martes, mayo 29, 2007

Lurrie Bell en Ruta 61 (cuarta parte)

Estamos escuchando el Lamento a la memoria de Raúl Lavista, integrada al álbum Cuaderno de viaje, que reúne piezas compuestas por Mario Lavista durante la década de los ochenta del siglo pasado (ésta, en particular, fue compuesta y estrenada en 1981). La ejecución corre a cargo de Marielena Arizpe.

Afirma una leyenda japonesa que el sonido de la flauta es el único que los muertos pueden escuchar, y Mario está convencido de que cada vez que se ejecuta el Lamento, su tío se deleita con la música pensada para él.

Antes de seguir leyendo, nervioso lector, escucha.

Si puedes, cierra los ojos e imagínate en un templo del siglo XVI, acaso el de San Andrés Sacam’chen, que lleva el nombre del apóstol proclete. Has llegado al lugar después de caminar por un sendero nemoroso. Ahora te hincas, más por agotamiento que por devoción. Hundes el rostro en tus manos y dormitas, sin dejar de escuchar al sacerdote que oficia el rito fúnebre. Su voz se convierte en flauta.

Escucha. No confundas a tu oído leyendo en silencio (eso no existe, no existe la lectura en silencio, siempre que lees la mente se encarga de dar sonido a las palabras, a eso llamamos lectura en voz baja). Y cuando termines, sigue leyendo. Por ahora, escucha.

Después de escuchar

Esta entrega es un alambique literario dividido en filtros de estilo. El propósito es averiguar cuál es su capacidad de trasiego y decantación, es decir, se trata de saber cuántos visitantes resisten la destilación y llegan hasta el punto final.

Tu tarea, lector voluntario, es detener la lectura y salir de la bitácora apenas experimentes hastío, enojo, confusión o indolencia (por ejemplo, en este preciso instante). ¿Vas a seguir? Bueno, veamos qué tan delgado es tu espíritu, por cuántas mallas eres capaz de filtrarte.


Filtro 1

Mi relación con Internet está basada en la desconfianza. Para comenzar, la frase navegar por la red es un despropósito metafórico. Se navega por el mar de la información, eso sí. Pero a la red se trepa uno como araña, y eso en el mejor de los casos, porque también podemos imaginar un como tejido orgánico, y entonces nos convertimos en bacilos insignificantes, enmarañados en la tela inmaterial de nuestra propia naturaleza procarionte, dicho esto último en sentido figurado: las células procariontes (procariotas es el término correcto) no tienen núcleo celular diferenciado, es decir, su ADN no se encuentra confinado dentro de un compartimento limitado por membranas sino libremente en el citoplasma.

Filtro 2

¿Y sabes, a propósito, lector enfadado, dónde obtuve este conocimiento biológico? ¡En Wikipedia! Así es que no me hagas mucho caso, que es como si me lo hubiera contado el muchacho de los tamales oaxaqueños, cuyo sonsonete se ha vuelto más cierto que todo el conocimiento almacenado en la entelequia que llamamos Internet.

Filtro 3

Sea como sea, cada vez que me interno en las oscuras oquedades de este laberinto (tenebroso e irresponsable) la desconfianza me invade: pienso que la riqueza enciclopédica atesorada por la humanidad durante siglos, al volverse lava digital (nadie sabe de qué volcán misterioso), se ha transformado en una hirviente sarta de mentiras y vaguedades, peor aun, en un amasijo fogoso de imprecisiones que repetimos todos sin el menor rigor intelectual.

Filtro 4
Y, sin embargo, ando por la red feliz de la vida, porque asumo con alegre desenfado, despreocupado, mi inclinación por las mentiras universales, incluso por las que se han convertido en iglesias milenarias (aunque éstas se cuecen aparte, porque sus embustes pasados y presentes han causado y causan sufrimientos, muertes, desazón espiritual, enfermedades mentales y pobreza extrema, entre muchos otros males). La autoría colectiva hace de Internet (y de la misma Biblia –que esto que digo no es un asunto de avances tecnológicos-) un caldo sabroso de fantasía y reinvención del mundo.

Filtro 5

El problema es mi desconfianza.

Filtro 6

Soy de la vieja escuela, y de algo estoy convencido: en cuestiones de historia, de ciencia y de crítica, los buenos libros (los buenos libros, subrayo) son más confiables que la mejor página de Internet, no por naturaleza sino porque sus autores están obligados a dar la cara, a dar su nombre, a guiarnos hasta sus fuentes. La fama de muchos depende de la veracidad y de la honestidad con la que se escribe un libro.

Filtro 7

Traigo todo lo anterior a cuento porque para escribir esta entrega hubiera querido encerrarme una semana en la Biblioteca Nacional, que está en el Centro Cultural Universitario, y otra semana en la Biblioteca Ernesto de la Torre Villar, del Instituto José María Luis Mora, atrás del Parque Hundido (que no es la sede donde trabaja nuestro querido Iván Lombardo Huerta, ex-armonicista de Las Señoritas de Aviñón, pues él despacha en Coyoacán).

En ambos recintos, hermosos, pacíficos, luminosos, de acervos inconmensurables, éstos sí verdaderamente renacentistas (no como la medieval Internet), viví momentos que me marcaron para siempre. Sus libros me formaron, a la vez que dieron un poco de orden a mis ideas y a mi necesidad de saber y de entender el mundo. No digo que lo hayan logrado enteramente -eso sería afirmar una tontería-, sino que sin ellos hoy no podría evocar en mi memoria el placer que produce el descubrimiento de un mundo más amplio y el gozo de la lectura silenciosa, el encuentro con inteligencias descomunales –como el mismo doctor Mora- y de autores minuciosos y deliciosos, como Justo Sierra O´Rielly, autor de una novela injustamente olvidada, La Hija del Judío.

Filtro 8
Muchas grandes novelas del siglo XIX duermen hoy -y se empolvan- en los estantes desvencijados de lugares diversos, sin que a nadie se le ocurra siquiera hojearlas, siquiera ojearlas (huye la gente de los libros, como si éstos la fueran a aojar y a ahogar). Y los lectores de Arturo Pérez Reverte –excelente en todos sentidos, hasta donde puedo decir, pues me quedé sólo con La Tabla de Flandes, El maestro de esgrima y El Club Dumas; ya luego se me quitó la euforia de leerlo-. Los lectores del novelista español, digo, bien harían en abrir Martín Garatuza y Monja y Casada, Virgen y Mártir, por ejemplo, ambas novelas sabrosísimas de Vicente Riva Palacio, quien pudo escribirlas porque, al triunfo de la República, Juárez encargó al futuro fundador de El Ahuizote los archivos de la Inquisición, y don Vicente se tardó mucho en regresarlos. Don Benito le mandaba decir que ya devolviera esos papeles, carambas, que no eran suyos, que pertenecían a la nación. Y don Vicente mandaba decir que sí, que ya voy, que me aguante el señor presidente, que ya nomás tomo algunas notitas y restituyo los folios y los portafolios.

Filtro 9

Si has llegado hasta este filtro, valiente amigo, amiga esforzada, pasa por favor al Salón de Lectores Rapelistas del Club de la Estufa Divina, para que medio descanses y poses tus ojos agotados sobre una saliente de la roca que hasta ahora has tenido que escalar.

Filtro 10

Mientras mi agotado lector se desembaraza de fisureros y anclajes, platicaré contigo, Lurrie Bell. Déjame explicarte por qué decía yo que para esta entrega me hubiera gustado investigar más… ¡Pero en los libros y no en la red! A eso me refiero. No sé si hubiera encontrado la bibliografía necesaria en el Instituto Mora, pero al menos me hubiera podido servir una taza de su exquisito café (¿todavía será gratuito?).

Filtro 11

Pasa que, cuando quiero saber un poco más sobre las cosas de las que hablo en esta bitácora, las premuras de este nuevo siglo me llevan a conformarme con breves recorridos por Internet. Ni modo. No es mi idea de un buena investigación, pero no hay bibliotecas que abran a las dos de la madrugada (a estas horas escribo, y no a las horas del trabajo, como creen algunos).

Regresemos, pues, a las noches que pasaste con nosotros en Ruta 61. Hagámoslo, Lurrie, con esa sensación de presente perpétuo que nos dejan los buenos sueños.

Filtro 12

No me amenaces,
no me amenaces...
José Alfredo Jiménez

Después de iniciar tu concierto con la hipocondríaca Born under a bad sign, nos entregas, sobre la bien aceitada máquina de Vieja Estación, la clásica I´m your Hoochie Coochie Man, de Willia Dixon, y muestras con ella que en el blues es fácil pasar de la depresión más profunda al colmo del regocijo, del complejo de inferioridad al delirio de grandeza, sentimientos los dos generados, curiosamente, por la objetividad de un mismo hecho: el abandono, el desamor, la pérdida de la mujer que hasta hace unas horas se encontraba en nuestra cama (son dos actos reflejos: te enseño mis heridas abiertas o las cubro con mi soberbia, pero en ambos casos lo que quiero decirte es que tengo el alma rota, y me duele).

Imaginemos a un hombre golpeado en su orgullo y con el corazón destrozado.

Baja lentamente las escaleras del viejo edificio donde vive la mujer que ahora lo desprecia y que no quiere saber nada de él. Antes, hace muy poco, lo amó en el desenfreno y en la pasión desbordada; antes, apenas hace unos días, le ofreció su propia eternidad sin condiciones; ahora, simplemente lo echa a la calle. ¿Por qué? ¡Porque a ella le cambió el humor, así de sencillo! ¿O cuándo has visto, Lurrie, a una mujer qué dé razones de sus actos?

El hombre llega al final de la escalera y sale a la calle. Respira con dolor. De pronto, algo le tensa el rostro (un arrebato de dignidad, tal vez). Da media vuelta y entra al umbroso edificio. Sube a zancadas los escalones y golpea la puerta. La mujer abre. Él se mete hasta la cocina y le advierte: ¡Tú no sabes a quién estás mandando a freír espárragos, mujer!


-¿Y quién eres tú, si se puede saber?, pregunta la mujer desde el fastidio.
-Ahora te lo digo…
-Suénate primero.
-Has de saber que, cuando nací, una gitana le dijo a mi santa madre...
-Mmmmta...

Minutos más tarde

-Bueno, ya me dijiste quién eres. Regresa por donde llegaste y no me busques más.
-Don´t mess with me...
-¿Qué?
-Que no me amenaces, no me amenaces.
-No te amanezco. Haz de cuenta que ya me fui. De hecho, tú eres el que te vas.
-Pero, mujer –solloza el Hoochie Coochie Man-, ¿qué voy a hacer sin ti?
-Ve con tu madre y que te cuente otra vez lo que le dijo la gitana. Tal vez hay una parte que no entendiste.

¿Sabes, Lurrie? Al escuchar The Hoochie Coochie Man, recuerdo la conversación que alguna vez tuvieron el poeta Bacilio Macedonio Ruiz y la hermosa Desdémona Peniche, mujer que vive desde hace muchos años en Key Biscayne, Florida, preguntándose qué hace ella afuera de la cama de Bacilio, su verdadero amor (Desdémona no sabe que Bacilio ya murió, y yo pienso, Lurrie, que no tiene por qué enterarse).

-Pues he de decirte, Bacilio, que a las mujeres que han pasado de los cuarenta y que se visten como negando su edad... aquí las llamamos hoochie coochie mamma.



-Pero eso es otra cosa, Desdémona –advirtió el poeta-, eso es una deformación sarcástica del sentido original…

-¿Y cuál es el sentido original, mi amor?

-Ahora te digo, espérame. Déjame terminar: esa desviación es producida por una sociedad que acaso se avergüenza de sus propios valores, valores que a su vez se manifiestan en la ridiculez de un mundo que concibe a la juventud no como divino tesoro sino como razón única de la vida…

-Te entiendo, chiquito: esas mujeres y esos hombres sólo existen si se mantienen física y mentalmente jóvenes, si adoptan en su madurez los gestos, las ropas y las actitudes de la nueva generación, sus modas (sus modos), y sin saberlo se convierten en el hazmerreír del vecindario.

-Exacto, escuincla babosa.
-Tienes razón, Bacilio. No seamos así. Tú y yo, volvámonos viejos, vayamos al encuentro de la Laguna Estigia, corramos presurosos hacia el Hades. Antes, nos escapamos a Venecia y hacemos el amor en el Palazzo Ducale, ¿te late, latita de besos?

-¿Y cómo sabes de esos mitos, tímida? ¿Te pusiste a leer a Hesíodo, a Pausanias, a Dante... o qué?

-
¡No, no! Un wikipediazo y listo. Andaba buscando páginas sobre lagunas, porque me vuelan las lagunas, Chapala, Pátzcuaro, qué te digo. ¡Y que encuentro la Estigia! Primero en el cuadro de Joachim Patinir, luego en el de Doré, y así llegué al artículo sobre esa monada de laguna. Si quieres, leemos juntos el Infierno mientras hacemos el amor vía correo electrónico, como el 22 de agosto de 2005, ¿te acuerdas, yimeilito? Yo me encerré en el baño de la casa, con la lap top y una toalla por único vestido. Me senté en el suelo, bajo el lavabo, con el cerrojo puesto. Mis hijas, en sus recámaras; mi marido, tirado en la cama, babeando entre sueños de hombre aburrido. Y yo... sin mouse y con una mano libre.

-¡No me digas! Mis manos te miran por dentro.

-Vas a esperar hasta que te lo pida a gritos...

-Dame tu mano. Necesito que sepas qué está pasando.

-Sí, lo sé. No dejes de besarme.

-Quiero verte...

-¿Necesitas ayuda?

-Quédate un ratito y después te bajas...

-Me encanta estar sentada encima de ti. ¿Pero, dime, juguito de tomate, cuál es el sentido original del Hoochie Coochie Man?

-Te cuento, loca mía. Había una vez…


Filtro 13

Déjame repetir, Lurrie, lo que Bacilio contó a Desdémona.

Filtro 14

El hoochie coochie fue un danza femenina de fines del siglo XIX, cuyos sensuales movimientos aludían al placer del sexo. Eran, por supuesto, invitaciones explícitas que despertaban la fantasía de los hombres, quienes aullaban y aplaudían para responder al llamado.

Con el éxito del baile, el término se pluralizó (los hoochie coochies) para referirse a aquellos establecimientos donde las mujeres se contoneaban de manera impúdica.

Más tarde, ya en los años treinta y cuarenta del siglo XX, la creciente popularidad del cine revivió el gusto por bailar o ver bailar hoochie coochie, y, claro, las actrices que se atrevían a interpretar la danza eran admiradas por los espíritus liberales (de moral dormida, como diría Octavio Herrero) o abominadas por las buenas conciencias: en 1942, casi diez años después de haberse filmado Wine, women and song, un jurado concluyó que el hoochie coochie era un baile indecente, y los productores de dicha película (dirigida por Herbert Brenon y estelarizada por Lilyan Tashman) fueron condenados por presentar un espectáculo a todas luces inmoral. Ese mismo año, Paul Whiteman y Gracie Allen se mofaron de Mussolini a través de un un boogie-woogie titulado Hoochie Coochie Duce. Pero no sería hasta 1954, al grabar Muddy Waters I’m your Hoochie Coochie Man, que nacería el concepto del Hoochie Coochie Man.
Filtro 15 / Epílogo

¿Sabes? -dice la mujer ya en la puerta, empujando al hombre herido en su orgullo, conminándolo a salir-, tú te has creído que tienes un poder sexual capaz de hacer conmigo lo que quieras. No, mijito, estás pero equivocadísimo: la que baila el hoochie coochie soy yo.
-Bailas porque yo quiero que bailes.
-Bailo porque se me antoja, papanatas.

NOTA
Si llegaste hasta aquí, titánico lector, házmelo saber
con un mensaje a bastaturostro@gmail.com

sábado, mayo 26, 2007

Intermedio

Tengo en el tintero un titipuchal de textos que han de salir y encontrar lugar en esta bitácora. Pero es que la vida no me alcanza para todo lo que quiero hacer.

Me falta terminar mis reseñas sobre Todo perro tiene su diálisis, el más reciente álbum de Vieja Estación. Me falta terminar la biografía de Las Señoritas de Aviñón. Me falta explicarle al Foca por qué hablo tanto de esas dos bandas y me olvido de otras. Me falta reseñar el concierto de Claudia Ostos y su banda. Me falta hablar de LABA, el exquisito álbum de Alonso Arreola. Me falta hablar de Jaime Holcombe, quien se nos va en cualquier momento. Me falta hablar de Jazmín Tenorio, lindísima amiga y creadora de las credenciales del Club de la Estufa Divina (no me dejó fotografiarla, porque los dos andábamos montados en Chivas Regal, y Jazz sabe cuidarse de paparazzis como yo). Me falta describir mi entusiasmo por Bergman, por Guy Maddin y por Lars von Trier. Me falta terminar mi reseña de la visita de Lurrie Bell. Me falta tiempo, carajo.

Y si a esto añadimos el estar del tingo al tango. Y si a esto añadimos la existencia de las mujeres, a quienes nos la pasamos dándoles roll over de muchas maneras, hasta que se dan cuenta y eligen una de dos: amarnos o volverse nuestras amigas (el segundo caso es tan triste y deprimente como la música de salterios). Y si a esto le añadimos los libros que esperan ser leídos.

Esta mañana, a propósito, decidí leer más páginas del Ulises, de James Joyce. Lo hice hasta que me dolió la cabeza. Voy lento, muy lento. Lo comencé hace veinticino años, cuando Octavio Herrero, amigo y hermano eterno, me propuso que lo leyéramos juntos. Yo no sé si él ya terminó. Yo voy lento, muy lento. Todavía no aparece Leopoldo Bloom, con eso digo todo. Todavía está fluyendo, como diarrea, la conciencia de Stephen Dédalus. Todavía anda por ahí el pesado de Buck Mulligan. Y apenas lo termine, ya me hice la promesa de terminar En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust (lo comencé en 1979). Y si Dios me da licencia, quiero dedicar un año completo a escuchar con audífonos la música de Frank Zappa (Frankie, como lo llama cariñosamente Josefáin, baterista de Vieja Estación: ¡Frankie, qué gran jugador!), desde Freak Out! hasta Trance-Fusion.

Anoche no fui a Ruta 61, porque me dio vacío cósmico: de pronto tuve la sensación de que nada tenía sentido y que, como dijo, Ciorán, si no me suicido es porque aún tengo tiempo de decepcionar a más personas. Claro, hay otros motivos para no suicidarse: hasta donde sabemos, los muertos no hacen el amor, no escuchan música, no se sirven vasos de whisky, no leen obras de teatro escritas por mujeres disfrazadas de alcachofa, no terminan su colección de Frank Zappa...

El jueves pasado, a propósito y por los buenos oficios del eterno Octavio, me llegaron a su oficina dos paquetes con música del Genio de Baltimore. De todo es necesario hablar: de The Mofo Project, de las interpretaciones de Colin Towns y su NDR Big Band (Frank Zappa Hot Lick´s), de las de The Ed Palermo Big Band (Take your clothes off when you dance), de las barrocas de Ensemble Ambrosius, del DVD documental sobre Apostrophe y Over-Nite Sensation, de Trance-Fusion (oficialmente, el más reciente álbum póstumo de Zappa), y de la invaluable joya Imaginary Diseases, que me arrancó literalmente las lágrimas.

Ya hablaré de todo esto, ya hablaré. Mientras, querido lector, te comento lo siguiente: lo que estás escuchando (si es que lo escuchas, porque a veces se desactiva el sonido de mi bitácora) es el adagietto con el que inicia la tercera parte de la Sinfonía #5 de Gustav Mahler, una delicia que puedes usar para envolver el silencio el día que se te rompa el alma en pedacitos, como a Gustav von Aschenbach en Muerte en Venecia.

jueves, mayo 24, 2007

In memoriam

CARLOS SÁNCHEZ
9 DE JUNIO DE 1954
24 DE MAYO DE 2006


CARLOS, HACE UN AÑO COMENZÓ TU INMORTALIDAD.
PRONTO ESTAREMOS CONTIGO.
VA PARA TI Y LOS TUYOS LA CANCIÓN
QUE ESTÁS ESCUCHANDO:
Llegando a ti
José Alfredo Jiménez
RUTA 61
P.D. Aquí, en México, estamos cuidando
y queriendo a tu hermano Jose.

lunes, mayo 21, 2007

Bufones Dementes en vivo

Estamos escuchando el segundo movimiento (adagio affettuoso) de la Sonata para Violonchelo y Piano #2 en Fa mayor, Opus 99, del genial Johannes Brahms, interpretado por Jacqueline du Prés (1945-1987) y Daniel Barenboim. Dura siete minutos y 46 segundos. Te propongo una travesura, lector responsable y ocupadísimo en la productividad y la generación de riqueza. Es una travesura inocente, nadie va a salir lastimado. Deja todo, incluso no leas el siguiente párrafo todavía. Sólo escucha, simplemente escucha. Recárgate en el melodrama del adagio, déjate llevar por su elocuencia, sigue su andar desvanecido, su casi estarse quieto, entiende sus minúsculos arrebatos de enojo. Toca, si te sirve, esa herida que no cicatriza. Visita tu propia oscuridad. Para ello, cierra los ojos, observa los pliegues de la cortina o mírate las manos. Al terminar, entonces sí, lee con la sonrisa de quien viajó hacia sí mismo y ya regresó.

Transcribo a continuación el más reciente reporte de Carlos Carabba, nuestro corresponsal en Argentina, cuya banda, a propósito se presenta a fin de mes en Jet-Set Retro (Eugenia Tapia de Cruz 771, casi esquina con Colón), lugar frecuentado por adolescentes y jóvenes de Escobar. Si alguno de mis lectores se encuentra por esos rumbos, tiene que escuchar a Bufones Dementes. De algo estoy seguro: que experimentará algo semejante a lo que yo viví al descubrir su música, hace apenas unos meses: la alegría de saber que todavía puede hacerse buen rocanrol.

Con ustedes, Carlos Carabba...

Acá, después de la tragedia de Cromañón, todo cerró. Y cuando digo que cerró todo, es así: los lugares chicos, estilo bar o pub, para una banda como la nuestra casi desaparecieron. Quedamos varados entre la burocracia para habilitar un lugar por parte del gobierno de la ciudad, y el excesivo deseo de lucro de los dueños de los bares (que te cobran hasta el aire que respiras).

Para tocar en la capital federal, hay dos posibilidades: una es si llevas mucha gente (a partir de 500 personas), y la otra –como en cualquier parte del mundo- es por contactos y conexiones. Hay, sin embargo, lugares relativamente más accesibles, pero es difícil encontrar fechas disponibles.

Las bandas de rock under se quedaron casi sin posibilidades dentro de la capital federal. Los Bufones Dementes tenemos domicilio oficial en Escobar, ubicado a 50 kilómetros de la capital (sin embargo, mi hermano y yo vivimos en la Provincia de Buenos Aires). En Escobar, la cosa es al revés: hay lugares para tocar, no te cobran una fortuna para hacerlo (aunque están avivándose un poco).

A pesar de este panorama, no bajamos los brazos (ni las piernas). La banda se dedica a ensayar, ensayar y ensayar, y ya tenemos trece temas propios terminados (nueve del primer demo, más cuatro nuevitos), y ahora estamos en vísperas de tocar un acústico en un bar de la zona, donde mezclaremos temas nuestros y clásicos del rock.

Creo que en cualquier parte de latinoamérica (incluidos México y Argentina), el ambiente del rock y del blues es cruel: generalmente, se reconoce una banda una vez que sus miembros envejecen, no durante su apogeo musical. Acá hay muy buenas bandas en el under, con ideas y música nuevas; pero los de arriba (los vejetes) no quieren dejar lugar a las nuevas generaciones.

