sábado, agosto 29, 2015

Los Rompevidrios de Chejov



Nos sentamos y, en la gran calma del campo,
adormecidos bajo la brillante luz de la luna, Zola nos contó…

Guy de Maupassant,
en la introducción a Las veladas de Médan.

Tocante a mí, continuaré viviendo en mi casa de cristal,
desde donde puedo ver siempre a los que vienen a visitarme,
donde todo lo que cuelga de los techos
y de los muros se sostiene como por arte de encantamiento,
donde por la noche descanso en una cama de cristal con sábanas de cristal,
donde el que yo soy se me aparecerá,
tarde o temprano, grabado con un diamante.

André Breton
Nadja

Llevo varios días leyendo y pensando en la recomendación de Chejov utilizada como epígrafe por Octavio Herrero, mi viejo maestro de literatura rusa: No me cuentes que brilla la luna, muéstrame el destello de luz en los vidrios rotos.  Leo tales palabras, inquietantes por enigmáticas, y pienso mucho, mucho, más allá de admitirlas como luminosa consigna naturalista, seguramente plasmada en una carta del mismo Chejov a su amigo Máximo Gorki.

Pienso, digo, mucho.

Pienso tanto que he perdido el sueño en las noches recientes, a eso de las cuatro de la madrugada (cuando la luz no es luz y la sombra no es sombra, describe Max von Sydow en Vargtimmen).  describe Max von Sydowadrugada ( a calle atormentadantre ambos genios se dio entre  Es entonces cuando vuelve a mi mente la recomendación de Chejov utilizada como epígrafe por Octavio Herrero, mi viejo amigo.

¡Es la luna de un espejo a la que se refiere el autor de La dama del perrito!

Despierto a la hora del lobo, con la cita de Chejov en alguna parte de mí, y comienzo a escribir un cuento en mi mente somnolienta.

Tocan a mi puerta, me levanto y camino hasta el rellano. Abro. Igoryok Sóbolev y Borya Ivanov, mis vecinos (su casa está a siete verstas de la mía), entran –huyen de la tormenta de nieve que azota muros, puertas y ventanas. Ahora están a mi lado y los miro de soslayo, mientras ambos se desprenden de sus gabanes húmedos y los abandonan en el respaldo de una silla. Son dos sombras que hablan. Sus voces son hilos delgados de sonido que yo traduzco al español.

Sóbolev me informa que algo está pasando en la recámara donde duermo, aquí, precisamente, desde donde invento el cuento y en donde conservo amorosamente el espejo Chippendale que heredé de mis padres.

Algo está pasando, sosed Orelovich -dice Ivanov, como si fuera el eco de su compañero-, algo está pasando. Vimos salir un resplandor de la ventana de tu dormitorio. 

Yo miro la luna del espejo y descubro la luz blanquecina de la calle atormentada.

La luna brilla. Contemplo conmovido el espectro albino y palpitante dentro del espejo. De pronto, la superficie bruñida refleja la silueta de Antón Chejov

¡No me cuentes que brilla la luna! –dice con paciencia el aparecido-. Muéstrame el destello de luz en los vidrios rotos.

Como si tales palabras fueran contraseña de la fatalidad, Igoryok Sóbolev golpea sobre la luna con un enorme bastón de hueso, y la luna explota en pedazos. Los vidrios rotos caen sobre mi cama, que ahora se vuelve una fuente de luz con añicos de Chejov.

No contaremos, mostraremos –dice Octavio-, mostraremos las cosas tal y como dejaron de hacerlo las bandas de rocanrol, hace mucho tiempo (digo las cosas para no usar la palabra verdad, voz que se presta siempre a malos entendidos). Porque las cosas no se cuentan, sino que se muestran, incluso en casos de comedia (siempre hay comedia en el rocanrol). Cicerón –a fe de Donato Servitano- define la comedia como imitación de la vida, espejo de las costumbres, imagen de la verdad (de las cosas).

Hay, entonces y por tanto, una acción que debe realizarse: tomar los instrumentos como resorteras y romper con la música la luna del espejo que nos refleja, para que las cosas se muestren, para ver ese destello de luz que somos.

Rojo y Negro es una novela que cimbró la primera juventud de Octavio Herrero y de quien esto escribe. En ella, para justificar la exhibición de los devaneos de Matilde de La Mole,  Stendhal advierte (treinta años antes del nacimiento de Chejov) que una novela es un espejo que se pasea sobre un camino; tanto refleja el purísimo azul del cielo como el cieno de los lodazales de la calle.

