No volverán mis ojos a mirarte
ni tus oídos escucharán mi canto.
Voy a anegar los mares con mi llanto.
Adiós, mujer, adiós para siempre, adiós.
El 3 de agosto de 2011, quince días antes de que
Carlos Johnson se presentara por vez primera en el
Hoochie Coochie Bar, expresé mis ganas de escucharlo cantar y tocar
Key to the highway. Pero mi deseo no pudo verse cumplido, porque
Carlos no la incluyó entonces en su repertorio. Me quedé con la espinita.
Logré olvidar las punzadas con la ayuda de
Las Señoritas de Aviñón, quienes recrean de modo delicioso la melodía de
Big Bill Broonzy. Y también me alivié el deseo con la versión de
Buddy Guy y
Junior Wells aparecida en
Last time around (disco grabado en vivo en el Legends).
Ahora, por fin, en su segunda visita,
Johnson cerró el concierto del sábado 21 de abril precisamente con
Key to the highway. Y ahí estuve yo, sentado en la mesa más cercana al escenario, acompañado de
Ezequiel Espósito y de un exquisito Jack Daniel´s.
En la mesa contigua, un niño de doce años parecía estar viviendo una experiencia inédita, insólita y hasta ese momento inaudita, porque en sus ojos atentos se evidenciaba el descubrimiento gozoso de un mundo nuevo, un mundo donde la belleza es inefable pero absolutamente cierta, evidente, palpable.
En la planta alta del bar, por su parte,
doña Magdalena Ortiz, madre de nuestra querida amiga
Sandra Redmond, disfrutaba de igual manera el blues, con las sonrisas de una mujer que a sus sesentaintatos aún sabe cómo sacarle ventajas a la noche.
A nuestras espaldas, el doctor
Antonio Miranda y su esposa sonreían de gusto. Asimismo, la comunidad francesa de
Ruta 61 distribuía a sus principales representantes (
Gilles, Francois, Jean-David) por diferentes puntos del
Hoochie Coochie Bar, convencido cada uno de ellos de una verdad contundente: el bar de Eduardo Serrano es ya referencia obligada para quienes buscan en nuestra ciudad música de alta calidad. No digo que siempre sea así (a veces, aparece alguna banda que de plano nada tiene que ofrecer y que, sin embargo, se atreve a subirse al escenario para endilgarnos espantajos herederos del oscurantismo musical de los años ochenta); pero la experiencia y el gusto se encargan de dar a cada parroquiano los elementos necesarios para juzgar y elegir lo que más les apetece.
Todos, en resumen, estábamos agradecidos por el despliegue de buena música en el escenario, y no sólo al final sino durante todo el concierto, entre cuyos momentos gloriosos hay que mencionar los solos de guitarra tanto de
Johnson como de
Santiago Espósito, la desenvoltura de
José Luis Sánchez en el teclado, la bien aceitada maquinaria rítmica de
Mauro Bonamico e
Ignacio Espósito, y la participación de dos invitados idóneos,
Ezequiel Espósito y
Claudia de la Concha.
La cosa es que el músico de Chicago y
Vieja Estación nos regalaron una
Key to the highway espléndida, fenomenal, lenta, ganosa de conducir el drama de sus palabras a través de la parsimonia musical y la declamación de quien se despide hecho pedazos pero con la necesaria altanería.
Cantar
Key to the highway no ha de ser fácil. Vivirla es un acto heroico. Escuchársela a
Jaime Holcombe es un placer indescriptible. Ahora, al saber qué sucede con ella en la garganta de
Carlos Johnson, la canción se vuelve un himno para quienes sabemos cómo han de freírse los espárragos.
Me alegra mucho llegar de mis merecidas vacaciones en la costa argentina
y ver que la bitácora está nuevamente llena de palabras.
Parece que hay más lectores de los que realmente creías.
¡Y siguen apareciendo, abajo de las piedras!
Saludos desde el culo del mundo
Carlos Carabba (Bufones Dementes)
P.D. ¿Podrías mandarme algunos temas de Las Señoritas?