Visto desde este lado del mundo y vía e-mail, Ruta 61 es lo que para mí fue, en Argentina, Antiguo Zanatta. Me genera distintas emociones, pero todas lindas. Y me da un poco de bronca no poder estar allí compartiendo música con amigos, y también me da bronca que acá no haya un lugar así (y dudo mucho que pueda armarse algo así).

Notas

1. Al mencionar la tragedia de Cromañón, nuestro corresponsal se refiere al incendio de la discoteca bonaerense ocurrido el 30 de diciembre de 2004, durante un recital de la banda Callejeros. El incendio causó la muerte de 194 personas y dejó 700 heridos.

2. Antiguo Zanatta (Corrientes 5005, Almagro)

Lurrie en La Jornada

Sigo escribiendo sobre Lurrie Bell, pero no he tenido tiempo de redondear algunas ideas. Prometo a mis lectores impacientes subir el miércoles la última entrega sobre Lurrie. Mientras, dejo aquí una fotografía que me salió bien.

Hoy apareció en La Jornada la crónica de Pablo Espinosa sobre el concierto del sábado.

Por su parte, nuestra querida Tania Molina avisó de la presencia de Lurrie Bell en la ciudad. Sin embargo y tristemente, Tania no se apareció por el Hoochie Coochie Bar. Es probable que Fabrizio la haya enviado a cubrir otros espectáculos. Por esta vez, Tania, te perdonamos; pero el próximo sábado, día en que festejaremos el tercer aniversario de Ruta 61, estás obligada a darte una vuelta.

El periódico La Crónica de Hoy también hizo referencia a la visita de Lurrie.

sábado, mayo 19, 2007

Lurrie Bell en Ruta 61 (tercera parte)

If you're down and out and you feel real hurt,
come on over to the place where I live,
And all your loneliness I'll try to soothe.
I'll play the blues for you.

Albert King

No es necesario anunciarte, Lurrie. Al bajar las escaleras del Hoochie Coochie Bar, el público te recibe con aplausos y expresiones de admiración. Y tú caminas con timidez y modestia, como si no fueras Lurrie Bell, como si no fueras uno de los guitarristas más talentosos de tu generación, como si no fueras lo que ahora me consta: un titán de tierra negra.

Vestido como para tu primera comunión (camisa blanca y pantalón gris), subes al escenario y tomas tu Gibson colorada. En ese instante, algo me dice que estoy frente al origen mismo de la Creación. Así ha de haber comenzado todo...

Y conectó Dios su Gibson y dijo: ¡Que haya Blues! Y hubo Blues. Y oyó Dios que el Blues era bueno, y separó Dios el Blues de las tinieblas. Llamó Dios al Blues día, y a las tinieblas también. Y hubo tarde y hubo mañana… (Génesis, 1, 3-5)

Las sonrisas de Vieja Estación, banda bendita, te dan el reporte metereológico:

-Hace buen tiempo, Lurrie, podemos volar.
-Right!, dices en voz alta, como niño que sale a la calle a jugar con los amigos (Lalo Serrano imita muy bien tus escandalosas muestras de contento, a propósito).

Comienzas con Born under a bad sign, de Boker T. Jones y William Bell (aunque hecha famosa por Albert King en 1967).

Lamento, desaucio y autoflagelación. Este blues dibuja en primera persona a la víctima conciente de su propio infortunio, y el mismo protagonista resume en un solo verso la causa de su humor: cierta mujer está llevándolo directamente a la tumba, y la agonía le provoca sensaciones de haber nacido con mal sino. Es, así se siente, la viva encarnación de la calamidad: su vida es siempre un contratiempo, que podría, sin embargo, aliviarse temporalmente con vino y mujeres, gozos que anhela y que resumen su idea de la felicidad.

Te escucho, Lurrie, y cuando llegas a la parte de la mujer de piernas largas (A big legged woman is
 gonna carry me to my grave), sonrío y reconozco las raíces de Octavio Herrero y las musas que lo rondaron al componer Magdalena. El dice que no. Yo digo que sí, porque me interesa dar a la estrofa la alcurnia que se merece, y porque, al hacerlo lograré quitar de la mente de mi amigo la intención de modificar esta parte de la canción. Es una gran estrofa y está a la altura de la anterior (aquella en donde nos enteramos de la infidelidad de Magdalena)…

Voy a buscar una mujer de piernas largas
y moral dormida
Voy a buscar una mujer de piernas largas
y moral dormida
que dé saltos muy largos
y me ame todo el día.

No quiero cansarte, Lurrie, así que seguiré hablando de estas noches en la siguiente entrega. Mientras, déjame presentarte a mi nueva banda: Las Blusas. Todavía no nos presentamos en vivo, porque apenas estamos montando el repertorio. Ya luego te platico de lo que estamos haciendo (te advierto que vamos a ser la sensación del siglo).

jueves, mayo 17, 2007

Lurrie Bell en Ruta 61 (segunda parte)

Pues ya estás aquí, Lurrie Bell, listo para esta noche y para las dos siguientes: tu blues para nuestra ciudad, tu blues en Ruta 61, tu blues con Vieja Estación, esa banda de argentinos y mexicanos que vuelve a maravillarme con su extraordinaria destreza para garantizar a los músicos visitantes la precisión orquestal y la fuerza rítmica y armónica necesarias para ofrecer un espectáculo a la altura de las circunstancias. Anoche, ensayaron contigo por primera vez y con tus discos como único antecedente. Y, de nuevo, se dio la magia. Transcribo un fragmento de mis notas:

Cada vez que Vieja Estación ensaya con un músico invitado, yo me pongo muy nervioso, no porque dude de la capacidad de la banda sino porque proyecto en la circunstancia mi incapacidad mental para entender cómo se hace la música. Es un misterio: el artista (el verdadero) es un ser de otro mundo, y aquí hay varios.