En Las mil y una pasiones, de ChejovAntonio (el narrador) cuenta que, velada por las nubes, la Luna nos echó una mirada fría, y dice que la Luna es testigo silencioso e indiferente de los dulces momentos del amor y de la venganza. Entonces, para Antonio la venganza es dulce.

Chejov cubre la Luna para que su brillo no afecte la escena. Ante la indiferencia de la Luna velada, Antonio arroja al abismo a Teodoro, al cochero y a los caballos. No hay destellos de luz en la penumbra de la sima. La Luna se esconde tras las nubes y, sin embargo, Chejov nos muestra el destello de luz no en el cuerpo roto de Teodoro sino en el alma rota de Antonio. ¿Qué es ese destello? El odio de Antonio. No vemos la Luna, vemos el odio de un hombre enamorado, diabólicamente enamorado.

Gracias a Octavio, mi viejo maestro de literatura rusa, leí a Dostoievski (Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov). Con Octavio presencié El tío Vania (Chejov), El diario de un loco (Gogol) y dos obras de Gorki (Los bajos fondos y Los veraneantes). También tuve la oportunidad de ver, en la Facultad de Filosofía y Letras, La madre, del mismo Gorki. Y todos ellos nos mostraron las cosas, como ahora nos las muestran Los Nuevos Rompevidrios.

De eso se trata el rocanrol –me dice Octavio, mi viejo amigo-: de romper y mostrar, romper y mostrar, romper y mostrar.

Esta noche, en Ruta 61, veremos la acción de Los Rompevidrios. Ya veremos lo que nos muestran.


viernes, junio 19, 2015

Ruta 61, sólo eso y nada más...


Hace once años, mis caminos eran otros. La música había perdido en mi vida su protagonismo filosófico y había dejado de ser sacerdotisa y alcahueta. De pronto, con el arrebato de una lluvia primaveral, la música volvió a ser simplemente sonido, se desnudó ante mí y se liberó de lo que yo mismo la había forzado a ser (o la había forzado a hacer): una diosa que me revelaba entre melodías, armonías y ritmos el sentido del universo. ¡Pobre música! Ella, que sólo deseaba conmover, fue convertida en sibila por un adolescente hambriento de indicios y significados.

Agotada mi búsqueda de sentido del universo, la música dejó de ser su escritura. El cuervo de los signos desapareció y la música recobró su naturaleza, en la lobreguez de la noche y sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones. La música se liberó de mí, se desnudó ante mí y volvió a ser la jerigonza de los pájaros y el murmullo de los árboles, el gemido del sueño y el borboteo del agua en la lumbre, la algarabía de los niños, el tintinar del hielo en el whisky y la combustión del tabaco… Only this and nothing more.

En 2004, aún goteaba en mi ánimo el dolor por la muerte de mi madre –ocurrida siete años antes-. Hoy ese dolor ya no es una exudación pertinaz, sino que se ha empozado dulcemente en mi alma vallejiana. Y ahí está. Pero entonces el pling pling de la orfandad hacía del atardecer la fragua de mis pensamientos y mis emociones. ¡Qué dulce y tierno eres, crepúsculo!, canta el poeta desde el esplín, y su alabanza enciende mi recuerdo de aquel jueves 27 de mayo de 2004, cuando Ruta 61 abrió sus puertas por primera vez.

Ruta 61 es para mí un momento de amor a la música descarnada y una posibilidad de abrazar y besar a los amigos. Con más de una década, el lugar de Eduardo es ya parte de las noches de nuestra ciudad y parte incluso de la historia del blues en México. La lista de músicos que se han presentado en el bar es evidencia innegable de su aportación a la cultura citadina.

Ruta 61 apostó a un concepto cuyo éxito ha sido comprobado en otras latitudes: dar al blues un recinto propio, una casa particular, una dirección; ofrecer a los amantes de esta música universal el espacio necesario para su deleite; regalar a las nuevas generaciones la posibilidad de un nuevo cultivo. Y dichos propósitos corrieron parejos con una idea absolutamente digna y justa: ser, en todos sentidos, un buen negocio. Lo es, a pesar de la crisis, porque buen negocio no significa necesariamente el enriquecimiento inexplicable sino la instalación y la permanencia de un sueño.

Hace siete años, al final de 2008, Ruta 61 abrió sus puertas y ofreció su foro a otras maneras y a otras expresiones musicales, con la idea de anunciar desde entonces lo que estaría sucediendo a partir de entonces: el foro se convirtió en un espacio plural donde la diversidad de géneros es la pauta a seguir. Se sigue con el blues de Chicago, por supuesto, y con las diversas maneras de abordar la historia de esta música; pero igualmente se da cabida a toda propuesta musical que merezca ser escuchada.

