miércoles, mayo 21, 2008

Dios es un proceso

Fotografía tomada por Marugenia Sámano Valenzuela,
la noche del sábado 1 de marzo, mientras el autor iniciaba su rito bautismal
en las aguas tocadas por Nuestro Señor Gerardo.
El autor viste ropas del Pantocrátor.

A cada rato, Gerardo me solivianta: ¡Escribe de mí sin hablar de mí! Eleva tus oraciones sin nombrarme, que yo sabré recibirlas. ¡Soy Wichili McCoy, hermano, me las sé de todas todas!

-¿Cómo?
-Habla de otras cosas sin dejar de pensar en mí. ¿Puedes?
-No puedo hacer otra cosa.
-Entonces, ya estuvo. Cada palabra que escribas inspirada en el amor que me tienes voy a considerarla parte de tu rezo permanente dirigido a mamá.
-¿Mamá?
-Estoy dentro de ella. No sabría explicarte cómo sucede esto, pero estoy dentro de ella. Y ella también está dentro de sí misma. Y aquí, dentro de mamá, pasan cosas lindas. Ninguna de las ideas que desarrollamos sobre el universo se acerca a lo que sucede en verdad. Dios no es una persona, Dios es un proceso. Y toda definición es una fragmentación del ser.


Estos días han sido muy intensos y literalmente patéticos, en cuanto que han agitado con violencia mi ánimo y me han infundido afectos vehementes, entre ellos el anhelo de regresar a un pasado paradisíaco, aquel donde la presencia simultánea de mi madre y de mi hermano me cubría de paz y felicidad. Pero eso no es posible más que en sueños.

La vida ya no será igual.

Con su disipación física, Gerardo me ha hecho asomarme al jardín trasero de la conciencia, ahí donde se encuentra la sospecha aterradora de la nada, no mi nada (me tiene sin cuidado mi futura y absoluta esfumación), sino la nada entre cuyos pliegues se extraviaron mi madre y mi hermano.

-¿La nada?, me pregunta Gerardo.
-Tengo miedo de tu nada. Tengo miedo de la nada.
-¡Pues no pienses en nada! Piensa en todo.


Si entendí bien (las conversaciones con Gerardo son como los dibujos de Escher), todo es (o está en) ese jardín trasero de mi conciencia. Y si ahí habita mi miedo a la nada, también debo reconocer que la maleza me impide percibir otras criaturas, acaso más diminutas que el miedo pero igualmente vivas, como por ejemplo la pulsión de vida, que es como un caracol: su baba es esto que llamamos existencia.

No hay comentarios.: