas.

Peter Green

El primer disco que escuché de Santana fue Abraxas, que contiene piezas extraordinarias, como Evil Ways, Soul Sacrifice y Black Magic Woman. Pero fue hasta 1973 cuando Octavio Herrero, el amigo que llegó para quedarse, me hizo saber que Black Magic Woman es una canción compuesta por Peter Green.

A veces, el respeto es disfraz de la indiferencia…

El respeto es, a veces, antifaz de la inapetencia, manifestación tácita de distancia emocional. Hay respetos que no caben en la pasión, en ninguna pasión. Porque toda pasión –estética, erótica o mística- es un ansia de meterse en otro, integrarse a otro, volverse el otro; avidez que sólo se satisface con irreverencias, con atrevimientos, con descaros, con blasfemias.

Y en la pasión, es frecuente cometer errores. Apolo nunca se equivoca. Dionisios, en cambio, siempre se extravía, siempre tropieza y rompe algo. Pero en sus estropicios descubre el sentido de la vida.

Stanley Clarke y George Duke

Para fortuna de la música, los pocos que estuvimos cierto sábado en el Teatro de la Ciudad (para escuchar a Stanley Clarke y George Duke) no nos intimidamos por la elegancia del recinto ni por sus 94 años de vida.

Percibimos la vida, la respiramos.

Y ahí estuvimos José Luis Sánchez (Josefáin, tecladista de Vieja Estación) y yo. ¡Cómo no íbamos a estar ahí, si los dos amamos la música de Frank Zappa!

¿Y eso qué tiene que ver?

¡Ah! Pues tiene que ver porque el gordo Duke participó en Chunga’s Revenge, 200 Moteles, Waka/Jawaka, El Gran Wazoo, Over-Nite Sensation, Apostrophe, Roxy and Elsewhere, One Size Fits All, Bongo Fury, Studio Tan, Sleep Dirt, Them or us, You can’t do that on stage anymore (I, II, III, IV y VI), Playground Psychotics, The Lost Episodes, Läther y Have I ofended someone?

No sé Josefáin, pero fue así como yo conocí a George Duke.

El aire y el sueño

Hace unos días, soñé que volaba en rehilete. Sueño más en aire que en agua. ¿Por qué será?

Bachelard y Catulo

Aunque desde pequeño presentí la diferencia entre el sueño y la ensoñación, no la entendí hasta que Bachelard medio me explicó.

No, perdón. Corrijo.

Gaston Bachelard me explicó completamente, fui yo el que entendió a medias.

Pero Bachelard nunca me ha sido fácil. Lo leo y no estoy seguro de haber entendido su pensamiento, acaso porque su bandera es la de Jules Laforgue, genio de corta vida (1860-1887) al que cita casi como para curarse en salud:

¡Método, método!
¿Qué deseas de mí?
Sabes bien que he probado
la fruta de la inconsciencia.

Como antípoda metodológica de Bachelard está Umberto Eco, y –ay de mí- tampoco en sus terrenos –los de la razón- logro acomodarme: llevo años leyendo las primeras cien páginas de Kant y el Ornitorrinco, y no puedo atravesarlas. Por eso, siempre vuelvo a los clásicos, como Catulo, ese hacedor de versos milagrosos que camina sobre la superficie de la poesía sin hundirse. Hay entre sus poemas, por ejemplo, uno que siempre me ha gustado, por contener esa valiosa urgencia amorosa que argumenta sobre la fugacidad del tiempo e intenta (con)vencer así sobre la mesura del decoro y de la duda:

Vivamos, querida Lesbia, y amémonos
y que las habladurías de los viejos puritanos
nos importen todas un bledo.

Porque los soles pueden salir y ponerse,
pero nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera vida,
tendremos que vivir una noche sin fin.

Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien.

Luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta para ignorarla
y para que ningún malvado pueda dañarnos
cuando se entere del total de nuestros besos.

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