En Ruta 61 cabe toda la música y todos los corazones. Con esta segunda declaración de principios, el lugar rescató uno de sus propósitos originales: contribuir a que las noches de la ciudad sean de veras memorables, y que el recuerdo tenga como raíz la sensación de placer que produce la belleza inagotable de la música.


Hace once años, vagaba yo alrededor de mí mismo, sin el menor deseo de vivir la noche. Fue entonces cuando, a punto de caer la penumbra de aquel jueves de mayo, la sonrisa de Eduardo Serrano Jasso me atrapó con su encanto y su alegría de vivir. Ayudó, por supuesto y mucho, la música de mis amigos y el brotar de nuevos amigos; pero la esencia que explica mi larga permanencia en Ruta 61 ha sido esa lumbre de vida que sale de Eduardo a través de sus ojos, de sus abrazos y de su sonrisa incontenible. Ya no voy tan seguido, pero esta distancia se debe a una serie de motivos personales que nada tienen que ver con la belleza del lugar. Si pienso en vivir la noche, pienso en Ruta 61 y pienso en Eduardo. Y si llego al bar y no está su dueño, su ausencia me duele.

martes, marzo 18, 2014

La flauta que hacía falta

Noche de sábado, cálida y apacible; noche para el deleite de los oídos; noche iluminada y ensimismada; noche de jazz y anexas; noche de Ricardo Benítez en Ruta 61. ¿Qué más puede pedir un melómano?

En esta ciudad, quien busca música la encuentra. ¡Pero de veras música! Porque a las tonaditas chatarra no hay que rastrearlas, simplemente están ahí, en las bocinas del doctor Simi y en los vergonzosamente tolerados puestos de piratería. Ahí están, decimos, inmediatas, sofocantes: son princesas malolientes en las calles sitiadas por el ambulantaje, son moscas atarantadas, gordas de tanto aceite, que nos golpean las sienes y nos aturden, y nos hacen dudar de que en esta ciudad sea posible la existencia de lugares con música de verdad. ¡Pero los hay, por supuesto que los hay! Son muchos y variados. Es cosa de buscarlos.

Uno de esos lugares es Ruta 61, y una de esas músicas verídicas es la de Ricardo Benítez (flautista nacido en Cuba y radicado desde hace un cuarto de siglo en México), quien hace un lustro se presentó por vez primera en nuestro lugar, los viernes 20 y 27 de febrero de 2009, noches en las que ofreció dos fascinantes espectáculos. Ya antes habíamos obtenido la gracia del gozo al escuchar los aires célticos de Félipe Hartasánchez Frenk (Innis Mòr). Esta vez, la brisa cálida del Caribe, mezclada con otros vientos, hizo del bar su casa.

Con Ricardo Benítez, discípulo de Luis Bayard y de Miguel Salas, el hallazgo se vuelve descubrimiento y asombro. Tanto en sus discos (Charanguero y Pa´Malanga) como en sus conciertos vivos, flota la flauta desde el jazz libérrimo hasta el danzón necesario. ¿Y qué sucede? Que Benítez prende el espacio con las llamas de cada nota y con la destreza de quien conoce los pliegues secretos de la belleza.

Sin embargo y aunque nuestras palabras merodeen el fenómeno, es necesario escucharlo, vivirlo personalmente: sólo entonces –y no necesariamente en el silencio (porque el viaje con Benítez nos empuja al aplauso frecuente), solo entonces –decimos- se entiende el concepto de epifanía estética del que alguna vez habló Ananías Hortoneda (un grado arriba de la catarsis).

Agotados del ruido que nos ofrece a diario la calle, nos asilamos en el corazón de Ricardo Benítez y su banda, y quedamos debidamente protegidos.


Fue hace trece años cuando, en su columna Jazz, Antonio Malacara habló sobre Pa´Malanga, disco en el que el crítico advierte la acertada interpretación (a veces incluso fusión) de la música afrocaribeña con las herramientas del jazz: Sin perder el rumbo (…), el flautista nos entrega una vision universal y ciento por ciento contemporánea de sus raíces musicales. Y esas raíces, añadimos nosotros, se tocan bajo la tierra con el mismísimo blues, a tal grado que Benítez no duda en incluir en su repertorio piezas del género cobijado por Ruta 61 durante los últimos diez años. (Benítez) sabe a dónde quiere llegar –escribe Malacara-, sabe del poder de su sangre cubana, de su bagaje rítmico y armónico, de su carga genética; pero sabe también que, ante todo, está en plena construcción del nuevo jazz cubano desde México.