Los cuatro gatos que tuvimos permiso de entrar a la zona VIP (Lalo Serrano, Fernando Lara, Ezequiel Espósito y yo) compartimos el anonadamiento que nos produjo comprobar cómo el grupo atrapa inmediatamente tu estilo, tu sonido y tus objetivos.

Te imaginaba serio, Lurrie, hosco, distante, lacónico, al menos agotado por el viaje de Chicago a la Ciudad de México. Me equivoqué: tienes la fuerza, el entusiasmo y el buen humor de las personas sencillas que alimentan su alma con belleza: sonriente, desgarbado, escandaloso al hablar. Nos ganaste desde un principio, Lurrie, campana que se tañe a sí misma y nos tiñe el corazón de rojo blues, el de la sangre que corre por tus venas, la sangre de Carry Bell, a quien nos mostraste al final del ensayo, en un video grabado en el Rosa’s Lounge, en el Theresa’s Lounge (que ya no existe) y en la casa de tu propio padre, supongo. Ahí estás, con él, hijo de tigre pintito, tocando como los grandes. Y ahora estás entre nosotros, dispuesto a regalarnos tres noches eternas.

Hace exactamente un año llegó Grana’ Louise (tengo sus palabras manuscritas en mi cuaderno de notas), y entonces escribí también acerca del ensayo a puerta cerrada: Ignacio Espósito, en la batería; Mauro Bonamico, en el bajo; Octavio Herrero y Santiago Espósito, en las guitarras. Ahora, como siempre, la formación se repite, con excepción de Octavio, no por falta de ganas sino por exceso de cuerdas, y esto no es rondalla (por lo mismo, Las Blusas, trío de triángulos compuesto por Saso de la Serranía, la Tía Juanita y Nando Magic Touch Lara, difícilmente subirán algún día al escenario de Ruta 61).

Quienes tuvimos la fortuna de escuchar en vivo a Grana’ Louise –escribí en mayo del 2006-, fuimos testigos de lo que el blues puede hacer a nuestros corazones cuando lo interpreta una banda de excelentes músicos y una voz llena de gracia. Esta vez, Lurrie, puedo decir algo semejante en la víspera de tu primer concierto, añadiendo a mi entusiasmo el milagro rojo de tu Gibson deliciosa.

Por otro lado, creo que los tacos en el Tizón nos cayeron muy bien, Lurrie, porque barriga llena ensayo contento. Atrapé, a propósito, tu primera impresión de Ruta 61: This is the real blues club, man!, le dijiste a Eduardo, quien además te pidió tu opinión acerca de la banda...

Ya conocía a los muchachos de oídas –respondiste-, porque en Chicago todo el mundo habla de ellos.

Soy cursi, Lurrie, y muy dado al melodrama. Además, me emociono fácilmente con las historias de abandono, cuchillo de doble filo que bien conocemos los amantes obstinados e irredentos. Por eso, casi lloro entre los sorbos de whisky y tu interpretación de Bring it on home to me. Espero estar preparado esta noche, con dos pañuelos limpios, para escuchar la canción de Sam Cook. Pero si, después de recrear esa composición de 1961 (pieza germinal del soul), se te ocurre soltar una de tus propias melodías, aquella en la que le dices a la mujer amada que parece que estoy bebiendo gasolina, pásame un cerillo encendido para explotar de una vez por todas, hija de la rechintola... Si haces eso, Lurrie, me obligarás a plagiarte la imagen para decírsela a cierta mujer que me trae de un ala.

Y mientras llega la noche, ¿qué te parece si visitamos la galería de Ruta 61? Ahí se encuentra la serie completa de fotos que tomé ayer. Para entrar, sólo tienes que apretar la vieja cámara fotográfica que se encuentra a tu derecha.

martes, mayo 15, 2007

¡Lurrie Bell en Ruta 61!

Lurrie Bell se presentará por primera vez en nuestro país, los días 17, 18 y 19 de mayo, a partir de las 21:00 horas. Ofrecerá, en el ya famoso bar Ruta 61, un espectáculo de blues de altísima calidad y con la garantía de volverse memorable entre los parroquianos del Hoochie Coochie Bar.

Nacido en Chicago en 1958, Lurrie Bell trae el blues en la sangre: es hijo del gran Carey Bell, fallecido hace unos cuantos días en la Ciudad de los Vientos. Aprendió a tocar la guitarra a los seis años de edad, escuchando desde entonces a los gigantes con quien su padre se presentaba (Eddie Taylor, Eddie C. Campbell, Lovie Lee y Sunnyland Slim, entre otros).

A los 17 años de edad, Lurrie ya compartía el escenario con Willie Dixon y con otras amistades de su padre, a la vez que participaba en las grabaciones de estudio de las estrellas del blues, como Little Milton y Jimmy Dawkings. Más tarde, en 1977, Lurrie se uniría a otros músicos de su generación, como Billy Branch y Freddie Dixon, para fundar The Sons of the Blues. Al año siguiente, Lurrie se integró a la Koko Taylor’s Blues Machine, donde tocó la guitarra durante los cinco años siguientes.

La elegancia e intensidad de su sonido, así como su profunda voz, lo han convertido en uno de los músicos favoritos de los clubs de Chicago y de los festivales de blues internacionales, además de que lo han ubicado entre los músicos de blues con mayor reconocimiento de la crítica especializada (de él afirma Blues in the South: Lurrie Bell es para el actual blues de Chicago lo que Buddy Guy fue para el blues de los años cincuenta).

Con el propósito de garantizar la calidad original de Lurrie Bell, el guitarrista estará acompañado por miembros de Vieja Estación, banda argentina que ha demostrado no sólo talento y calidad, sino, además, una sorprendente capacidad para sostener el alto nivel de músicos de la estatura de John Markiss, Billy Branch, Grana’ Louise, Dave Specter, Carlos Johnson y Deitra Farr, entre otros.

Es conveniente hacer reservaciones anticipadas para cualquiera de los tres días, llamando a los teléfonos de Ruta 61: 5211-7602 y 5256-0667 (o escribiendo a eduardo@ruta61.com). El cover es de 250 pesos. Los jueves de mayo, Lalo Serrano nos recibe con una bebida nacional gratis.

