sábado, junio 21, 2008

¡Salva un libro!

Esta entrega, gemelo precioso, va dedicada a ti y a tu eternidad, que hoy cumple seis meses.

Mi amigo Raúl Bretón acaba de darme la noticia: la Secretaría de Cultura del GDF y el Auditorio Nacional organizan, a través de la Coordinación del Programa de Fomento a la Lectura Para leer en Libertad, la Segunda Venta de Bodega de Libros de Remate.

Compra un libro para que siga existiendo, en lugar de que tenga que ser destruido.

¿Destruido? ¡Sí, destruido!

Pasa que la industria editorial tiene sus bodegas llenas de libros que han pasado por venta, rebajas y saldos, y el problema es que no tiene cómo deshacerse de ellos: tiene prohibida la donación, a menos que pague un impuesto por hacerlo.

A la industria editorial no sólo le cuesta el almacenamiento de dichos libros, sino que además tiene que pagar un dinero por activos fiscales. Por tal motivo, algunas editoriales se ven en la necesidad, a veces, de triturarlos.

Tampoco hay que poner el grito en el cielo, no seamos fetichistas: es papel y tinta, no es un ornitorrinco al que hay que proteger de los cazadores furtivos. Flaco favor hacen al libro quienes lo vuelven objeto de culto y lo coleccionan con la misma fruición de quien acumula timbres postales o vacas de porcelana.

Sin embargo, es un hecho que vivimos tiempos donde el libro experimenta una paradoja social: aún es cosa venerada y prenda bien vista; pero, de manera simultánea, es no-leído (hay una sutil diferencia semántica entre no es leído y es no-leído), no es vivido; y esa no-lectura, esa no vivencia se convierte en el más triste y amargo de los desprecios.

Si Ray Bradbury imagina, en Farenheit 451 (1953), un mundo donde se persigue a los pocos lectores y los libros son quemados, cincuentaicinco años después de esa truculenta fantasía nos encontramos en un mundo real donde libros y lectores son prácticamente ignorados.


Prohibido fumar,
y de preferencia favor de no leer.


Si los fumadores ya fuimos convertidos en leprosos, los lectores vivimos desde hace mucho tiempo la condición de raros que deben esconder sus inclinaciones. Y no es que nos corran de los parques y de los establecimientos públicos, sino que nos lanzan lo que Lewis Carroll llamaría el involuntario sotlusni, es decir, el insulto al revés, la ironía que no se reconoce a sí misma:

-¡Ay! Tú eres muy culto, ¿verdad? ¿Y has leído todos los libros que tienes aquí?

Traducida a su verdad íntima, la pregunta anterior busca corroborar la sospecha de quien la pronuncia: que el lector pertenece muy probablemente a una tarica que busca el nafs, la marifa y la jaquica a través de la revelación coránica (no importa lo que ello signifique, para el no lector el sí lector es miembro de una secta esotérica).

Aunque los temores de algunos van más allá del misterio: para quien considera al libro como chinicuil con guacamole (algo que quién sabe si me atreva a masticar), la lectura de los clásicos es considerada un tipo de depravación sexual, acaso la que más se evidencia contra natura. Y puedo demostrar mi afirmación mediante un experimento...

Siéntate, lector, entre televidentes que siguen la transmisión del enfrentamiento balompédico entre Holanda y Rusia; sírvete, como ellos, una cerveza fría, y apenas Pavlyuchenko venza a Edwin Van der Sar e introduzca el esférico en la portería de los holandeses, unos segundos después de que tus compañeros hayan perdido el aliento por celebrar el gol, pregunta casi desde la pedantería, que tan bien te sale:

-¿No les recuerda este momento el sensacional pasaje de Flaubert en que Emma Bovary estalla de gozo en la carroza y besa un crucifijo para convertir su orgasmo en explosión hirviente, apenas el amante se mete en ella?

-¿Qué? ¿Eh?

-¡Que somos el esperma de León Dupuis! Es decir, así imagino a la pareja en la carroza, húmedos de alegría y de placer, y entre las piernas de Emma un derrame de gritos por el gol de León Pavlyuchenco.

-Se llama Roman Anatolevich...

-Pero es León dentro de Emma...

-¡Es un pinche partido de fútbol, no mames!

En resumen, utilizar los libros como códigos del entusiasmo es tan outside como encender un cigarro en Ruta 61: hazlo, y todos te mirarán indignados y con cara de fuchi, y José Luis-el diligente capitán del bar- te pedirá que apagues el Cilindro de Belcebú o que hagas el favor de retirarte.

Se me ocurre aquí una deliciosa mezcla de actos vergonzosos. ¿El título?


Natalia Ruiz Ochoterena
y Deprisa Bordonaro Pardavé
retozan con Bugalú Peniche


La escena sucede a las 4:23 de la tarde, en una casa abandonada de la colonia Portales: huele a humedad, la duela crujiente del piso ha perdido su esmalte, y las raídas cortinas de terciopelo verde no detienen los haces de luz vespertina, hilos de mantequilla que atraviesan el salón principal como tímidos rayos láser en la noche de un museo.

Natalia y Deprisa han decidido hacer de Bugalú Peniche su juguete (él ríe y canta quedo: su muñeca, eso soy, la que tienen arrastrándose a sus pies; su juguete, sí señor, su juguete cuando juegan al amor; su muñeca, nada más, la que usan y que tiran y ya está).

-Cállate, susurra tiránica Deprisa.

Natalia lo besa con parsimonia, y lo encuera lentamente, sin apremio, en cámara lenta, como si desprendiera vestigios de tela de un cuerpo lacerado.

-¿Te toco o te tiento?, dice entre dientes la prima de Bacilio, y Bugalú deletrea sílabas en el borde del gozo que lo ahoga:

-¡Muérdeme quedito, pero con ganas!

Mientras, Deprisa –con su camiseta Rimbros como único atavío- se sienta en Bugalú (en su pecho de vellos canos) y lo ata a las patas de la mesa. Una y otra, calipigias inevitables de piel apiñonada, rozan con sus tetas suficientes la piel palpitante de Peniche. Y cuando Natalia comprueba con manos, boca y ojos la alegría del Amor Erguido, usa el obelisco palpitante de atril caliente, recarga en él La Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa y lee de la novela morisca el pasaje en que Abindarráez confiesa a Jarifa que debe regresar a prisión.

¿Por qué, cómo, cuándo, dónde?

En un mundo que desprecia los libros, en un mundo que los condena a la extinción, creo que salvar uno de ellos es un gesto de civilización ante la barbarie del entorno.

La Secretaría de Cultura del GDF, para evitar esta práctica tan terrible, ha decidido hacer una gran venta de bodega para poner los libros a precio de remate.

Veámonos todos en el Auditorio Nacional, entre el martes 24 y el domingo 29 de junio (todos esos días, entre las 11 de la mañana y las 7 de la noche). Hagamos de esto un carnaval erótico. Porque el buen libro es el mejor juguete sexual.

Créditos de fotografía

Foto 1. Agustín Aguilar Rodríguez (1962)
Foto 2. Marco Martínez, quien me permitió trabajarla un poquito en Photoshop (2008)
Foto 3. Rafael Martínez Herrera (2008), scanner.
Foto 4. Información pendiente

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y después el obelisco también sirvió de atril a Natalia y a Deprisa?

Un abrazo, Agus

Erick dijo...

Más de una vez he hecho lo propio en un partido de fútbol mundialista, con resultados variables, desde la expulsión de mi humanidad, hasta el zape de complicidad.

Celebro la agudeza de este sitio.