Ricardo Benítez hace música con ventanas hacia todas partes, y vemos crecer el Danzonete Cubanete de Pepe Hernández, El Malagueño de Mayito Patrón, y el sabrosísimo danzón Fefita. Pero no sólo eso, sino que también flotan en el paisaje los espíritus de Charlie Parker, Robert Johnson y Miguelito Valdés.

Este próximo sábado (22 de marzo de 2014), Ricardo Benítez llenará la noche de Ruta 61.

miércoles, febrero 12, 2014

Giles Corey en Ruta 61


Giles Corey es uno de los guitarristas más excitantes de Chicago. Su presencia en el escenario es ardiente e inspirada. Además, estamos ante un cantante excepcional. Pierre Lacocque, de Mississippi Heat.


Como ya es costumbre, Ruta 61 vuelve a tender uno de los puentes que desde hace diez años lo unen con Chicago, Buenos Aires, Galicia, Barcelona, París y otras partes del mundo, y trae a escena al extaordinario guitarrista Giles Corey.

Quienes tuvimos la fortuna de estar en en el Monumento a la Revolución aquella noche de noviembre de 2006 en que se clausuró el X Festival de Blues, fuimos testigos de la presencia en el escenario de un cúmulo milagroso de músicos chicaguenses (chicagoans es el gentilicio en inglés). Todos juntos, hicieron de la velada una de las más hermosas en la historia general del blues y en la historia nocturna de nuestra ciudad.

Entre esos músicos estuvo Giles Corey, quien ofreció música bien hecha y cátedra de virtuosismo.


Giles Corey combina su voz áspera y apasionada con espléndidos solos de guitarra en un espectáculo lúdico e irrepetible. Con 40 años de edad y veintitrés de carrera profesional, Giles es ya una referencia obligada en la escena musical de Chicago. Ha participado en giras y grabaciones de grandes del blues y el rocanrol (Bo Didley, Billy Branch, Magic Slim y Otis Rush, entre otros), y ha tocado en conciertos y festivales internacionales (su primera visita a México fue en noviembre de 2006, como guitarrista de la banda de Billy Branch, en el X Festival de Blues, y entonces descubrimos a un guitarrista excepcional, exquisito, fino y esplendoroso).

Corey se presentó por segunda ocasión en el Distrito Federal los días 11, 12 y 13 de octubre de 2007, acompañado entonces por miembros de Vieja Estación, banda mexicano-argentina que ha demostrado a lo largo de los años no sólo talento y calidad, sino, además, una sorprendente capacidad para sostener el alto nivel de músicos de la estatura de Lurrie Bell, Carlos Johnson, Billy Branch, Dave Specter, Deitra Farr, Peaches Staten y Charles Mack, entre otros (el armonicista Billy Branch afirma: Vieja Estación es mi banda en México).

Ahora, casi siete años después, Corey ofrecerá en Ruta 61, el viernes 14 y el sábado 15 de enero, un espectáculo de música pocas veces visto en la Ciudad de México. No tengo información sobre los músicos que lo acompañan.

Es conveniente hacer reservaciones anticipadas para cualquiera de los dos días, llamando al 5211-7602 (o escribiendo a eduardoserranojasso@gmail.com).

Lalo Serrano, Giles Corey y Jaime Holcombe
Entre bastidores / Domingo 26 de noviembre de 2006

jueves, octubre 07, 2010

Key to the highway

No volverán mis ojos a mirarte
ni tus oídos escucharán mi canto.
Voy a anegar los mares con mi llanto.
Adiós, mujer, adiós para siempre, adiós.

El 3 de agosto de 2011, quince días antes de que Carlos Johnson se presentara por vez primera en el Hoochie Coochie Bar, expresé mis ganas de escucharlo cantar y tocar Key to the highway. Pero mi deseo no pudo verse cumplido, porque Carlos no la incluyó entonces en su repertorio. Me quedé con la espinita.

Logré olvidar las punzadas con la ayuda de Las Señoritas de Aviñón, quienes recrean de modo delicioso la melodía de Big Bill Broonzy. Y también me alivié el deseo con la versión de Buddy Guy y Junior Wells aparecida en Last time around (disco grabado en vivo en el Legends).

Ahora, por fin, en su segunda visita, Johnson cerró el concierto del sábado 21 de abril precisamente con Key to the highway. Y ahí estuve yo, sentado en la mesa más cercana al escenario, acompañado de Ezequiel Espósito y de un exquisito Jack Daniel´s.

En la mesa contigua, un niño de doce años parecía estar viviendo una experiencia inédita, insólita y hasta ese momento inaudita, porque en sus ojos atentos se evidenciaba el descubrimiento gozoso de un mundo nuevo, un mundo donde la belleza es inefable pero absolutamente cierta, evidente, palpable.