Estoy muy intrigado.
¡Vieja Estación en YouTube!
Vieja Estación cuenta ya con varios videos en
YouTube, por lo que sugiero a mis 28 lectores que echen ojos y oídos a cada una de las canciones que ahí aparecen (
Hoy fue como ayer,
Crazy mixed up world,
Refugio y
Sin tratos, entre otras).
Para entrar a tales videos, basta con ir a www.youtube.com y escribir
viejaestacion (así, seguido, en minúsculas y sin tilde) en la ventanilla buscadora.
Disfrutar de los videos de
Vieja Estación es una buena manera de calentar las ganas y lanzarse a la calle, para ver y escuchar en vivo a esta extraordinaria banda de blues y roncanrol, que el martes se presenta en el
Pata Negra de la Condesa y el miércoles en el
Irish Pub de Satélite, pero cuyo momento de belleza absoluta se da cada viernes en la noche, en
Ruta 61 y en compañía de
Las Señoritas de Aviñón, la otra banda sin la cual no puedo vivir a gusto. ¿Por qué? Porque R
uta 61 es inigualable, porque el
Hoochie Coochie Bar da a la música el lugar que se merece, es decir, el sitio protagónico, porque el lugar de
Lalo Serrano es un cobijo de amor y buenas vibraciones. Por eso.
¿Quién es Ghost?
Recibo en la entrega
Chuck Berry Fields Forever el siguiente mensaje, firmado por
Ghost:
¡Estimado maestro! Buscando tu música, me encontré con esta bitácora y recordé las tardes en que el profesor Matus y la maestra Clemen desaparecían mientras tus relatos me llevaban a Comala en tiempos de la canícula. Después de 14 años, siento reparador decirte, nuevamente... ¡gracias!
No puedo ubicar a
Ghost. El seudónimo no me ayuda; pero admito que su mensaje me alegra el corazón. Gracias, Ghost. Por favor, vuélvete materia.
Javier García y Pepe Stephens
Javier García, el baterista de
Las Señoritas de Aviñón, nos escribe para recomendar el sitio en Internet de
Pepe Stephens, compositor y musicólogo, así como fundador y director de
Melomanía, el estudio donde las Señoritas grabaron su más reciente álbum.
Aprovecho este espacio para agradecer a
Pepe la mención que hace de
El Blues de la Estufa Divina en su propia página, a la que mis 27 lectores pueden entrar si apachurran su nombre.
Me dejaron de garpe
Ya lo señalé en otra entrega. Mi Heráclito apócrifo afirma que
nadie se baña dos veces con la misma mujer.
Sin embargo, hay en mi refranero impopular otra sentencia contundente:
el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma mujer.
Digo lo anterior porque hace unos días quedé muy formal con una hermosa dama para vernos el sábado a mediodía, visitar juntos el Museo de Arte Popular y, de paso, disfrutar de la cocina española en el Mesón del Cid.
Debo señalar –y esto lo digo sin falsa modestia- que fue ella, la susodicha, quien propuso el encuentro.
Es decir, el invitado era yo, a fin de cuentas.
Sin cera en los oídos y sin la lira de Orfeo, sólo tuve que librar mis manos atadas al mástil y dejarme conducir por la melopeya mediterránea.
Ante la inminencia de la cita y con el propósito de estar absolutamente fresco durante las horas del sábado, decidí abstenerme del gozo que significa estar en
Ruta 61 el viernes en la noche.
¡Y que me dejan plantado,
queridos amigos!
Que me dejan vilmente plantado,
me dejaron de garpe, como dicen los argentinos. Me dejaron como tonto... ahí, en el Museo de Arte Popular, con la única opción de contemplar los alhajeros lacados de Olinalá...
Carmín intenso, pájaros confrontados, follajes novelescos y otras aves encima.
Pues sí, muy bonito, pero yo iba a otra cosa.