Ruta 61, Avenida Baja California 281, Colonia Hipódromo Condesa, entre Culiacán y Nuevo León, a dos cuadras del Metro Chilpancingo.

lunes, mayo 07, 2007

Muere Carey Bell

Carey Bell
1936-2007


Apenas hace dos horas, Lalo Serrano recibió el siguiente mensaje de nuestra querida Deitra Farr: Hello Eduardo, I don't know if you heard, but blues harmonica great Carey Bell died last night. You have his son Lurrie, coming to your club soon. I told Lurrie he will have a wonderful time in Mexico City. Deitra.

Carey Bell murió anoche de un paro cardiaco, en el Kindred Hospital de Chicago. Discípulo directo de Big Walter Horton, Carey llegó a Chicago a mediados de los cincuenta, pero no fue sino hasta 1972 cuando su nombre comenzó a cobrar importancia. Muchos años después, ya en los noventa, participó en Harp Attack, el mayor éxito de ventas de la historia discográfica de Alligator Records (en ese mismo disco aparecieron Junior Wells, James Cotton y nuestro queridísimo Billy Branch, este último sustituto de Bell en la banda de Dixon), y fue hasta 1995 cuando Carey grabó su primer álbum como solista (Deep Down).

Descanse en paz Carey Bell. Ya tendremos tiempo, el 17, el 18 y el 19 de mayo, de transmitir a su hijo Lurrie Bell nuestro pésame y nuestro agradecimiento por la sangre que corre por sus venas y por la música que hereda de su padre, durante los conciertos en Ruta 61 de este extraordinario guitarrista, acaso el más talentoso de su generación (Boston Phoenix), el mejor guitarrista de Chicago, a fe del Boston Blues News.

Lurrie Bell
17, 18 y 19 de mayo en Ruta 61
Cupo Limitado

domingo, mayo 06, 2007

Ladra Fido desde su fe...


Cuando yo uso una palabra -dijo Humpty Dumpty
en tono apabullantemente despreciativo-,
significa exactamente lo que yo elijo que signifique,
ni más ni menos.

Lewis Carroll, Al otro lado del espejo (1872)

La fe, dicen los fieles, no es un método de conocimiento, sino el conocimiento mismo (la fe es saber, son sus palabras). Pero tal afirmación no me aclara las cosas, más bien me confunde. Volvemos al problema de la comunicación: ¿qué quieren decirme o qué me están diciendo cuando escriben que la fe es saber?

Digamos algo que podemos compartir: hay un preciado tesoro por alcanzar o por encontrar, que es el conocimiento o la sabiduría (aunque dichos términos no designan un mismo fenómeno). Por su calidad de tesoro, los fieles convierten al conocimiento (o a la sabiduría) en el objeto inmediato (directo) del verbo ser cuando intentan glorificar a esa criatura suya que llaman Fe (y ahora entiendo la mayúscula: como es su sujeto predilecto, lo vuelven, gramaticalmente, nombre propio).

Con esa misma lógica y con el deseo a flor de piel, Calixto habrá de gritar, contra viento y marea, que Melibea no es sólo la mujer amada, sino el amor mismo.

¡Pero jovencito imberbe! -le diremos a Calixto- El afirmar que Melibea, la joya de tu corazón, es el amor mismo, nada nos dice sobre ella y sí mucho de ti. Dinos, por favor, que Melibea es blanca, de labios carnosos y piernas largas, porque tales palabras nos permitirán acercarnos a la realidad física de la muchacha; dinos, por favor, que ella es dulce, que controla su leve neurosis, que teme a la oscuridad, porque ello nos permitirá aproximarnos a su realidad psicológica; pero no nos digas que ella es el amor, porque entonces sólo entenderemos que tú, Calixto, estás simple y llanamente enamorado, al grado de considerar a Melibea tu nueva religión (Melibeo soy y en Melibea creo).

Cuando los fieles afirman que fe es saber, quieren decir fe es mi saber, entendiendo por saber el non plus ultra de la experiencia humana. Vale. Pero ello no define la fe, sino a los fieles, quienes, en pocas palabras, han dicho: La Fe es mi máximo; pero aún no nos han dicho qué es la fe.

Decir que la fe es saber es decir que, para los fieles, la fe es otro nombre del conocimiento, y, siendo así, podemos decir que el descubrimiento de la ley de la gravitación universal es un acto de fe, y que quien, al meter las manos al fuego, se quema, vive una experiencia religiosa.

¿No sientes, fiel lector, que estamos cayendo en un alucinante mundo donde las palabras ya no significan lo que buscan significar? Sería bueno, en principio, aclarar las diferencias entre conocimiento y saburía; pero no quiero extenderme demasiado, así que dejo la aclaración para otro momento. Volvamos, mejor, a la definición de fe.

Insisto que, para entendernos y no envolvernos en alucinantes diálogos carrollianos, partamos de una misma definición de fe. Propongo, en beneficio del español, que volvamos al diccionario, donde dice que la fe es la adhesión a una proposición que no goza de evidencia ni puede ser demostrada.

Dicha definición, como todas las que pueden encontrarse en un buen diccionario, no aplaude ni descalifica, sino que acota, pone límites, le da bordes a la palabra. Si aceptamos tal definición de fe, los fieles habrán de admitir que lo dudoso, incierto e indemostrable puede muy bien servir de asidero contra la angustia existencial.

El sufrimiento místico, por ejemplo, no niega esa posibilidad anestésica de la fe, porque en el misticismo hay mucho de intoxicación espiritual. Algunos fieles dicen que santos y místicos, con todo y fe, sufrían mucho más que cualquiera de nosotros. No lo dudo, desde el momento en que el misticismo (cualquier misticismo) es semejante al delirium tremens del alcohólico y al estado catatónico que producen los remanentes de la marihuana.

Agotados e irritados del mundo infiel, los fieles dicen que los analgésicos de hoy son la razón, la lógica y el pensamiento científico, sucedáneos, según ellos, de la la piedra filosofal de los alquimistas. Veamos.