En la planta alta del bar, por su parte, doña Magdalena Ortiz, madre de nuestra querida amiga Sandra Redmond, disfrutaba de igual manera el blues, con las sonrisas de una mujer que a sus sesentaintatos aún sabe cómo sacarle ventajas a la noche.

A nuestras espaldas, el doctor Antonio Miranda y su esposa sonreían de gusto. Asimismo, la comunidad francesa de Ruta 61 distribuía a sus principales representantes (Gilles, Francois, Jean-David) por diferentes puntos del Hoochie Coochie Bar, convencido cada uno de ellos de una verdad contundente: el bar de Eduardo Serrano es ya referencia obligada para quienes buscan en nuestra ciudad música de alta calidad. No digo que siempre sea así (a veces, aparece alguna banda que de plano nada tiene que ofrecer y que, sin embargo, se atreve a subirse al escenario para endilgarnos espantajos herederos del oscurantismo musical de los años ochenta); pero la experiencia y el gusto se encargan de dar a cada parroquiano los elementos necesarios para juzgar y elegir lo que más les apetece.

Todos, en resumen, estábamos agradecidos por el despliegue de buena música en el escenario, y no sólo al final sino durante todo el concierto, entre cuyos momentos gloriosos hay que mencionar los solos de guitarra tanto de Johnson como de Santiago Espósito, la desenvoltura de José Luis Sánchez en el teclado, la bien aceitada maquinaria rítmica de Mauro Bonamico e Ignacio Espósito, y la participación de dos invitados idóneos, Ezequiel Espósito y Claudia de la Concha.

La cosa es que el músico de Chicago y Vieja Estación nos regalaron una Key to the highway espléndida, fenomenal, lenta, ganosa de conducir el drama de sus palabras a través de la parsimonia musical y la declamación de quien se despide hecho pedazos pero con la necesaria altanería.

Cantar Key to the highway no ha de ser fácil. Vivirla es un acto heroico. Escuchársela a Jaime Holcombe es un placer indescriptible. Ahora, al saber qué sucede con ella en la garganta de Carlos Johnson, la canción se vuelve un himno para quienes sabemos cómo han de freírse los espárragos.

Me alegra mucho llegar de mis merecidas vacaciones en la costa argentina
y ver que la bitácora está nuevamente llena de palabras.
Parece que hay más lectores de los que realmente creías.
¡Y siguen apareciendo, abajo de las piedras!


Saludos desde el culo del mundo
Carlos Carabba (Bufones Dementes)

P.D. ¿Podrías mandarme algunos temas de Las Señoritas?
Estoy muy intrigado.


¡Vieja Estación en YouTube!

Vieja Estación cuenta ya con varios videos en YouTube, por lo que sugiero a mis 28 lectores que echen ojos y oídos a cada una de las canciones que ahí aparecen (Hoy fue como ayer, Crazy mixed up world, Refugio y Sin tratos, entre otras).

Para entrar a tales videos, basta con ir a www.youtube.com y escribir viejaestacion (así, seguido, en minúsculas y sin tilde) en la ventanilla buscadora.

Disfrutar de los videos de Vieja Estación es una buena manera de calentar las ganas y lanzarse a la calle, para ver y escuchar en vivo a esta extraordinaria banda de blues y roncanrol, que el martes se presenta en el Pata Negra de la Condesa y el miércoles en el Irish Pub de Satélite, pero cuyo momento de belleza absoluta se da cada viernes en la noche, en Ruta 61 y en compañía de Las Señoritas de Aviñón, la otra banda sin la cual no puedo vivir a gusto. ¿Por qué? Porque Ruta 61 es inigualable, porque el Hoochie Coochie Bar da a la música el lugar que se merece, es decir, el sitio protagónico, porque el lugar de Lalo Serrano es un cobijo de amor y buenas vibraciones. Por eso.

¿Quién es Ghost?

Recibo en la entrega Chuck Berry Fields Forever el siguiente mensaje, firmado por Ghost:

¡Estimado maestro! Buscando tu música, me encontré con esta bitácora y recordé las tardes en que el profesor Matus y la maestra Clemen desaparecían mientras tus relatos me llevaban a Comala en tiempos de la canícula. Después de 14 años, siento reparador decirte, nuevamente... ¡gracias!

No puedo ubicar a Ghost. El seudónimo no me ayuda; pero admito que su mensaje me alegra el corazón. Gracias, Ghost. Por favor, vuélvete materia.