Mucho esmero había puesto en el lavado de mi cuerpo. Me había acicalado y emperifollado de acuerdo a los dictados del buen gusto y la elegancia informal (
¡No sabés la producción que metí!, diría mi amigo
Josefáin). Incluso, me compré una camisa color de mantequilla, di lustre a mis zapatos de domingo y me rasuré en día de obligado descanso.
Por eso digo: volví a tropezar con la misma mujer. Carajo, parece que las colecciono.
El Club de la Estufa Divina
Pues qué les digo. Ya son
28 los lectores frecuentes que han solicitado su credencial del
Club de la Estufa Divina. La más reciente petición llega desde Chiapas, de parte de
Marie Croix, cuyo hermoso mensaje publico en seguida:
Hola. Tienes más lectores de los que imaginas. Yo te leo cada semana para ver qué pasó por la Ruta 61. Llegué a tu bitácora por la pagina del bar, y… Bueno, aún no lo conozco, porque vivo en Chiapas; pero me encanta el blues. Visito la Ciudad de México por lo menos una vez al mes, y le he pedido al galán que me lleve, pero… puras promesas y se me arrepiente: cuando yo ya estoy puestísima, yo también tropiezo con el mismo hombre.
¿Será que las mujeres de provincia merecemos la credencial del CED? Hay que aumentar el índice de miembros femeninos en el club. Saludos y gracias.
Which is the flavor of
salsa with Peaches?
Durante las primeras horas del domingo 21 de enero, varias escenas se quedaron estampadas en la memoria de los desvelados.
Había terminado el último de los tres conciertos de
Peaches en
Ruta 61, y por fin logró
Maricarmen González salirse con la suya: despedir a
Faye Staten con música tropical, con música grupera y con algunas muestras de salsa.
No sé si era buena música, no sé juzgar esa música, no tengo una opinión formada sobre el género, que me rebasa en casi todas sus expresiones. De hecho, no sé dónde están las fronteras que lo separan de lo que yo llamo fealdad.
El blues había quedado atrás, y era hora de desempolvar el cuerpo.
Nacho, Josefáin, Tomy y el Polaco subieron al escenario en tinieblas y demostraron que en Buenos Aires también se mueve el bote. Los miembros de
Vieja Estación convencieron a
Melvin Smith y lo hicieron medio bailar.
Ingrid Ojos de Mar tomó fotografías sin poder contener las ganas del meneo.
Yo estuve en la planta baja del bar, intentando platicar con
Antonio Miranda, después de que
Ezequiel nos había servido sendas rebanadas del pastel que
Silvia Flores y
José González le prepararon con motivo de su cumpleaños.
Y como Maricarmen le dio cuerda,
Lalo Serrano atrapó a
Peaches Staten y la puso a bailar sabroso, como si fuera María Victoria (
Cuidadito, cuidadito, cui-da-di-to, me vas a matar de un susto... y no es justo que yo me mue-ra del co-ra-zón).
Ambos,
Peaches y Lalo, demostraron su destreza en la pista y fueron, sin duda, la pareja de la noche.
Así terminó la estancia de
Peaches en la Ciudad de México, después de tres espléndidos conciertos en
Ruta 61, que demostraron otra vez dos certidumbres:
a)
Eduardo S. tiene excelente mano cuando elige a sus invitados especiales.
b)
Vieja Estación es una banda inconmensurable.
Y ya que hablamos de invitados especiales, es buen momento para anunciar la llegada a
Ruta 61 de
Luis Robinson, armonicista argentino que ha tocado con los grandes y que en aquí, en el Hoochie Coochie Bar, seguirá tocando con los grandes. Ya hablaremos de Luis con más calma. Por lo pronto, prudente lector, aparta tu mesa para mediados de febrero, si quieres escuchar en vivo una buena armónica sostenida por músicos de primera.
Mr. Blue
Llega a mi buzón la letra de una canción escrita por
Daniel Martínez Saucedo, y ahora la público. Daniel tiene la credencial 025 del
Club de la Estufa Divina, y todos los miembros del CED tienen derecho a ser atendidos, escuchados y leídos.