Siendo la piedra filosofal materia hipotética, materia nunca hallada (aunque la admirable búsqueda de los alquimistas permitió encontrar otras cosas, igualmente valiosas), mal hacen al considerar que la razón, la lógica y el pensamiento científico son sólo quimeras, sueños, deseos de encontrar la varita mágica. Mal hacen, porque la razón es, paradójicamente, el instrumento que ha permitido que el diálogo entre fieles e infieles, el sano enfrentamiento de las ideas. Sin embargo y ciertamente, la razón (y sus frutos, la lógica y el pensamiento científico) es una muy buena medicina contra el dolor y la angustia de la existencia, como lo son la religión, el arte y el amor. La diferencia entre estas útlimas experiencias humanas y el uso de la razón es que ella, la razón y no las otras, está conciente de sus causas: sabe que crece conforme el hombre se niega a sufrir el aturdimiento del espíritu. En cambio, las otras experiencias (amor, fe y belleza) son absolutamente ignorantes de su origen orgánico y psicológico, y acaso sea tal ignorancia donde estriba su encanto. La nada está ahí, dicen, y no se puede entender.

Tendré que seguir en otra ocasión, porque la nada merece un capítulo aparte.

Mensaje importante
. Por su importancia y por su origen, así como por la precisión que anota acerca del mifepristone y el misoprostol, transcribo aquí las palabras que nuestro amigo Antonio Miranda (médico genetista) dejó como mensaje en la entrega Y la nave va.

Creo que esto de la despenalización del aborto apenas comienza, además Rivera Carrera nunca aprovecha la oportunidad de quedarse callado y, desafortunadamente, se hace valer del temor de la gente.

Por otra parte,
mifepristone y misoprostol son una opción para interrumpir el embarazo antes de las 7 semanas. Al parecer su uso no es muy amplio aún. Por supuesto es de esperarse que sea bajo estricta vigilancia médica, precisamente para evitar complicaciones como el sangrado, pero que podría evitar procedimientos quirúrgicos que pueden tener otras complicaciones muy serias (una perforación de la matriz por ejemplo), sobre todo si se realizan en lugares poco seguros.

Por si no lo saben, hay quien realiza legrados con ganchos de alambre, de esos con los que se cuelga la ropa.
Un saludo, Agus.

Antonio

viernes, mayo 04, 2007

En los brazos de un gigante

¿Alguna vez he distinguido la diferencia entre el sueño y la vigilia? Sus lindes ya se habían desdibujado desde mi infancia, es decir, desde el encuentro con Francisco Gabilondo Soler, Rudyard Kipling, el padre Luis Coloma, los Títeres de Podrecca, Julio Verne, las aventuras del Pato Donald y los vuelos de Super Tribi, revoloteos que arrancaban lágrimas de risa a mi padre, Dios y hombre verdadero que en marzo pasado cumplió 83 años.

Mi padre, Agustín Aguilar Rodríguez, nacido en Orizaba y criado en Puebla, ingeniero civil (como su padre, mi abuelo Ismael), católico de inquebrantable fe (como su madre, mi abuela Esperanza), lector voraz y dueño de incontenibles ataques de hilaridad que en los sesenta lo obligaban a bajarse del tranvía para no llorar de risa sobre el crepé de alguna respetable dama.

Llegaba a casa a las tres de la tarde, cuando sus hijos ya nos parábamos de la mesa por órdenes superiores.

-¡A ver, niños, váyanse al patio a jugar, para que su papá coma en paz!

Mi madre limpiaba nuestro desorden y colocaba frente a mi padre la sopa de pasta, el arroz, el jugoso bistec encebollado y la cerveza dos equis (entonces, como era la única dos equis, nadie la apellidaba ámbar). Antes de salirnos a jugar, plantábamos un beso en la mejilla de mi padre, sombreada ya por la barba vespertina.

Super-Tribi lo retuvo siempre en la infancia, y ahí se mantuvo hasta 1997, cuando mi madre, María de la Luz, regresó a su propio nombre.

-Cuando se fue tu madre, perdí la inocencia, descubrí que ya no era un niño. ¿Para qué hablar?

Desde entonces, don Agustín habla poco, muy poco, y sonríe menos. No hay enfado en su rostro, ni dolor. Lo que hay es una especie de paz permanente, un absoluto desprendimiento de las cosas de este mundo, aunque no de todas: aún encuentra placer o, al menos, mucha satisfacción en la comida y en el vino; trata sus alimentos y su bebida con silencio cómplice, como en un rito íntimo entre su cuerpo y la naturaleza; su alma, en cambio, está en otra parte.

Sueña mucho, eso sí. A cada rato, cuando nos descubrimos despiertos en la madrugada, me cuenta sus sueños mientras se vuelve a la cama y me pide que lo cubra con las cobijas.

-Soñé que la sirvienta tiraba mi teodolito. Soñé que no podía resolver un examen en la escuela. Soñé que andaba en el África.
-¿Y qué hacías en África, papá?
-No sé…
-¿Por eso sueltas gritos, como lamentos, como si algo malo sucediera?
-No, no es por eso.
-¿Entonces? Te escucho toda la noche, y de tu habitación salen gemidos de pavor… o de dolor. Me preocupa.
-Es mi manera de arrullarme.
-Bueno, ya. Duérmete. Sueña bonito.

La TV Philips, adquirida por mi padre en 1959...

Mi padre, un superhéroe, es también responsable de que yo haya perdido la noción de certidumbre que divide el sueño de la vigilia. De hecho, a veces presiento que aún estamos en 1959 y que todo esto que llamo vida no es más que un largo cuento narrado por ese gigante nacido en 1924 que está junto a mi cama de fierro, mostrándonos a mí y a mis hermanos –que se han apiñado en mi colchón- un ejemplar del Pinocho de Bartollozi editado por Saturnino Calleja, un Pinocho mil veces mejor que el infantil de Walt Disney, un Pinocho más cercano al original de Collodi, de personalidad más atractiva, mucho más humano, con madera de héroe.

Mi padre, un gigante.