Javier García y Pepe Stephens

Javier García, el baterista de Las Señoritas de Aviñón, nos escribe para recomendar el sitio en Internet de Pepe Stephens, compositor y musicólogo, así como fundador y director de Melomanía, el estudio donde las Señoritas grabaron su más reciente álbum.

Aprovecho este espacio para agradecer a Pepe la mención que hace de El Blues de la Estufa Divina en su propia página, a la que mis 27 lectores pueden entrar si apachurran su nombre.

Me dejaron de garpe

Ya lo señalé en otra entrega. Mi Heráclito apócrifo afirma que nadie se baña dos veces con la misma mujer.

Sin embargo, hay en mi refranero impopular otra sentencia contundente: el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma mujer.

Digo lo anterior porque hace unos días quedé muy formal con una hermosa dama para vernos el sábado a mediodía, visitar juntos el Museo de Arte Popular y, de paso, disfrutar de la cocina española en el Mesón del Cid.

Debo señalar –y esto lo digo sin falsa modestia- que fue ella, la susodicha, quien propuso el encuentro.

Es decir, el invitado era yo, a fin de cuentas.

Sin cera en los oídos y sin la lira de Orfeo, sólo tuve que librar mis manos atadas al mástil y dejarme conducir por la melopeya mediterránea.

Ante la inminencia de la cita y con el propósito de estar absolutamente fresco durante las horas del sábado, decidí abstenerme del gozo que significa estar en Ruta 61 el viernes en la noche.

¡Y que me dejan plantado,
queridos amigos!

Que me dejan vilmente plantado, me dejaron de garpe, como dicen los argentinos. Me dejaron como tonto... ahí, en el Museo de Arte Popular, con la única opción de contemplar los alhajeros lacados de Olinalá...

Carmín intenso, pájaros confrontados, follajes novelescos y otras aves encima.

Pues sí, muy bonito, pero yo iba a otra cosa.

Mucho esmero había puesto en el lavado de mi cuerpo. Me había acicalado y emperifollado de acuerdo a los dictados del buen gusto y la elegancia informal (¡No sabés la producción que metí!, diría mi amigo Josefáin). Incluso, me compré una camisa color de mantequilla, di lustre a mis zapatos de domingo y me rasuré en día de obligado descanso.

Por eso digo: volví a tropezar con la misma mujer. Carajo, parece que las colecciono.

El Club de la Estufa Divina

Pues qué les digo. Ya son 28 los lectores frecuentes que han solicitado su credencial del Club de la Estufa Divina. La más reciente petición llega desde Chiapas, de parte de Marie Croix, cuyo hermoso mensaje publico en seguida:

Hola. Tienes más lectores de los que imaginas. Yo te leo cada semana para ver qué pasó por la Ruta 61. Llegué a tu bitácora por la pagina del bar, y… Bueno, aún no lo conozco, porque vivo en Chiapas; pero me encanta el blues. Visito la Ciudad de México por lo menos una vez al mes, y le he pedido al galán que me lleve, pero… puras promesas y se me arrepiente: cuando yo ya estoy puestísima, yo también tropiezo con el mismo hombre.

¿Será que las mujeres de provincia merecemos la credencial del CED? Hay que aumentar el índice de miembros femeninos en el club. Saludos y gracias.

Which is the flavor of
salsa with Peaches?

Durante las primeras horas del domingo 21 de enero, varias escenas se quedaron estampadas en la memoria de los desvelados.

Había terminado el último de los tres conciertos de Peaches en Ruta 61, y por fin logró Maricarmen González salirse con la suya: despedir a Faye Staten con música tropical, con música grupera y con algunas muestras de salsa.

No sé si era buena música, no sé juzgar esa música, no tengo una opinión formada sobre el género, que me rebasa en casi todas sus expresiones. De hecho, no sé dónde están las fronteras que lo separan de lo que yo llamo fealdad.

El blues había quedado atrás, y era hora de desempolvar el cuerpo. Nacho, Josefáin, Tomy y el Polaco subieron al escenario en tinieblas y demostraron que en Buenos Aires también se mueve el bote. Los miembros de Vieja Estación convencieron a Melvin Smith y lo hicieron medio bailar. Ingrid Ojos de Mar tomó fotografías sin poder contener las ganas del meneo.

Yo estuve en la planta baja del bar, intentando platicar con Antonio Miranda, después de que Ezequiel nos había servido sendas rebanadas del pastel que Silvia Flores y José González le prepararon con motivo de su cumpleaños.

Y como Maricarmen le dio cuerda, Lalo Serrano atrapó a Peaches Staten y la puso a bailar sabroso, como si fuera María Victoria (Cuidadito, cuidadito, cui-da-di-to, me vas a matar de un susto... y no es justo que yo me mue-ra del co-ra-zón).