La canción se llama
Me duele la muela, y dice:
Me duele la muela, no puedo gritar./ Me duele la muela, no puedo gritar./ El dolor es más intenso que cuando me ibas a dejar./ Caminando por la calle, me encontré a una mujer./ Yo le dije: Hola, mami. Ella dijo: Soy Javier. / Pero es difícil. Eso me ocurrió ayer. / En esta vida de perro, ojalá fuera un french. / Platiqué con tus amigos. Presumías que te perdí. / Como ves, nunca ando solo, / siempre ando con mis lobos en aullido frenesí. / Pero es difícil, eso me ocurrió ayer. / En esta vida de perro, ojalá fuera un french. / Mi jefe me llamó, dijo: Hay que platicar/ sobre un aumento en el salario y una cena en algún bar. / Y, ya estando medio pedo, él me dijo: / El salario hay que ganar. / El hijo de la chingada me quería manosear./ Pero es difícil, eso me ocurrió ayer. / En esta vida de perro, ojala fuera un french. / Me duele la muela, no puedo gritar. / El dolor es tan intenso, ¿quién me la pueda sacar? / Perdí todos mis ahorros, mi mujer me abandonó, / y estando distraído Javier me manoseó. / Me duele la muela, no puedo gritar. / Me duelen las nalgas, no me puedo sentar. / En esta vida de perro, ojala fuera un french.
Pides mi opinión, Daniel, así es que te la voy a dar.
La letra es muy mala, Daniel. Tírala a la basura. ¿A quién puede importarle tu dolor de muelas? Digo, son cosas que se resuelven en el consultorio del dentista, no en una canción. En cuanto al travesti Javier, ¿no te parece que carece de interés? Todos en esta ciudad hemos confundido a un hombre con una hermosa prostituta. De hecho, todos los hombres somos, en el fondo, hermosas prostitutas, pero no creo que te interese saberlo, como a nadie le puede interesar tu dolor de muelas. Y la historia con el jefe, suena bien pero hay que trabajarla, porque, a ver, según entendí (Me duelen las nalgas, dices en la canción), a la mera hora sí hubo un muy buen aumento de sueldo, ¿verdad? No hay problema, Daniel, pero la anécdota tampoco resulta interesante.
¡Vamos, Daniel, no te desanimes! Alex Lora escribe peores canciones, y sin embargo parece que su madre está muy orgullosa de él. Entonces, si el TRI es un faro de luz para tu inspiración, no me hagas caso, sigue por el camino del humor forzado y simplón, de la charla alburera de oficinistas que salen en mangas de camisa a caminar por la acera, panzones, cerdos, con las manos en las bolsas, con la calma del asalariado que sabe que va a cobrar en la quincena y que, por eso, dedica su tiempo libre a inventar historias de tercera categoría.
A través de un gesto de admirable y sincera humildad,
Daniel Martínez Saucedo responde a mis groseros comentarios con la elegancia del sabio y la sensibilidad del artista que sabe comunicarse con el mundo. Ahora soy yo quien recibe la lección:
¡Ay!
Duelen los madrazos intelectuales. Aunque sabía de antemano que la canción era mala, no me esperaba tanta rudeza. Me sirvió. No tienes idea de cuánto. Ahora, dejaré de escuchar los chistes de Polo-Polo. O igual y me hace falta comprar el disco y escucharlo con calma en el Metro.
Con respecto a lo de “compositor”, me alejo muchísimo de serlo. Lo agradezco, pero no lo merezco. Mi profesión, o al menos es por lo que lucho, es ser QBP. De todos modos, haré el intento de escribir algo mejor.
Y no, mi cantante o artista de radio TV y anexos no es Alex lora (y no discuto su trayectoria). Son muchos. Entre ellos, está Guillermo Briseño (me encanta esa frase suya que dice “apaga la luz, fue lo ultimo que dijo antes de subir al autobús” -aunque todavía no entiendo cómo iba a subir al autobús con la luz apagada, igual y se daba un buen madrazo-).