Ambos, Peaches y Lalo, demostraron su destreza en la pista y fueron, sin duda, la pareja de la noche.

Así terminó la estancia de Peaches en la Ciudad de México, después de tres espléndidos conciertos en Ruta 61, que demostraron otra vez dos certidumbres:

a) Eduardo S. tiene excelente mano cuando elige a sus invitados especiales.
b) Vieja Estación es una banda inconmensurable.

Y ya que hablamos de invitados especiales, es buen momento para anunciar la llegada a Ruta 61 de Luis Robinson, armonicista argentino que ha tocado con los grandes y que en aquí, en el Hoochie Coochie Bar, seguirá tocando con los grandes. Ya hablaremos de Luis con más calma. Por lo pronto, prudente lector, aparta tu mesa para mediados de febrero, si quieres escuchar en vivo una buena armónica sostenida por músicos de primera.

Mr. Blue

Llega a mi buzón la letra de una canción escrita por Daniel Martínez Saucedo, y ahora la público. Daniel tiene la credencial 025 del Club de la Estufa Divina, y todos los miembros del CED tienen derecho a ser atendidos, escuchados y leídos.

La canción se llama Me duele la muela, y dice:

Me duele la muela, no puedo gritar./ Me duele la muela, no puedo gritar./ El dolor es más intenso que cuando me ibas a dejar./ Caminando por la calle, me encontré a una mujer./ Yo le dije: Hola, mami. Ella dijo: Soy Javier. / Pero es difícil. Eso me ocurrió ayer. / En esta vida de perro, ojalá fuera un french. / Platiqué con tus amigos. Presumías que te perdí. / Como ves, nunca ando solo, / siempre ando con mis lobos en aullido frenesí. / Pero es difícil, eso me ocurrió ayer. / En esta vida de perro, ojalá fuera un french. / Mi jefe me llamó, dijo: Hay que platicar/ sobre un aumento en el salario y una cena en algún bar. / Y, ya estando medio pedo, él me dijo: / El salario hay que ganar. / El hijo de la chingada me quería manosear./ Pero es difícil, eso me ocurrió ayer. / En esta vida de perro, ojala fuera un french. / Me duele la muela, no puedo gritar. / El dolor es tan intenso, ¿quién me la pueda sacar? / Perdí todos mis ahorros, mi mujer me abandonó, / y estando distraído Javier me manoseó. / Me duele la muela, no puedo gritar. / Me duelen las nalgas, no me puedo sentar. / En esta vida de perro, ojala fuera un french.

Pides mi opinión, Daniel, así es que te la voy a dar.

La letra es muy mala, Daniel. Tírala a la basura. ¿A quién puede importarle tu dolor de muelas? Digo, son cosas que se resuelven en el consultorio del dentista, no en una canción. En cuanto al travesti Javier, ¿no te parece que carece de interés? Todos en esta ciudad hemos confundido a un hombre con una hermosa prostituta. De hecho, todos los hombres somos, en el fondo, hermosas prostitutas, pero no creo que te interese saberlo, como a nadie le puede interesar tu dolor de muelas. Y la historia con el jefe, suena bien pero hay que trabajarla, porque, a ver, según entendí (Me duelen las nalgas, dices en la canción), a la mera hora sí hubo un muy buen aumento de sueldo, ¿verdad? No hay problema, Daniel, pero la anécdota tampoco resulta interesante.

¡Vamos, Daniel, no te desanimes! Alex Lora escribe peores canciones, y sin embargo parece que su madre está muy orgullosa de él. Entonces, si el TRI es un faro de luz para tu inspiración, no me hagas caso, sigue por el camino del humor forzado y simplón, de la charla alburera de oficinistas que salen en mangas de camisa a caminar por la acera, panzones, cerdos, con las manos en las bolsas, con la calma del asalariado que sabe que va a cobrar en la quincena y que, por eso, dedica su tiempo libre a inventar historias de tercera categoría.

A través de un gesto de admirable y sincera humildad, Daniel Martínez Saucedo responde a mis groseros comentarios con la elegancia del sabio y la sensibilidad del artista que sabe comunicarse con el mundo. Ahora soy yo quien recibe la lección:

¡Ay!

Duelen los madrazos intelectuales. Aunque sabía de antemano que la canción era mala, no me esperaba tanta rudeza. Me sirvió. No tienes idea de cuánto. Ahora, dejaré de escuchar los chistes de Polo-Polo. O igual y me hace falta comprar el disco y escucharlo con calma en el Metro.