Intentaré hacer una frase, ya no una canción ni un parrafo, una frase. Es tan difícil pensar.
Viendo Los amantes del círculo polar, casi me pongo a llorar. ¿Por qué tenía que morirse Ana? Todo es tan absurdo.
Creo que ya la tengo: Dicen que una mujer y un hombre... ¡Ésa es de Sabines. Puta madre, es difícil, no tengo ni idea. Me siento como cuando te caes en el recreo... y está la niña de Sexto B que te gusta.
Es un gran misterio.
Seguiré intentando. Y nos vemos el viernes, para recibir mi credencial y uno que otro consejo. Claro, si usted quiere.
La uniformidad generaliza, la diversidad individualiza.
A tal conclusión llegué hace unos días, sin saber entonces que había muerto
Ryszard Kapuscinski (1932-2007), cuyos últimos rostros de sonrisa afable me recuerdan siempre a
Eli Wallach. Me refiero al Wallach de la tercera parte de El Padrino, no al Wallach de El bueno, el malo y el feo, aunque seguramente, en sus múltiples viajes, Kapuscinski habrá tenido la andrajosa estampa del Tuco.
No encuentro en internet las escenas en las que don Altobello sonríe, que son muchas, pero el gesto es semejante al del periodista-historiador.
La diferencia espiritual entre
Kapuscinski y el personaje de
Wallach es, sin embargo, abismal: mientras que la configuración ética del polaco es de las más elevadas y sólidas que en un ser humano pueden darse, la de don Altobello se resume en una práctica: el uso de la máscara del candor y la bondad para esconder el verdadero rostro, el de la perfidia, para que no se escuche palpitar su corazón de Yago. Hay que decir, sin embargo, que en este mundo hay más Altobellos que Kapuscinskis.
En sentido homenaje a
don Ryszard, transcribo una de sus afirmaciones:
La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz. La pobreza sufre, pero en silencio. No se rebela. Encontramos situaciones de rebeldía sólo cuando la gente pobre alberga alguna esperanza.
El Instituto de las Mujeres
En Chiapas, Guanajuato, Baja California y otros estados de la república aún se utiliza la frase
Instituto de la Mujer, así, en singular. En el Distrito Federal, en cambio, hablamos del
Instituto de las Mujeres.
Me quedo con el concepto chilango. Porque cuando se dice
Instituto de la Mujer, sospecho en ese singular una generalización zoológica:
Instituto para la Protección del Armadillo de Huayacocotla.
No existe la mujer. Existen las mujeres. Ya lo insinuaba en otra parte, cuando cité a Heráclito. Así que cuando presentemos a nuestra señora esposa, hagámoslo de la siguiente manera:
Mira, ella es Desdémona Peniche, mis mujeres.
Quienes hemos tenido la oportunidad de vivir con una mujer, sabemos que a nuestra cama llega una multitud, que esa mujer
nuestra es, en realidad, una legión.
Cuando muera, evítense los homenajes...
Todo homenaje corre el riesgo de volverse vilipendio involuntario y repulsa inconsciente, torpe traición a la estética misma del festejado. Saquemos de contexto a Mateo 8, 22 y pongamos un letrero en todos los bares: dejad que los muertos entierren a sus muertos.
En dos meses se cumplirán once años de haberse constituido, en España, el
Nódulo Materialista, una asociación que tiene como objeto principal
fomentar las relaciones entre quienes se sienten vinculados al materialismo filosófico. Con ese propósito, promueve, desde 1997, actividades e iniciativas de interés general que contribuyan al estudio, la investigación, el cultivo del conocimiento científico y del saber filosófico en territorio español, pero pensando siempre en la comunidad de hispanohablantes.
Cuento lo anterior para recomendar la lectura de
El Catoblepas, excelente revista publicada en Internet por el
Nódulo Materialista.
Termino esta entrega con una imagen clásica aunque no frecuente:
Las Señoritas de Aviñón con un invitado especial,
Ezequiel Espósito, el Polaco,
voz principal de Vieja Estación.