Con respecto a lo de “compositor”, me alejo muchísimo de serlo. Lo agradezco, pero no lo merezco. Mi profesión, o al menos es por lo que lucho, es ser QBP. De todos modos, haré el intento de escribir algo mejor.

Y no, mi cantante o artista de radio TV y anexos no es Alex lora (y no discuto su trayectoria). Son muchos. Entre ellos, está Guillermo Briseño (me encanta esa frase suya que dice “apaga la luz, fue lo ultimo que dijo antes de subir al autobús” -aunque todavía no entiendo cómo iba a subir al autobús con la luz apagada, igual y se daba un buen madrazo-).

Intentaré hacer una frase, ya no una canción ni un parrafo, una frase. Es tan difícil pensar.

Viendo Los amantes del círculo polar, casi me pongo a llorar. ¿Por qué tenía que morirse Ana? Todo es tan absurdo.

Creo que ya la tengo: Dicen que una mujer y un hombre... ¡Ésa es de Sabines. Puta madre, es difícil, no tengo ni idea. Me siento como cuando te caes en el recreo... y está la niña de Sexto B que te gusta.

Es un gran misterio.

Seguiré intentando. Y nos vemos el viernes, para recibir mi credencial y uno que otro consejo. Claro, si usted quiere.


La uniformidad generaliza, la diversidad individualiza.

A tal conclusión llegué hace unos días, sin saber entonces que había muerto Ryszard Kapuscinski (1932-2007), cuyos últimos rostros de sonrisa afable me recuerdan siempre a Eli Wallach. Me refiero al Wallach de la tercera parte de El Padrino, no al Wallach de El bueno, el malo y el feo, aunque seguramente, en sus múltiples viajes, Kapuscinski habrá tenido la andrajosa estampa del Tuco.

No encuentro en internet las escenas en las que don Altobello sonríe, que son muchas, pero el gesto es semejante al del periodista-historiador.

La diferencia espiritual entre Kapuscinski y el personaje de Wallach es, sin embargo, abismal: mientras que la configuración ética del polaco es de las más elevadas y sólidas que en un ser humano pueden darse, la de don Altobello se resume en una práctica: el uso de la máscara del candor y la bondad para esconder el verdadero rostro, el de la perfidia, para que no se escuche palpitar su corazón de Yago. Hay que decir, sin embargo, que en este mundo hay más Altobellos que Kapuscinskis.

En sentido homenaje a don Ryszard, transcribo una de sus afirmaciones:

La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz. La pobreza sufre, pero en silencio. No se rebela. Encontramos situaciones de rebeldía sólo cuando la gente pobre alberga alguna esperanza.

El Instituto de las Mujeres

En Chiapas, Guanajuato, Baja California y otros estados de la república aún se utiliza la frase Instituto de la Mujer, así, en singular. En el Distrito Federal, en cambio, hablamos del Instituto de las Mujeres.

Me quedo con el concepto chilango. Porque cuando se dice Instituto de la Mujer, sospecho en ese singular una generalización zoológica: Instituto para la Protección del Armadillo de Huayacocotla.

No existe la mujer. Existen las mujeres. Ya lo insinuaba en otra parte, cuando cité a Heráclito. Así que cuando presentemos a nuestra señora esposa, hagámoslo de la siguiente manera: Mira, ella es Desdémona Peniche, mis mujeres.

Quienes hemos tenido la oportunidad de vivir con una mujer, sabemos que a nuestra cama llega una multitud, que esa mujer nuestra es, en realidad, una legión.

Cuando muera, evítense los homenajes...

Todo homenaje corre el riesgo de volverse vilipendio involuntario y repulsa inconsciente, torpe traición a la estética misma del festejado. Saquemos de contexto a Mateo 8, 22 y pongamos un letrero en todos los bares: dejad que los muertos entierren a sus muertos.


En dos meses se cumplirán once años de haberse constituido, en España, el Nódulo Materialista, una asociación que tiene como objeto principal fomentar las relaciones entre quienes se sienten vinculados al materialismo filosófico. Con ese propósito, promueve, desde 1997, actividades e iniciativas de interés general que contribuyan al estudio, la investigación, el cultivo del conocimiento científico y del saber filosófico en territorio español, pero pensando siempre en la comunidad de hispanohablantes.

Cuento lo anterior para recomendar la lectura de El Catoblepas, excelente revista publicada en Internet por el Nódulo Materialista.

Termino esta entrega con una imagen clásica aunque no frecuente:
Las Señoritas de Aviñón con un invitado especial, Ezequiel Espósito, el Polaco,
voz principal de Vieja Estación.